Elizabeth Sorrribas - Luis Juri . Sus fallecimientos

 

Me he dispuesto a escribir esta Editorial tomando a Elizabeth y Luis en conjunto. Dos grandes e inolvidables Psicólogos.

 

Ambos pertenecen a una misma estirpe, a una misma época de la Psicología en Rosario. Por tanto se formaron bajo similares enfoques, también bajo iguales actitudes frente a la profesión y el conocimiento, lo mismo que ante la sociedad en general. Elizabeth se fue primero, ni bien entrado enero; Luis en abril, unos pocos días atrás. Fueron compañeros entre si en muchas actividades académicas y otros ámbitos extrauniversitarios como instituciones, grupos de estudio y jornadas.

 

Ambos fueron mis amigos en diferentes niveles de práctica como de profundidad. Puedo decir con orgullo que los conocí desde esos planos bastante bien, compartiendo intensamente y disfrutando a la par.

 

Ambos merecen ser recordados desde la Página de nuestra Cátedra. En tanto sin dudas fueron pilares de nuestro desarrollo. Sea en forma directa, en presencia; sea en forma indirecta, a través de sus enseñanzas en diferentes lugares y momentos.

 

Elizabeth estudió magisterio, habiendo ejercido en el nivel primario siendo muy joven en su Berabevú natal. Graduada como Psicóloga en las primeras épocas, abrazó el Psicoanálisis muy prontamente. Sus lecturas de estudiante aparecían permanentemente en sus ulteriores escritos y estudios. Recuerdo su interés por Kant, del cual había hecho un trabajo como alumna al que siempre actualizaba mientras indagaba en Transformaciones desde Bion y  el Rorschach. Lo mismo que sus menciones a Enrique Tepper, al que reconocía como un maestro de su clínica, recordándolo con gratitud y admiración.

 

Fuente inagotable de comentarios, era capaz de mezclar en las conversaciones corrientes temas de alto nivel de abstracción sin pecar de soberbia academicista, ni cayendo en la mención fría e ininteligible o en la simplificación banal.  Era oportuna, atenta y considerada; sabía preguntar y reflexionar sobre lo que se le decía.

 

Un párrafo aparte merece su dedicación al Rorschach, un instrumento que le valió aportar genuinamente al diagnóstico y, fundamentalmente, a la investigación. Junto a su entrañable amiga, Sofía Slullitel, formó junto a muchos colegas la Asociación de Rorschach de Rosario. Reconocida internacionalmente, fue Vicepresidente de la Asociación Internacional de la especialidad.

 

Armó la Asociación Argentina de Estudio e Investigación en Psicodiagnóstico; a mi criterio su mayor aporte, tanto en ideas como alcances. Pues no solamente difundió esa rama del conocimiento por todo el país, sino que también supo liderar una de las pocas instituciones de neto corte federal en nuestro país.

 

Extendió su obra por numerosos trabajos y presentaciones en Reuniones, Jornadas y Congresos; por revistas y libros.  En el último de ellos, “Camino hacia el interior” (UNR Editora, 2011) hizo un intento de revisión de todo lo que había pensado: Bion, Rorschach, Arte, Psicoanálisis, Espacios Mentales, Experiencia mística y Transformaciones.

 

En nuestra Facultad nos dejó la Carrera de Especialización en Psicodiagnóstico, que lleva concretada una serie de varias cohortes, donde participan docentes de diversos puntos del país.

 

Fui su alumno, primero en un grupo donde estudié Freud “a la letra” junto a queridos amigos durante muchos años a razón de varias horas semanales; luego supervisando mi labor clínica en psicoterapia; también compartiendo mesas redondas y otras actividades casi siempre ligadas a su ADEIP y  hermosos congresos anuales. Supo entender mis intereses navegantes entre la Medicina y la Psicología; inteligente e integrada podía ver bastante más allá de las comunes visiones canónicas casi siempre tan estériles como inhabilitantes.

 

Confió en mí como Médico, la atendí durante décadas, lo mismo que a sus inolvidables Roberto y Teresita, su esposo y madre respectivamente. Pasamos muchos cumpleaños y reuniones de amigos o familiares. Conocí su casa de campo, con su molino, su bosque y su tanque australiano. Le gustaba mucho nadar. Era gran anfitriona y, posiblemente, generosa y tolerante en demasía. Nunca me faltó su palabra de aliento ante mis empresas o mis dolores. Buena confidente, conoció mi familia del presente e incluso parte de la mi futuro. Murió enseñando, ya no Psicoanálisis, sino actitud ante la vida.

 

En apretada suma, tuve la suerte de estar a su lado. Cosa que se mantuvo hasta casi su postrer aliento vital. Su presencia como maestra, como colega y amiga siempre estuvo y estará  implicada en mi gestión como Profesor de la Facultad de Psicología. Por eso debemos agradecerle.

 

Luis era  mendocino, de la capital provincial. Pero su verdadero nombre era su apodo, como cariñosamente lo llamamos todos: Turco. Como se sabe, en tiempos de las grandes inmigraciones los sirio libaneses que llegaban a nuestras costas eran llamados “turcos”. Un problema de atribución de identidad lamentable, casi un atropello impuesto por la ignorancia y cierta xenofobia que imperaba en nuestras abarrotadas aduanas de principios del siglo XX.

