La teoría del apego entre la perspectiva psicoanalítica y la psicología del desarrollo / Roberto C. Frenquelli
ISSN 2422 7358
Seminario
“La teoría del apego entre la perspectiva psicoanalítica y la psicología del desarrollo”
Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli / 2016
Espero dejarles algunas ideas que trasciendan lo que se entiende meramente por la Teoría del Apego. Por eso el título “La teoría del apego entre la perspectiva psicoanalítica y la psicología del desarrollo”. Si uno quiere leer sobre Apego, como de cualquier tema de la carrera, las cosas están suficientemente elaboradas en textos o revistas. Estudiar una teoría es una cuestión que puede tomar años, toda una vida. Las personas que toman responsablemente una teoría, como puede ser la del Apego, usándola en su práctica profesional, siempre han hecho una intensa formación en el posgrado; a la que se han dedicado muy rigurosamente.
Pienso darles un pantallazo como cuando se entra a un museo, por ejemplo el del Prado, y les muestran los salones; salen de allí mareados, casi seguro registrando solamente el veinte por ciento de todo lo que les dijo el infaltable y sabihondo guía. Pero por lo menos saben dónde está el museo, las obras que pueden ver y, además, con la posibilidad de la sincera promesa que de volver. Eso es más o menos lo mejor que nos suele pasar en el pregrado; ese bachillerato honorificado, que no es más que una serie de visitas a materias. Que en el mejor de los casos abren una especie de orden conceptual, de mapa habilitante para salir a recorrer un campo. Uno de los grandes errores de los iniciados es adherirse rápidamente a ciertas teorías; tal vez inevitable, aún necesario para ciertos casos de búsquedas por la identidad, no deja de ser importante para un docente señalar una y otra vez esta humana tendencia, madre del fanatismo y la ignorancia. Durante más de tres décadas en esta facultad me ha sorprendido la mimetización de los jóvenes con ciertas teorías. Y es allí donde encuentro el más grave pecado de muchos docentes: fomentar la adhesividad mimética, paradojalmente en nombre de un supuesto espíritu crítico y agudo.
La Teoría del Apego es muy interesante para la práctica clínica. Concita en Argentina y en Latinoamérica, incluyendo a España y por qué no a Inglaterra y otros países sajones, un creciente interés en la práctica clínica.
De entrada quiero decirles que pueden leer desde muchos lugares; pero en la página Web de la cátedra, entrando a “Grupos Especiales- Desarrollo Temprano” van a encontrar trabajos. Lo mismo yendo a “Biblioteca- Sobre la Obra de John Bowlby”. Yo he dado este tipo de clases, en distintas versiones, desde 1984. O sea que hace muchos años que trabajamos la Teoría del Apego. He escrito y publicado. Esta de hoy es la primera vez que la brindo en esta materia que llevamos desde la reforma del plan de estudios actual, “Neuropsicología y Psicología del Desarrollo”.
En realidad siempre lo hice en parecida dirección; pero cuando la materia tenía un alcance más restringido me cuidaba de no ingresar en algunos terrenos linderos a los fines de no molestar, como hacíamos con mis primos en las siestas de los veranos de vacaciones cuando nos tentábamos para entrar a las quintas de los vecinos, propiedades ajenas que nos parecían mucho más misteriosas de lo que realmente eran. Éramos por entonces “Psicofisiología”, una materia erróneamente adscripta por casi todo el mundo como “biológica”. Nosotros nos cansamos de explicar que “biología” no es lo mismo que “lógica de lo viviente”, expresión a la que siempre hemos suscripto. Era cuando nos animábamos a decir que aquella materia tenía mucha más psicología que tantas otras de la carrera.
Pero ese cuidado también tenía un otro sentido: cuidar la cabeza de los estudiantes que tenían que ceñirse a ciertos contenidos para poder rendir; no queríamos confundirlos con un discurso más abarcativo. Nuestro medio es partidario de lo monodisciplinar, de las quintitas bien separadas. Ahora, al ingresar en Psicología del Desarrollo estamos obligados a darle un poco más de vuelo al tema.
