Aborto. Reflexiones desprolijas para pensar cuestiones de actualidad (II)

 


Aborto

Reflexiones desprolijas para pensar cuestiones de actualidad (II)

 

Mi primer contacto con esta palabra fue de niño, casi adolescente. Mi madre la pronunciaba con voz firme pero en tono bajo, casi con reserva. Recuerdo claramente que experimentaba una mezcla de sensaciones: algo de vergüenza, algo de temor, alguna inquietud de corte erótico – sexual. Resonaba fuerte en mí, me daba pena, tenía bien en claro que se trataba de una desgracia.  

Durante mi carrera casi nunca hubo menciones. Solo aquellas pertinentes a malas evoluciones de ciertas enfermedades obstétricas, también de otros casos. Menciones que eran como “de lado”, accidentales. No recuerdo comentarios por parte de mis docentes, de mis compañeros.

Ya en el practicanato, después en mis primeros años formativos (como el caso de la sala de terapia intensiva de la Asistencia Pública - en lo que hoy sería el Clemente Álvarez-, el impacto fue otro. Nunca olvidaré a bella muchacha, de edad muy parecida a la mía, con un aborto séptico por haber sido instrumentada con un tallo vegetal. Como en un vívido sueño sigo viendo sus ojazos hundidos sin piedad en una cabeza que anunciaba una muy próxima calavera, su palidez amarillenta, su veloz pérdida de peso, su respiración anhelante, su voz entrecortada. Era dulce, tierna. Pude hablar con ella bastante tiempo, teniendo en cuenta qué cosa es bastante tiempo para un médico en esos lugares dantescos. La insuficiencia renal se la llevó sin más trámite.

Allí adquirí una profunda convicción que me acompaña hasta hoy. Como la indignación ante la injusticia social y la pobreza que dimana de ella a raudales; la carencia de organizaciones sanitarias eficientes dedicadas a los verdaderos problemas - no meramente a los ocasión -; la brutalidad e indolencia del género humano.

Después, bien a continuación, aprendí otras cosas. Fue cuando empecé a recibir alguna que otra parejita de adolescentes “embarazados”. Aterrorizados, avergonzados, venían a verme a escondidas, muchas veces tomados de las manos. Chicos, muy chicos. Recuerdo algún caso: estaban empezando a estudiar, carecían de padres que pudieran escucharlos o, lo que es lo mismo, tenían idea de que no serían escuchados. Sea como sea, estaban solos. Los unía a mi persona alguna recomendación de ciertos amigos, tal vez de alguna tía algo mayor, que bondadosa y sensible pensaba que yo los podría ayudar. Este es un tema muy espinoso, seguro. Pero del que siempre he querido hablar. Hoy siento que es posible. Aunque espero fuertes críticas lo mismo. Es que yo conocía quién hacía “ciertos trabajos”. Lo sabía de corrillos. También por mi condición de médico. Alguna vez me dijeron “…vas a atender a un tipo que gana mucha guita, anda a verlo, está en la 310”. Los médicos somos así, tenemos nuestros dichos, nuestras jerarquías, nuestras miserias.  Y yo, obedientemente, iba a verlo (como comúnmente se dice por atenderlo). Y como a todos los médicos, los trataba igual a cualquier otro paciente, pero llamándoles “doctor”.  Ellos y ellas se presentaban como ginecólogos o parteros. Lo eran, seguro, aunque totalmente distintos a los otros. Eran distintos en su práctica, en sus criterios de vida, estoy seguro. No eran distintos solamente por el dinero que ganaban.

Nunca trabé una relación muy extensa ni profunda con estas personas. Creo que no hubiera sido posible. Puedo recordar a un par, famosos por aquellos tiempos. Ya casi no recuerdo sus apellidos. Supongo que al vivir en ciertos márgenes tendrían alguna característica estructural – me refiero al plano subjetivo, claro está – que los hacía algo inasibles, lejanos. Posiblemente oscuros.

Esto no me impidió pensar en ellos. Seguramente estaban trenzados al poder, no solamente de las instituciones reguladoras de los intercambios sociales, también de las de la salud. Eran públicamente conocidos. Como suele decirse “todo el mundo los conocía”. Empecé a pensarlos desde la teoría de los roles, como emergentes donde el vector de sus historias personales habría encajado en espacios abiertos desde la una reservada anuencia cultural.

