El dormir y el soñar
ISSN 2422 7358
El
Dormir y el Soñar en la Observación de Bebés (I)
Donde
la fisiología humana es lo libidinal por antonomasia
Prof.
Dr. Roberto C. Frenquelli
La ilustración que
acompaña a este escrito nos muestra a un bebé de seis meses. Entregado a una
pequeña siestita mañanera de un domingo lluvioso. Yace boca abajo, con su
cabeza girada hacia la derecha, bien extendido sobre el plano de la cama. Sus brazos
abiertos cómodamente, sus piernas ligeramente entreabiertas. Permanece
prácticamente inmóvil durante muchos minutos, con una respiración acompasada,
escasamente perceptible. Debemos dirigir atentamente la mirada hacia su tórax
para advertir los movimientos inspiratorios – espiratorios propios de la
excursión diafragmática. Muy de tanto en tanto mueve ligeramente sus manitas,
lo mismo que sus piernitas. No cambia de posición. Su piel está rozagante. Cada
tanto, por breves momentos, realiza algún movimiento de succión que deja cierta
humedad sobre las sábanas. En un instante realiza un movimiento inspiratorio
profundo, exhala y vuelve a caer en la quietud ya descripta.
Este bebé duerme
placenteramente. No alcanzamos a saber si durante los setenta minutos que ha
durado su dormir ha soñado. Se conoce que el soñar tiene una patente
electroencenfalográfica propia, como expresión de una actividad distinta a la
del dormir.
No es lo mismo
dormir que soñar. Se sueña durante el dormir. En castellano no contamos con la
facilidad que permite el inglés, donde tenemos la posibilidad de distinguir
entre dream y sleep.
Esa patente a la que aludo es la conocida como REM, del inglés rapid eye movements, o sea de los
movimientos oculares rápidos. La actividad onírica, tal como denominamos al
momento de los sueños, sucede durante el REM. A esta altura de sus vidas, los bebés
pueden llegar a dormir casi 16 horas diarias, de las cuales un 50% corresponden
a los períodos REM. Por lo tanto, es casi seguro que nuestro bebé durante todo
este tiempo haya soñado, muy posiblemente en cuando ha chupeteado.
Se ha supuesto que
el REM podría facilitar la transferencia de información a los almacenes de la
memoria de largo plazo. Ulteriormente también, con mayor precisión, se ha
supuesto que promueve el desarrollo de la circuitería de la redes neurales,
facilitándolas. El gasto energético durante el REM es equivalente o superior al
de la vigilia. De
modo que resulta imposible pensar que durante ese tiempo se den funciones
restaurativas, de recomposición energética, propia del reposo. Esa función
sería la de los períodos No REM.
Con el correr de
los años la duración total del REM cae, llegando sobre el final de la vida a
unos escasos 20% a 30 % del tiempo total
del dormir. Este decremento, tanto en el tiempo total de reposo como en la
actividad onírica propiamente dicha, muestra que con la edad hay un evidente empeoramiento
de la actividad reparatoria del dormir. A partir de los 70 años una persona
duerme un promedio de seis horas diarias, sin contar posibles siestitas breves
como las de este bebé.
De lo que no cabe
duda alguna es que el dormir y el soñar son actividades endógenas, con las
cuales arribamos al mundo. Se sabe que durante la vida intrauterina hay
actividad de este tipo, incluso REM. Al nacer, cuando pasamos del “medio
acuoso” propio de los envoltorios de las membranas placentarias al “medio
gaseoso” de la vida extrauterina, se pone en juego un verdadero solapamiento
entre lo fisiológico y lo psicológico, que torna a ambos términos
indistinguibles. Lo libidinal, fundamentalmente llevado adelante por la función
materna, va constituyéndose en un determinante importantísimo en los ritmos
alternantes del dormir / soñar y la vigilia. El recién nacido debe enfrentar la dura
tarea de armonizar la caótica llegada de múltiples informaciones sensoriales
(luz, temperatura, cambios posicionales, ruídos, dolor, hambre, sed entre
tantos otros) buscando no solo
cualificarlos, también integrarlos discriminándolos. Su entorno,
fundamentalmente la madre, constituirá su nueva “placenta”, su nuevo
envoltorio. Los ritmos propiamente endógenos determinados por la plantilla
genética sufren una alteración exógena máxima; es allí donde la modulación
afectiva del rol parental empieza a tener un lugar fundamental. Es cuando lo
libidinal se suma, inextricablemente, a lo fisiológico elemental. No es cierto
que haya un paso de “lo fisiológico” a “lo psicológico”; esta es una expresión
inexacta y dualista. Lo cierto es que lo fisiológico que he llamado elemental
se brinda como soporte para lo libidinal. Pero su condición de soporte es la
que habilita esa fusión. Al mismo tiempo, sin lo libidinal la fisiología básica
caduca, el niño cae en el marasmo. La fisiología humana es lo libidinal por
antonomasia. No son cosas diferentes. La fisiología humana implica lo
libidinal.
Por eso es
relevante observar a los bebés durante el dormir. Lamentablemente, tal vez por
un defecto de nuestra transmisión como docentes, no es poco frecuente escuchar
en los exámenes que el estudiante cuenta que se retira de la casa donde hace su
práctica al ver que el bebé duerme. “Tuve
que interrumpir la observación pues Ignacio tenía sueño..., la mamá me dijo que
a esa hora suele dormirse”. Craso error. Es de buena práctica intentar
asistir al momento de la entrada al sueño, seguirlo durante un buen tiempo y,
si fuera posible esperar al momento del despertar. Esto es bastante lograble en
los casos de las siestitas diurnas. Y si no se consigue asistir a este tipo de
situaciones, es bueno preguntar con esmero sobre todo esto. Cómo entra en el
dormir, qué calidad tiene, cuánto duran esos períodos, cómo se despierta.
La calidad del
dormir de un recién nacido no es la del niño que hoy hemos tomado. Es un dormir
plagado de pequeños y no tan pequeños movimientos. Tanto faciales como de sus
miembros, lo mismo que si se toma en consideración la postura, los cambios del
ritmo respiratorio, e inclusive de algún llanto breve esporádico. Es un dormir
que casi “no es un dormir”, es un estado relativamente indiferenciado de la vigilia. No hay una
buena homeostasis de la actividad cíclica entre el dormir/soñar y la vigilia. Es el momento
de una fuerte prueba para el niño, su madre y el entorno familiar – social.
Todos nuestros
estudiantes saben que deben mantener un alto nivel de respeto durante las
observaciones. Interrumpir los momentos íntimos de la crianza es una falta
grave. Pero con mucho tacto, con empatía y “buena onda” es posible que los
dejen ver cómo un bebito entra en el dormir. Tenemos muchas evidencias desde lo
cotidiano, solemos asistir a como un bebé se duerme cual un santo en brazos de
su madre en un colectivo, en medio de un griterío importante. No es tan
complicado entonces, siempre que se den ciertas condiciones, hacer una
observación durante el dormir, esperar el despertar. Lo mismo para el caso del
momento de la alimentación, del baño o tantas otras contingencias.
Hay que terminar de
entender que la Psicología se aprende en la acción. La oportunidad
del Trabajo de Observación de un Bebé es única e irrepetible en nuestra
Carrera. Podría terminar este escrito diciendo también que el Trabajo del Bebé
es la Psicología por antonomasia.
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