Uno de los trabajos que pueden ver en la página, tal como mencioné, se llama “La teoría del apego en nuestra cátedra….” En el mismo historizo las razones por las cuáles me interesó el tema. Casi apresuradamente, por una cuestión de honestidad, debo decirles que no soy un ferviente partidario de la Teoría del Apego. Sí he sido un aceptable lector y seguidor de su discurrir. No soy un hincha fanático, no soy un “attachólogo”, tal como se autodenominan algunos, sin duda abusando del idioma al crear un feo neologismo.
Attach tiene que ver con ajustar, asegurar, unir; también con conectar adjuntando o asociando; con fijar, anexar, adscribir; lo mismo que establecer lazos emocionales o de lealtad. Más allá los neologismos, donde también tenemos el muy actual “attachado” de los documentos adjuntos en los mails, sabemos que coloquialmente el término “apegado” se usa corrientemente. Escuchamos que “fulano es muy apegado a su familia, a su madre, a su equipo de fútbol o sus calcetines viejos”…, a quien sea! Es casi sinónimo de “pegado”, como derivación simplista de “apegado”, no sin cierto matiz irónico. Definitivamente, lo diré de entrada, attach no es una palabra inglesa fácil de traducir al castellano sin caer en cierta posibilidad de quedar cerca de chabacanas interpretaciones, cuando no sonando a cierto infantilismo.
No obstante es de uso coloquial corriente. Más en la actualidad cuando cierto tipo de consideraciones sobre la crianza la han extendido a meras descripciones que la asocian a ideas que podríamos llamar voluntaristas acerca de la manera de vivir junto los bebés, en familia. Entonces apego aparece referido a prácticas como el colecho, las lactancias prolongadas y otras cuestiones. Que no discutiré en este momento pues su abordaje riguroso impone desviarnos del eje que por razones de claridad expositiva conviene seguir ahora. Solamente diré que este tipo de apego no es claramente a lo que se refieren las ideas originales de Bowlby y sus seguidores más destacados. Son versiones que más allá de las certezas que a su favor supuestamente puedan invocarse le dan el carácter de “estar todos juntos”, en contextos cercanos a la indiscriminación o la simbiosis. Debo decir que ninguna teoría se salva de la banalización. Se lo puede banalizar a Lacan, a Piaget, a cualquiera. Pero en este caso, attach necesariamente traducida como apego es inductora de banalizaciones, a versiones light. Donde todo un edificio teórico queda mezclado bajo el imperio ciertas locuras, modas “posmo” o versiones new age y otras extravagantes posturas.
Es menester entonces entrar en lo conceptual. Para esto, elijo considerar un punto centrado en una obra de Freud: “El interés por el psicoanálisis”, de 1913. Consta de varios capítulos, dedicados a considerar conexiones con las ciencias del lenguaje, la filosofía, la biología, el arte, la historia de la cultura, la sociología, la pedagogía y, por fin, la psicología evolutiva (que es una sinonimia del desarrollo). Es cuando Freud alude a valiosas ideas de su cuño, centrales para su teorización, que bien valen para nuestro quehacer. Voy a una cita:
“El psicoanálisis tuvo que derivar la vida anímica del adulto en la del niño, tomar en serio el aforismo “El niño es el padre del hombre”. Ha rastreado la continuidad entre la psique infantil y la del adulto, pero también notó las trasmudaciones y los reordenamientos que sobrevienen en ese camino. La mayoría de nosotros tenemos una laguna en la memoria de nuestros primeros años infantiles, de los que conservamos sólo unos jirones de recuerdos.”
Este párrafo, leído sin mayores pretensiones, no agregaría un ápice a lo que Ustedes conocen. Sin embargo, a poco que se detengan, hinca en lo más profundo de posibles grandes temas del Psicoanálisis. Que a su turno, merecen tratarse buscando ampliar sus alcances y bases conceptuales. Pensado, claro está, que no es una teoría “terminada”, “completa” y “sin brechas”. Aunque algunos de sus supuestos seguidores se llenen de la boca para afuera con que siempre hay “falta”, incompletud o inconsistencias.
