Creado por el mundo, va creando el suyo

 

Pasando el primer año

Creado por el mundo, va creando el suyo

 

Después del primer cumpleaños, el bebé inicia un tránsito sin prisa y sin pausa hacia a lo que corrientemente llamamos “nene”, el clásico deambulador todavía de pañales, camino a lo que antiguamente llamábamos “pre escolar”. Digo antiguamente pues ya en estos tiempos la escuela entra en la vida de los humanos muy tempranamente. Disfrazada, claro está, de ciertos neologismos impuestos por las modas y otros enjuagues, tales como “jardincitos” o “espacios” a los que nunca le falta el adjetivo de “maternales”.

Dejemos por ahora estas consideraciones, que aunque suenen un tanto odiosas, son muy necesarias. Pero ahora dediquémonos, simplemente, a estos bebitos, casi nenes. Dejémoslos ser, al menos un rato, lo que tal vez ingenuamente hemos entendido desde siempre. Sin contaminaciones de la sociedad capitalista, esa que se aferra firmemente a los departamentos céntricos, minúsculos, donde los niños viven arracimados en pequeñas habitaciones mientras sus padres, casi taxistas, viven llevándolos a “deporte”, “música”, “danzas”, “inglés”, “fonoaudióloga”, “psicóloga”, “catecismo” y otras actividades. Una verdadera locura, donde el calificativo de galopante es tan merecido. Pues padres y niños viven galopando de un sitio a otro. Lo mismo pasa en los poderosos “countries cerrados”, donde aparte de un pequeño ejército de “muchachas” , se han ido instalándose bien a tiro las antes denominadas “high schools”. Que no han tenido más remedio que abrir sucursales periféricas ante las migraciones de sus clientes. Todo sea por los niños… del Mercado.

Por supuesto, todo en aras de una buena formación, de una lícita preocupación. Dicho esto, créaseme, con escasa ironía. No hay mucho tiempo que perder. “Volvemos a casa tarde…, ya para la cena, cuando vuelve papá, para darnos un  baño y meternos en la cama”. The modern way of living, de los baby boomers de la postguerra ha sido ampliamente superada. Nada permitía imaginar esto a personas como la Montesori o la Pickler. Seguramente. Hay una “pedagogía” del postmodernismo. No hay con qué darle.

Ya no hay barrios, vecinos, abuelos. Al menos como los de antes. Ahora los abuelos son cuidadores, prestos a recibir niños envueltos en frazadas a las seis o siete de la mañana, cuando sus esmerados padres los dejan mientras pasan  para sus trabajos. Esto si tienen suerte. Suerte que no siempre es suerte, bondad. No es tan fácil tener abuelos dispuestos. O padres dispuestos a dejar a sus hijitos. Entonces están los “maternales”, con sus alegres y siempre sonrientes “seños”. Eso sí, allí se habla de “apego”, de “límites”, de “socialización”, de “sensibilización”. Inclusive de “inconsciente” y “represión”. Y si viene al caso, también de “Edipo”, del “rol de padre”. Y de “luquivenga”.

Esto que estoy pintando, tal vez algo excesivamente, es lo que alguien ha llamado “crianza tercerizada”. No es infrecuente ver que una mujer que cursa su primer embarazo, ya por el quinto mes, empieza a recorrer “jardincitos” a fines de evaluar presupuestos, junto a las caras de quienes se encargarán de su niñito.

Cerca del año y medio nuestro héroe camina bastante firmemente, sube escaleras con cierta ayuda de pasamanos u otros elementos, aunque las baja “de cola” haciendo gala de una buena dosis de prudencia que suele hacerse añicos con alguna caída estrepitosa. No son infrecuentes las visitas a guardias por cortes, chichones u otros eventos desagradables. No contento con esto, los bebés – nenes también practican el alpinismo hogareño: se suben a sillones, sillas, camas, cómodas, bibliotecas y todo otro pico de la geografía cercana. Rolar, gatear, tirarse al piso boca arriba o boca abajo, pasan a ser deportes posibles, menos de riesgosos. El juego puede ser la edición cotidiana de un petit infierno: les place tirar toda la parafernalia de chiches que inexorablemente se van acumulando. Es que el ruido les atrae, lo mismo que el propio acto de arrojarlos. Una y otra vez. El espacio cotidiano se transforma en un territorio tomado. Los padres también pueden terminar en una guardia, también por caídas. Pero no por torpeza. Si no por resbalones.

Afortunadamente, el niñito puede aprender a juntar pelotitas, autitos, números de color, piezas de diferentes puzles, baldecitos encastrables, animalitos y tantas otras variantes de lo que pretendidamente se suelen llamar juguetes. Todo un tema. Que dejamos también para otro momento.