Allí aprendí sobre la hipocresía social. Esa máscara vergonzosa y vergonzante. Máscara que a mi entender, paradojalmente, inviste a estos colegas de cierta dignidad que alguna vez se les debería reconocer. Pues han hecho, casi seguramente seguirán haciendo, un “trabajo sucio” escondido en los repliegues de una sociedad mucho más sucia. Una sociedad estigmatizante y criminal, que segrega, que excluye, todo aquello que no cae bajo las falsas pátinas áureas de lo sacrosanto. Representadas por imágenes de yeso mal pintado que intentan vanamente generar una bondad inexistente, en tanto a ninguno de quienes marchan en sus procesiones les ha importado demasiado el alma. Como el de aquella chica que conocí en la Asistencia Pública. Santa laica, heroína desconocida, que como tantas mujeres pagó alto precio por ser pobre en dinero, en educación. Básicamente en vínculos protectores.

La misma hipocresía que apañó la inacción de muchos ante muchas otras cosas, justificados en posturas supuestamente éticas o religiosas. Que nunca tuvieron mayor consideración por el otro, negándose a la anticoncepción oral, a la educación sexual o, por ejemplo, a las interrupciones de embarazos en mujeres padecientes de cáncer de mama (privándoles del derecho a defender su vida y la de la propia prole, condenándoles a una muerte segura).

No tengo dudas que todo este tema es enorme. Demasiado para mis conocimientos, demasiado para toda mi integridad personal. Estoy convencido que este es un tema para la sociedad toda, que le queda grande a la Medicina (más en su versión actual, reduccionista biologista).

Necesariamente habrá voces desde diferentes campos. Voces desde las religiones, la biología, la psicología, el psicoanálisis, la sociología, la economía, la política, la filosofía y el derecho.

Sin dudas esta nueva ley tendrá fallas, mucho más en su implementación. Deberá correr mucha agua bajo el puente hasta generar anclajes firmes. Seguramente el molino de las ideas irá dejando sus saldos, que se precipitarán en la cultura. Es sin dudas una buena noticia.

No obstante, este  debate no tendrá fin toda vez que somos mamíferos, criados dentro del vientre materno, nacidos inmaduros, dependientes a la vez que con gran capacidad imaginaria y, por ende, de fantasmatización. El aborto es un tema visceral, entrañable, per se. No puede simplificarse, ni con su segregación del campo perceptual, ni con las extemporáneas manifestaciones que en estos tiempos a su favor se profesan. Nunca he visto una mujer que haya transitado un aborto en forma indolente, independientemente de la categoría que se tratare. A poco que uno permite el despliegue historizante, este hecho cobra una significación notable. Nunca he visto otras consecuencias que aquellas ligadas al dolor por la pérdida, por el quiebre de un posible camino. Si he visto mujeres que han tomado decisiones, con mayor o menor lucidez, pero siempre pensando el difícil trance. Episodios que nunca terminan de ser digeridos, “duelados”, como suele decirse. Porque no es cierto que los duelos “se elaboren” hasta no dejar rastros. Los duelos se recomponen, se integran a la trama subjetiva, en el mejor de los casos dejando aprendizajes, pero no son “superados” acorde a la corriente líquida postmoderna. Si he visto sentimientos de soledad, de abandono por parte de los hombres, también por la familia. Y, como deslice antes, por los propios profesionales a quienes las mujeres suelen recurrir buscando ayuda.  

Como siempre sucede, habrá que esperar tiempos mejores. De lo que estoy seguro es que anoche hemos salido de una inhibición de la acción que nos condenaba a la pasividad. Y lo que es peor, a una cierta complicidad que nunca debimos aceptar. Complicidad que no implica necesariamente “militar” a favor o en contra, pues lo que los profesionales de la salud debemos ofrecer es un espacio para expandir ideas que ayuden a enfrentar lo que el suceder del vivir depara.

También sé que con estas líneas ganaré algunos oponentes, por qué no algunos enemigos. Nunca faltan las furiosas obsesiones de los puristas, generalmente llenos de odio. De todas maneras, tampoco tengo dudas que cerca del final de mi vida está bien que no deje pasar la ocasión para dejar mi testimonio. Que tal vez pueda servirle a alguien que desee volver a considerar este tema.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El reflejo tónico cervical asimétrico

Frenquelli unplugged / Clases Facultad de Psicología, UNR / 2017

Tesis Doctoral / Roberto C. Frenquelli / "Conociendo al enemigo oculto" / (II)