El Psicoanálisis merece seguir siendo pensado, investigado, probado. Sobre todo frente a las circunstancias cambiantes de la Cultura. Hablar de “psicoanálisis hoy” no debe ser un mero sello para repetir viejas letanías. Debe ser un espacio para renovarlo asentado en sus legítimas bases. Tal como dice Freud acerca de la psique: advirtiendo “las trasmudaciones y reordenamientos que sobrevienen en ese camino”. Felicísima oración donde hay una idea sobre la constitución de la subjetividad. Que debe ser honrada en la acción, no en los meros efectos “discursivos” de la pura retórica.
Hay un Psicoanálisis del Desarrollo, pero también hay un Desarrollo del Psicoanálisis. En este punto Bowlby hace impacto en tanto su teorización implica muchos horizontes para el Desarrollo, entendido como Devenir. Desarrollo es un término al que se le ha criticado como adscripto a una supuesta mecanización, con pasos rígidamente establecidos, inexorables; al estilo de una perspectiva positivista donde habría una búsqueda afanosa de lo constante, de regularidades y predicciones infalibles. Nosotros entendemos que desarrollo no es necesariamente una escala limitada y limitante, encorsetando la singularidad. Desarrollo puede entenderse como devenir, es decir como cambios donde hay siempre lugar para la contingencia asentada en cierta disposición general, en un cierto determinismo. Desarrollo no es mera descripción fenoménica, no es filigrana inútil acerca de “lo esperable”. Desarrollo, así entendido, es complejidad creciente, alta interactividad, posibilidad de la emergencia de lo distinto.
No hay dudas que los viejos esquemas de la Psicología Evolutiva han quedado atrás. Hace unos días, una Psicóloga estudiosa de estos temas nos decía: “hoy se han quemado todos los papeles…, no podemos esperar el niño de los textos de hace unos años…” Cualquiera sabe que los nativos digitales tienen otra forma de percibir, de procesar, de decidir. No es que los niños de este tiempo sean más o menos inteligentes, más o menos tecnodependientes, más o menos “vivos”. Lo que es cierto es que las condiciones de vida han cambiado totalmente, aun aceptando los bolsones de pobreza, las desigualdades y otras violencias de la época. Los determinismos genéticos, el desarrollo ontogenético – aquel que sigue la filogenia – siguen siendo los mismos. Pero la Cultura va cambiando a pasos agigantados. Y eso se nota en el desarrollo. Y nos pone frente a exigencias de trabajo ante la responsabilidad que nos compete desde las demandas de la población. Sabemos bien que el concepto de niño va cambiando con las épocas, lo mismo que el de crianza, que el de familia. Y es allí donde aparece lo distinto, con sus incógnitas.
Bowlby pensó muchas cuestiones sobre desarrollo. Y mucho más todavía quienes han continuado trabajando sus ideas. En este aspecto cabe destacar que algunos lo hacen desde el psicoanálisis, en tanto otros desde el cognitivismo; investigando en marcos inferenciales de base empírica desde la clínica o los procesos básicos, a veces en estudios prospectivos. Muchas líneas están ligadas a Memoria, Atención, Emoción, a Lenguaje.
Justamente en el texto recién citado hay referencias a la Amnesia Infantil, a los contenidos reprimidos, al inconsciente como disposición. Valga la redundancia, desde estas nuevas perspectivas, de las que como quedó dicho el psicoanálisis no está ausente, resulta complicado pensar que la Amnesia Infantil se deba lisa y llanamente al imperio de la Represión. Al menos como concepto autosuficiente. No cabe duda que esos “jirones de recuerdos” pueden ser útiles para trabajar desde la postura del “infante reconstruido”, al estilo del intento que palmariamente se nota en el historial del Hombre de los Lobos. Donde Freud se esfuerza denodadamente por llegar a confirmar la veracidad de la observación de la escena primaria por un niñito de corta edad acorde al relato de un adulto de más de veinte años en análisis; un esfuerzo que continuó a lo largo de toda su obra. Su clásica expresión “non liquet”[1] atribuida a los jueces de la antigua Roma, deja en claro su abandono de la búsqueda de la verdad material por la verdad histórico vivencial que se trasunta en verdad psíquica, donde no es ajeno el cincelado de la resignificación a posteriori, del après coup.
