Sobre el llanto del bebé


Sobre el llanto del bebé (I)
La infancia es siempre traumática

Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli

Se conoce que los niños anencefálicos, es decir aquellos que nacen sin las estructuras nerviosas por encima del Tronco Encefálico, pueden tener ciertas capacidades motoras del tipo de las alimentarias, como mamar, expulsar lo desagradable o chuparse los dedos. Inclusive, lo que ha sido constatado en aquellos casos que han sobrevivido algún tiempo, pueden bostezar, estirarse, seguir algún objeto con los ojos y también llorar.

Este hecho, independientemente de su significación asociada a las cuestiones del estudio del control del movimiento por las diferentes regiones corticales y subcorticales, nos muestra el carácter fundamental que la Evolución le ha otorgado al llanto. Podríamos decir, sin dudas, que es una actividad elemental para la supervivencia, altamente seleccionada.

Como en el caso de su par contradictorio, la sonrisa, el llanto tiene una enorme valencia intersubjetiva. Cosa que se acrecienta en el humano por diferentes razones: nuestra inermidad al nacimiento es mucho más prolongada y profunda  que en nuestros parientes cercanos; tenemos una crianza con largos períodos de dependencia prestos a favorecer el desarrollo de nuestras vastas propiedades psicológicas emergentes en la amplitud de la corteza cerebral.

De allí que cualquier contigencia con el objeto cuidador sea siempre de carácter traumático. Alguien ha dicho, no sin acierto, que el trauma es constitutivo y constituyente de nuestra subjetividad. Con el trauma se establece una suerte de paradoja: inevitable, es imprescriptible e imprescindible.

Cito a E. César Merea, cuando en “El papel del trauma en la constitución del sujeto”, dice:

“Me gustaría reiterar que desde la perspectiva de la fundamental prematurez del sujeto biológico, toda interacción entre él y el semejante potencialmente cuidador  -ya maduro biológicamente y pleno de sentidos psíquicamente-  es traumática tanto como imprescindible. Es decir que es esa plenitud de sentidos psíquicos, concientes o inconcientes, del objeto la que con carácter desbordante se ejerce sobre el sujeto  -el yo-,  en constitución. Ese yo se estructura justamente en el cruce o punto de articulación entre el niño-sujeto biológico y el semejante experimentado-objeto psíquico y esa estructuración es esencialmente traumática”.

Dejemos por ahora estas consideraciones teóricas vinculadas al psicoanálisis. No sin antes recordar al menos las tempranas conceptualizaciones del Freud del “Proyecto”, con el par antitético de las Vivencias de Satisfacción y de Dolor. Prometámonos volver a estas cuestiones eje para lo que entendemos como Neuropsicología Profunda y Desarrollo.

Las madres, lo mismo que esas otras cuasi madres, las enfermeras, aprenden a diferenciar diferentes tipos de llanto. Hay una semiología del llanto, lo que implica una lectura fina de las emisiones vocales del bebé siempre asociadas a lágrimas, expresiones faciales y movimientos más o menos organizados.

Sobre la disposición genética de la que hablábamos al principio se va disponiendo todo un rico entretejido intersubjetivo, con diferentes cualidades: hay llantos de hambre, de dolor, de sueño, de miedos, de berrinches, de desamparo, de muerte. El adulto sensible puede lograr entenderlos, decodificarlos acorde a su experiencia y capacidad de recibir al otro. No solamente a un bebé. Esta propiedad es llamada por algunos Empatía. Pero cierto es que también puede ser llamada de otras maneras, siempre con el mismo sentido.

Tolerar el llanto del bebé es una dura empresa para los padres. Y no solamente para los padres. No hay más que advertir, en los corredores de un shopping por ejemplo, el revuelo que produce el llanto de un bebé frente a sus atribulados progenitores. Todo el mundo opina: “tiene sueño pobrecito...”, “ya se le va a pasar...”, “no es nada mi querido...”, “estará sucio...”, “es mimoso, seguro, verdad?...”, “tiene hambre la gordita..., claro...”. “Vaya uno a saber”, contestan los padres mientras ven terminada la supuestamente feliz excursión tan puntillosamente planeada. El llanto pone a prueba tanto al niño como a sus padres.

La crianza es todo un desafío a lo que algunos han llamado “co coordinaciones conductuales”. Una expresión feliz por lo de coordinación, en tanto el naciente Yo del niño debe idealmente crecer junto al de los padres. Coordinación como sintonía, como regulación entre los conflictos entre los ideales del naciente sujeto y el de sus padres. El llanto del bebé es habitualmente una dura prueba para sus padres, para lo que podemos llamar el sostenimiento relacional. Tolerándolo, buscando identificar qué cosa sucede, qué cosa no sucede. El niño, a su vez, irá conformando sus incipientes trazos también de tolerancia ante la frustración inevitable.

No hay infancia que no sea traumática. Este aserto, lejos de reclinarse sobre una postura extrema y antipática, se compadece de la humana condición. El bebé soñado no es el bebé de la realidad. Los padres todo poderosos, plenos de leche y miel, esos que se reflejan en las añoranzas infantiles del adulto, tampoco.

En las descripciones que puedo leer en los exámenes finales es bastante notorio que los estudiantes hacen bastante poca referencia al llanto o situaciones de ansiedad durante las entrevistas. Lo mismo en cuanto a las conclusiones. Si esto fuera cierto, sería interesante bucear un poco en este aspecto. Habrá que rendirse ante el reflejo dorado del narcisismo que nos impone aquella idea de la infancia como un Edén?


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