 

Pero el Turco no tenía esos problemas de identidad. Era un Psicólogo cabal. Me cuesta encontrarle parangón. Firme conocedor del Psicoanálisis, desde Freud hasta Klein, pasando por la Escuela Argentina y algunas otras, era un relojito a la hora de teorizar. Y  por sobre todo, sabía afinar su instrumento en la práctica. Trabajaba desde el Psicoanálisis con amplitud, podía incursionar en diferentes aspectos de la clínica sin dificultades. Recuerdo que no sin ironía solía decir algo así como: “a mí, a la hora de recibir las mayores críticas, lo más liviano que me pueden decir es que soy ecléctico”. Luis no era tibio ni tontamente moderado. Era equilibrado. Por cierto que elegía, por cierto que terminaba por quedarse con alguna idea más que con otra. Pero tenía eso, síntesis, armonía. En el tramo final de su rica carrera profesional se convirtió en un teórico del Apego. Posiblemente “Teoría del Apego para psicoterapeutas” (Psimática, 2011) haya sido su obra preferida. Me parece que en ella condensó su clínica tan firme como dúctil y fina.

 

Mi primer contacto con el Turco fue cuando a instancias de Coco Fuks lo tomé como supervisor de mi tarea psicoterapéutica. Trabajamos varios años, semanalmente. Recuerdo nítidamente su preocupación por la oportunidad y calidad de las intervenciones, su modo simple y facilitador para alguien como yo que se estaba iniciando. Hacía fácil la teoría a la hora de encontrar ejemplos basados en el material. Cuando todavía casi todos se escondían a la hora de tomar un paciente con una hora semanal Luis lo recomendaba en diferentes situaciones clínicas. Era fuerte y podía decirlo sin temores. Al recordar esto pienso que entendía a la Psicoterapia como de de nivel lógico superior al Psicoanálisis. No me refiero al Psicoanálisis como teoría del hombre, al que seguramente suscribió siempre como fundante de su pensamiento. Me refiero a la Psicoterapia como “superior” en tanto nivel lógico diferente, abarcativo,  incluyente del Psicoanálisis como “dispositivo”. Si bien reconocía su ubicación en cierto paradigma, sabía flotar con destreza en el mismo, poniéndose un tanto al costado del mismo, autobservándose. Muchas de estas ideas las recogió en “El psicoanalista neutral, ¿un mito? (Homo Sapiens, 1999).

 

Mucho antes de llegar a las ideas de Bowlby trabajó varias otras. Era sólido teóricamente, muy buen lector de un Freud también “a letra”, como me gusta decir para diferenciar bien a los macaneros hoy tan en boga que tras pronunciar dos palabras de Freud siguen con un rosario de fraseos lacanianos. Se acercó al Psicodiagnóstico; desarrolló un test para aplicar a la psicoterapia de parejas, que llamó “Test de la Pareja en Interacción”, publicando en 1979 por Nueva Visión.

 

Por nuestra cercanía compartida con Mario Marrone hicimos muchas cosas asociadamente. Vino varios años seguidos a nuestra Cátedra, dictando clases magistrales sobre Teoría del Apego en su vinculación con la Etología y la Biología moderna. Conocía  estos temas pues era un lector interesado en lo que pasaba allende las fronteras de su métier. Para él, la Ciencia no era un monstruo oscuro y retorcido. Participó de una Jornada que hicimos en la Facultad en los años 80, llamada “Etología en Psicología”, junto a Mario y su entonces esposa Nicola Diamond donde también participaron otros docentes de la Facultad. También organizamos las Primeras Jornadas Rosarinas sobre Apego, con Mario y Nicola, bajo el signo de la International Attachment Network.

 

Fuimos compañeros del Grupo de los Lunes, una actividad clínica que mantuvimos por más de veinte años junto a I. Abecasis, V. Ferris, J. D´Angelo y D. Caratozzolo. Publicamos dos libros, compartimos un montón de casos y tomamos varios vinitos.

 

Como dije fue compañero de Elizabeth. Creo que terminó su carrera unos años después que ella. Pero compartieron las épocas de los viajes a Buenos Aires, también en Rosario; estuvieron juntos en grupos de estudio y desarrollaron cierta amistad. Ambos tenían un fuerte respeto por figuras como R. Horacio Etchegochen o G. Klimovsky.

 

Entiendo que ha sido un acierto escribir sobre ambos en conjunto. No meramente por la coincidencia temporal de sus finales materialmente hablando. El acierto radica en mostrar dos figuras sólidas en su plasticidad, firmes en sus desarrollos diversos, apasionadas sin fanatismos. Figuras que bien vienen para estos tiempos de indigencia. Cuando muchos estudiantes de la carrera creen que en la universidad “todo es gratuito y del pueblo”, incluyendo la obtención del título. Esos chicos que han llegado a creer que la carga horaria de una carrera habilitante para una profesión de alto contenido social puede ser menor que la de un niñito en el Jardín de Infantes cuando cursa su primera semana de adaptación. La ética, la general y la universitaria no se declama. Se ejerce. Y para ello se debe empezar por intentar imitar sus espíritus, como dije varias veces “durante varios años a razón de muchas horas semanales”. Después de imitarlos podrán vendrán mejores instancias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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