Por supuesto, dicha Amnesia corresponde a los tiempos anteriores al establecimiento del Lenguaje Digital, por ende a la configuración de la Memoria Declarativa, Explícita, en sus dos variantes, la Semántica y la Episódica. Dicho en otros términos, la Amnesia Infantil se origina por la ausencia de la Conciencia ligada al Lenguaje. Por la ausencia de la Conciencia Abstracta.[2]
Pero hay otras Memorias, Implícitas claro, de configuración anterior a la Declarativa, muy vinculadas a las Emociones, asociadas al gesto, a lo preverbal; de fuerte y decisiva presencia en nuestro modo de enfrentar el mundo. Son las que forman el llamado Lenguaje Analógico Icónico, muy anterior al Digital. Modalidades que bien pueden llamarse pictográficas en tanto correlacionan con el concepto de Representación Cosa, como complejos de imágenes y emoción, tan bien descriptos en “La interpretación de los sueños”. Es dable pensar a esas Representaciones como primeras inscripciones que configuran el Inconsciente no reprimido.[3] Que están lejos de alcanzar el estatuto de las Representaciones Palabra.
Todo esto no implica que en la teoría del apego haya un abandono del concepto de Represión, tanto en su versión Primaria, también llamada Original, como Secundaria. Mucho menos del concepto de Inconsciente reprimido. Solo que lo conceptualiza desde lo informacional, sustituyendo la idea de la Represión como juego de cargas y contracargas, al modo de la concepción económica de su metapsicología. Esto es lo que da lugar a su concepto de Exclusión Defensiva. Volveremos sobre este asunto. Hago la referencia para ir instalándonos en el corazón de este seminario, en el punto central donde deseo acicatear ciertas ideas dadas como definitivas, cual verdades materiales sin vuelta.
Bowlby se animó a pedirles prestado a otras vertientes de la Psicología y otras fuentes del conocimiento. Tal como hizo en propio Freud cuando inventó el psicoanálisis. Conocía, por ejemplo, la obra de Tulving acerca de memoria, ya en los albores de lo que hoy entiende como Cognitivismo. Y pudo pensar cosas para su modo de entender psicoanálisis y desarrollo. Lo mismo hizo con los aportes de la Cibernética de Wiener o la Etología de Lorenz. O de la misma Psicología Genética de Piaget.
Propuso pensar en un “infante observado”, no únicamente “reconstruido” desde la sesión analítica, sino ahora visto en prospectiva. Tuvo la valentía intelectual de teorizar fuera de la sesión de análisis. Pasó al campo de la observación del niño en su ambiente, que llamaba de “adaptación evolutiva”; propuso estudiar desde el contexto, que dejó de ser un pálido reflejo de la realidad deformado por el espectro de las proyecciones desde el llamado “mundo interno”.
Por cierto, antes de Bowlby, la gigantesca obra de Klein había terminado de llevar el psicoanálisis a los niños. El gran maestro de Viena ya había incursionado desde lo que lograba colegir en el relato del padre de Juanito o desde su propio nietito Ernst con el juego del hilo y el carretel, en sus construcciones del análisis de adultos. Pero Bowlby incide en el conocimiento con una cuña que lo lleva a los estudios prospectivos, tanto individuales como poblacionales. Trabajaba con pacientes, por supuesto. Pero abre las bases a la investigación empírica desde los pequeños y grandes grupos humanos. Como puede ser observar el juego de los niños en una plaza, en los orfanatos, en la misma calle. Su gran colaboradora, Mary Ainsworth, observa niños jugando en plazas de sitios tan distantes geográficamente, tan cercanos en lo inherente a lo humano, como Estados Unidos o Uganda. En este aspecto son continuadores de la senda que ya había transitado el gran René Spitz, con la fotografía y las filmaciones de niños en situaciones particulares, algo ya muy distante de los datos inferidos desde la sesión analítica clásica.