Es ya un tiempo donde entienden claramente que se puede guardar, mantener cierto orden. Algo que también les da placer, sensación de dominio, lo mismo que de cierta armonía y tranquilidad. Ya es un tiempo donde pueden empezar a incorporarse ciertos valores, cierta percepción de lo que al otro le interesa sin vueltas. Por eso puede darle de comer a su peluche; ya no solamente por el deseo de afirmación del “yo también puedo”, si no por la búsqueda de la satisfacción de los padres ante sus avances, el “mira lo que puede hacer”. La imitación se empieza a complicar en una intersubjetividad más espesa. Por eso le puede encantar ayudar a poner la mesa, acarreando algún objeto que se le brinda para plegarse al  momento familiar. Comienzan lo que algunos llaman “sentimientos sociales”. Y con ellos, viene el “no”. Lo que se mira y no se toca. Lo que no le pertenece.

Claramente se advierte que primero se aprende el verbo. Luego la palabra. Lo que hace pensar en aquella fórmula del Fausto de Goethe: “en el principio fue el verbo”. Que en realidad debe entenderse como “en el principio fue la acción”. El bebé – nene aprende lo que en acto. La palabra, esa tan necesitada señora, siempre es engañosa. Si él se mueve, se traslada o es trasladado, es después “chau”. Antes que el “chau”, está la manita moviéndose alternativamente, en el clásico gesto de “adiós”.

No obstante puede mostrar un interesante arsenal de palabras, más o menos bien pronuncidas: mamá, mami, mamina; papá, papi; nona, nonna; nono, nonno; aquí - allá; tutú, auto; pipí, pájarito; guaugau, perro; noninoni, dormir y tantas otras. Los centros del lenguaje, bien trabados con los emocionales, están a pleno. Su capacidad asociativa es infatigable. Empieza a repetir palabras con frecuencia diaria, ligando lo fonológico sintáctico a lo semántico, en contexto. En vivo y en directo, ante el hecho concreto.

Empieza el humor. Hay chicos muy risueños. Otros no tanto. Por supuesto. No todos son iguales. Ni en tiempo ni en cualidades. Puede sorprenderse y reír si su mascota perruna estornuda, imitándola. Ceba mates con una paba destartalada y un vasito de yogurt, lo sorbe sin bombilla; también invita. Corre con algún “trofeo” (una cuchara de sopa, un zapato de los padres, un llavero, un par de peines, el collar de la perra) gozando de la travesura, incitando al “escándalo”.

Sonríe pícaramente cuando experimenta una erección al ser cambiado. Se interesa por el cuerpo de los otros. Le encanta tocar las panzas de sus padres, de algún otro si viene al caso. No es indiferente al cuerpo desnudo de su madre, de su padre. Observa atento, con cierta discreción que suele perderse en unos ojitos saltones.

Brinda con un “aluuu”, de sonoridad y porte digno de sus futuros asados con sus amistades. En la mesa familiar no se queda atrás a la hora de pedir el brindis, “aplaude al asador” mientras reclama solidaridad de los otros. Tanto, que resulta complicado no plegarse a su iniciativa. Reitera bastante; si bien puede parecer que supone que los elogios son para él, no quedan dudas que busca intencionalmente divertirse. Y ser aprobado por los grandes, que  a su tiempo, algo disimuladamente, también buscan lo mismo.

No pierde ocasión para alimentar a su amigo perruno, sobre todo si ya no tiene más ganas. Maneja grandes autos con una tapa de alguna olla o un plato, acompaña con el sonido de los motores. Busca objetos a pedido. Los lleva y los trae diligentemente.

Duerme menos que en sus primeros meses. Aunque esto es bien variable. Lo que es seguro es que cada vez le gusta menos desprenderse de la realidad. No es muy bueno para aceptar que ha llegado la hora del descanso. La cama de los padres empieza a ser una obsesión. Cada tanto está de visita por “la cama grande”. No digo esto como algo universal, seguro. Ya dije, cada caso es un caso.

Por eso…, un niño de este tiempo puede tomar la teta o no. Come de todo. Al menos de todo lo que le han ido dando. También tierra, pinturitas, pelos, hojitas. Si viene al caso, botones, tuercas, pedacitos de plástico, papel y algunos otros objetos no identificados. Empieza a ser bueno con los dulces. Lo mismo con lo salado. Puede distinguir la buena cocina. Canturrea al comer!

Besa. Puede mandar besos por doquier. Si es que está de “onda”, claro está. Si ha sido “sobornado” por un mayor que le ha pedido un beso a cambio de un caramelo, al día siguiente es capaz de “primerear” al mismo adulto con un beso mientras pasa frente a la misma alacena donde recuerda estaban los caramelos. Enseguida, sin perder tiempo, abre y cierra la boquita, acompañando con un “muaa”. Y desde luego, cobra su caramelo!

Nuestro bebé – nene ya está casi plenamente en el mundo. Un mundo que lo ha creado mientras él crea el propio. Ahora, casi casi, solo le faltará conocer la escuela, la universidad, el trabajo y algunas pocas cosas más. No creo exagerar.

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El reflejo tónico cervical asimétrico

Frenquelli unplugged / Clases Facultad de Psicología, UNR / 2017