Nunca dejó de considerarse un psicoanalista. No abandonó el seno de la Asociación Británica de Psicoanálisis, de la que llegó a ser Vicepresidente. Trabajó en la famosa Clínica Tavistok de Londres, toda una leyenda del psicoanálisis, llegando a dirigirla. Pensaba que una ciencia se define por su objeto de estudio, para el caso del psicoanálisis, el inconsciente; no por ciertos operadores teóricos derivados, como podrían ser el Edipo, la Castración, el Narcisismo u otros. Por eso se animó a replantear la Teoría de los Instintos, revisándola. Es cuando inventa el concepto de Apego, como una tendencia humana a establecer lazos estables y duraderos de seguridad con otro sentido como más fuerte y experto. Considerándolo una motivación a la altura de la Sexualidad. Se asienta nítidamente en Darwin y su visión de la Evolución. De las vicisitudes del Apego, que no es un concepto limitado al infante, sino que atraviesa toda la vida de un Sujeto, entiende que se desprende toda la psicopatología. Para él, el Apego es primario, lo que supone que no es derivado de otras motivaciones.
Como ya fue dicho, no debe entenderse que Bowlby negaba ciertos conceptos que señalamos arriba. Lo que sucedía es que prefería estudiar lo que se iba abriendo a sus “inventos”[4], entendiendo por tales sus conceptualizaciones desde la Clínica. Se dedicaba a pensar, a reformular la Metapsicología, antes que a reiterar sobre lo establecido. Era, sin dudas, un gran irreverente. De este modo, desde mi inmodesta perspectiva, era más psicoanalista que muchos de sus pares.
“Interés del psicoanálisis” es un texto fecundo, pues en el mismo se ofrece el psicoanálisis a otras ramas del saber. Sin embargo algunos piensan que es uno de los tantos errores que habría cometido Freud. Recuerdo que en mis comienzos en esta facultad había un profesor que repetía ante sus alumnos el conocido latiguillo “no conviene saber de otros saberes”. Estos venían furiosos a mis clases, “como si” estuvieran amparados por ese lema dogmáticamente esgrimido. Pretendían decirnos no sin torpeza “… fuera la Biología, fuera la Medicina, fuera la Cognitiva, quedémonos con un psicoanálisis cerrado e impoluto que es el que nuestro profesor nos brinda”. Postura solipsista, fanática, que podría justificar un único profesor, una sola materia, una sola idea. Una posición lisa y entrópica que no tiene nada que ver con las enseñanzas del propio Freud.
Voy a dar pequeño salto, corriéndome un tanto de lo que vengo diciendo. Pueden tomarlo como una afirmación personal, aunque también puedo argumentar a su favor desde lo teórico - académico. Diré que el deseo de tener hijos es universal. Seguramente han escuchado sobre el tema de los universales, de los particulares; de lo necesario, de lo contingente. Freud supuso varios universales, como el Complejo de Edipo. Soy consciente de que puedo generar alguna polémica. No es mi intención fomentar agrias discusiones como las que actualmente suelen desencadenarse en las redes sociales, incluso en los Congresos como sucedió hace pocos días aquí mismo en la Facultad, con temas que rozan la temática de género y afines. Mi expectativa es otra; quiero dejar puntos que puedan servir para espesar la trama de significaciones, ayudándonos a crecer en el pensarnos. Tener hijos, formar una familia, es un deseo que se enlaza con el intento de enfrentar la muerte, de prolongarnos en la existencia desde nuestra descendencia. Es un deseo bien implantado en nuestro inconsciente, va mucho más allá de la mera disposición voluntarista, consciente. Esto que digo no es de novelitas rosa, como aquellas de Corín Tellado[5]; no tengo la ingenua idea de que un hijo venga a salvarnos cumpliendo mandatos divinos, mucho menos a condonarnos deudas. Cito a Aurora Pérez - una psicoanalista de la escuela argentina - en un artículo muy recomendable llamado “Vínculo temprano y establecimiento del psiquismo temprano”:
“El significado otorgado al hijo, en estadios más maduros de la mente, como el de trascender en el tiempo a los padres, más allá de la finitud de éstos, pareciera confirmar que el deseo del hijo está relacionado con un contradecir la propia muerte”.
Si trazamos un plano de coordenadas cartesianas, podremos pensar en un eje vinculado al movimiento, que podríamos llamar del padre; en otro, vinculado a la estabilidad, llamado de la madre. Diré rápidamente que aludo a “padre” y “madre” como funciones no ligadas estrictamente al sexo genital de los progenitores. Aunque justo sea decir, al menos en mi perspectiva, que la anatomía siempre tiene que ver en estas cuestiones. No adhiero plenamente a aquello de “anatomía es destino”; sin embargo creo que conviene tenerla en cuenta. En la cuenta de la vida, de nuestra historia y sus aconteceres. Por ahora es así, nacemos con un determinado sexo, predominante, dentro de la naturaleza bisexual[6] que nos caracteriza. Los varones tenemos una configuración genética; las mujeres otra. Eso no cambia. Aunque después todo pueda cambiar en lo imaginario, en lo simbólico.
Entre estos dos ejes, cual una bisectriz que emerge del ángulo recto entre abscisa y ordenada, ubicamos al niño. Lo representamos en un movimiento en espiral, que podría pensarse como ascendente; supone la constitución de su subjetividad, única e irrepetible, en proceso. Podemos pensar en los viejos pero útiles términos de la psicología clásica: la formación del carácter sobre la base disposicional que aporta el temperamento. Se configura el prisma desde el cual ese niño verá el mundo a lo largo de su existencia. Es más, ese prisma es también pasible de ser pensado como su propia existencia. Hay una identidad entre carácter y existencia. A su vez, entre el eje de padre y madre se establece otro movimiento, otro proceso: primero el encuentro entre enamorados, luego en la conyugalidad atribulada ante la emergencia conmocionante de ese vendaval que es el nacimiento de un hijo. Que pone a la familia, tanto su centralidad como en su periferia, ante ese trabajo fenomenal que es la crianza.
Crianza que obliga a la familia a replantearse en concreto toda su organización. La crianza humana es hipercompleja. Empieza con un largo embarazo; la placenta toma los intercambios necesarios para sostener el producto de la gestación. Gestación que también se da, como no podría ser de otra manera, en los planos del psiquismo. El nacimiento del niño puede pensarse mucho antes del parto. Es parido en la trama fantástica de sus padres y el resto de la familia. El embarazo es un tiempo de cierta maternidad y paternidad interior. Una vez afuera del útero, una segunda placenta viene a gestarse para seguir la gestación. En el paso del medio acuoso del interior al medio gaseoso del exterior sobreviene el trauma del nacimiento. Aunque ese trauma se haga bien real en el sublime momento del alumbramiento, el trauma ya ha comenzado en el mismo día del primer flechazo de los enamorados. Allí ha nacido un pacto implícito por un cierto Mesías que vendrá a conmover la vida de todos los que lo soñaron. Un largo período de dependencia se abre, el bebé – aunque con toda su capacidad de iniciativa intrínseca a su condición no pasiva – necesita de la asistencia ajena. Todo sucede tal como rezan los versos de un afamado chachachá que tan bien canta Eydie Gormé con Los Panchos:Primavera, la espera.
Verano, la mano.
Otoño, un retoño.
Invierno, un infierno.
Eso es el amor.
El concepto de crianza ha variado a lo largo de los tiempos, lo mismo, claro está, que el de niño. No descarto que el deseo de hijo, en tanto universal, siempre ha sido el mismo. Solo que las modalidades han ido cambiando. El héroe de la Guerra de Troya, Aquiles, hijo de la diosa Tetis y el mortal Peleo, no vino al mundo desnudo del todo: seguramente traía cierto mandato que fue bien incrementado por sus pares de la época. No solamente tenía que ser joven y bello, astuto y valiente; tenía que ser el mejor y, trágicamente, para cumplir con todo lo exigible para un héroe, debía morir joven. No crean que esto es una digresión innecesaria; todos venimos al mundo pensados como Mesías, como Aquiles, como nobles justos y justicieros del narcisismo herido de nuestros padres. Que mejores palabras, que aquellas de “Introducción del Narcisismo”, del Freud de 1914:
“El niño debe tener mejor suerte que sus padres, no debe estar sometido a esas necesidades objetivas cuyo imperio en la vida hubo de reconocerse. Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él, y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación. His Majesty the Baby, como una vez nos creímos. Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el varón será un grande hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre. El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su trasmudación al amor de objeto revela inequívoca su prístina naturaleza”.
Palabras que tienen un lugar tan clásico que hasta pueden resultar algo trilladas. Aunque nunca menos justas. Sin embargo lo de “His Majesty the Baby” nos pone de cara a ciertas consideraciones. En primer lugar, el investimiento narcisista es algo absolutamente inevitable y necesario, tampoco resulta de entrada una operación alegre y seguramente felicísima. Al contrario, ese imaginario se expone, también en forma inexorable a su ruptura, a su caída. No es sustentable por sí mismo. Siempre estamos expuesto a una grieta, a una falta, que se patentiza entre el “bebé soñado” y el “bebé de la realidad”. Y si no, vayan a preguntarle qué cosa sienten los padres tras varias noches sin pegar un ojo, anonadados ante el llanto del bebé. En segundo lugar, no todos los niños son majestades; no podemos suponer esto en muchos casos, independientemente de aquellos nacidos en contextos de extrema pobreza, de hacinamiento, violencia e ignorancia. Resulta tragicómico pensar en un niño – majestad, príncipe o princesa, en situaciones de severo desvalimiento. Donde la pobreza, en muchos casos, no se limita a lo meramente económico. Por otra parte, podríamos decir en tercer lugar, que el concepto de niño y de infancia no han sido comunes, invariables, a lo largo de la historia. Sabemos que el niño de la llamada Modernidad “sólida” no es el niño de la Modernidad “líquida”, donde el Estado garantía ha desaparecido transformando al niño en mercancía.
No es lo mismo un niño de los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado, de la postguerra, que un niño de hoy, en medio de la pasarela postmoderna. Mucho menos si pensamos en un niño de la Edad Media, del Renacimiento, de los inicios de la Modernidad y la Ilustración. Uno puede pensar en la influencia de Rousseau, en Pestalozzi, en Montessori; vislumbrar el nacimiento del niño que debería ser objeto de cuidados en la familia, pasible de ser tallado como un diamante como condición fundamental del progreso. Con la protección del Estado que espera la mejor devolución desde él. Uno puede pensar en el niño de las propagandas de hoy, ese niño de la eficiencia, bello y resplandeciente en láminas lustrosas al estilo “cartón pintado” de nuestra televisión y “redes sociales”. Son niños diferentes, no hay duda. Debemos pensar que el concepto de niño, de infancia, es una construcción histórico social variable. Y nuestra postura, advertidos ante estos cambios, debe ser necesariamente crítica.
Sin embargo, personalmente creo que siempre el niño ha sido niño. No es que el niño recién aparece con la Modernidad. Tolerar su llanto siempre debe haber sido complicado, lo mismo que resistir la gran pena ante sus enfermedades y muerte; también siempre debe haber ha encendido corazones su sonrisa, con sus logros, con sus picardías. El “grito primario” por la madre, el refugio seguro de los brazos del padre, sin vueltas, están inscriptos en la materialidad de la carne atravesada por la emoción. Desde tiempos inmemoriales. Es muy aventurado sostener que la angustia frente a la crianza es un producto construido en los últimos doscientos o trescientos años. La angustia humana es tal desde los albores de la hominización. El niño viene al mundo con su sonrisa social, con sus reflejos de prensión, de búsqueda, de succión; con sus candorosos ojazos y formas redondeadas; en fin, con todo su set pre programado en búsqueda de la seguridad, la templanza, la ternura. Esto, insisto, es característico de lo humano en devenir. No puede ser de otra manera. La consideración de la Teoría de la Evolución es ineludible; de otro modo, seguramente, sin el ahínco por la supervivencia no estaríamos aquí ahora. Se sabe: primero sobrevivir, luego vivir. Y aquí estamos, abiertos al porvenir. Siempre ha habido madres y padres empeñados en la difícil tarea de la crianza. Que antes que nada, no implica otra cosa que enfrentar el desvalimiento.
Así como hay un niño ubicado solamente en la perspectiva intrapsíquica, como vemos en Freud o Klein; así como podemos pensar un niño encajado en la trama intersubjetiva del “discurso de los padres”, al estilo de Lacan; así también podemos pensar en un niño preso de los determinismos sociales y sus efectos. “Más allá”, bromeando un poco, “más acá” de estos encasillamientos, el niño, lo mismo que el concepto de infancia, son siempre un desafío de múltiples aristas, donde decididamente conviene volcarse a una visión compleja. De algo podemos estar seguros: el niño no es pasivo. Y no se va a encajar mansamente en ninguna estructura que lo anteceda. En todo caso, siempre encuentra, felizmente, algún sitio para su impronta singular. En su devenir.
En este sentido, la Teoría del apego, muchas veces tildada de ambientalista y escasamente psicoanalítica, abreva mucho en lo interdisciplinar, no como mezcla informe, sino como el padre fundador del psicoanálisis hiciera, pidiendo “prestado” conceptos a otras disciplinas para armar un modelo conceptual y operativo eficiente.
Como sabemos, Bowlby era médico. De aristocrático origen, su padre también un médico vinculado a las altas esferas del reino. Se analizó con Joan Riviere, una mujer del grupo cercano a Melanie Klein, con quien supervisó sus primeros casos. Hizo su formación en la Sociedad de Psicoanálisis. Se dedicó a la Psiquiatría Infantil. Se fue distanciando del paradigma kleiniano. En 1944 publicó en la Revista Internacional de Psicoanálisis, "Cuarenta y cuatro ladrones juveniles: sus personajes y la vida en el hogar”, un trabajo de corte absolutamente diferente a los de su tipo en aquella época. Bowlby empezó a pensar en los determinantes socio ambientales y su influencia en la constitución de la subjetividad, distanciándose de las visiones que enfatizaban en lo que se resume en la expresión “mundo interno”.
Podemos pensar en un niño del mito, como en el caso de Freud; un niño del incesto y el parricidio, de la castración, de la renuncia y el malestar cultural consiguiente, el niño del Edipo. Podemos pensar en el niño de Klein, del drama pasional, de la envidia y el odio, en pos de la reparación del objeto dañado desde su envidia ligada al instinto de muerte. Podemos pensar en el niño efecto de la estructura discursiva, en la que cae inexorablemente, como supone el decir “antiguo futuro sujeto”. Winnicott trae un niño dispuesto, con sus iniciativas espontáneas; el niño que es en relación a la madre y su holding, el del objeto transicional; de esa madre “suficientemente buena” tal como cita la conocida frase. Anna Freud piensa en un niño tutelado por la guía familiar y el ambiente educativo, en cierto desarrollo armónico del Yo y sus defensas. Si se quiere también se pueden postular el niño que hace ciencia, el de Piaget, constructor de un mundo donde hay un camino posible hacia el pensamiento lógico formal, el chico de la asimilación y acomodación. Y así en muchos en otros. Desde luego, también tenemos el niño explorador, buscador de la “base segura”, abierto a los caminos del desarrollo; donde desde el fracaso del establecimiento del vínculo de apego bien templado cae en ansiedad a veces extrema, en el “como si” o en la desorganización. Es el niño de Bowlby; un niño que subtiende todo el desarrollo. La tendencia al apego no es una propiedad exclusiva del infante, al contrario, lo es para todas las etapas de la vida.
Por razones eminentemente biológicas, básicas, tenemos largos períodos de vida intrauterina y de crianza obligada. Somos vivíparos placentarios, nos desarrollamos dentro de nuestra madre; después, como quedó dicho, nos asiste una segunda placenta, la familia elemental. Allí desplegamos nuestra actividad como mamíferos. El parto es uno de los momentos más complicados de nuestra vida, al que solamente puede parecerse el de la muerte. La crianza, nuestros primeros años, son siempre difíciles. La sutil expresión de Serrat, aquella de “locos bajitos”, es totalmente certera. Y no debe entendérsela únicamente por la ternura que despiertan las monerías de los bebés. Es que ellos están poseídos por el Proceso Primario, antes, si se quiere por el Yo Real, por el Yo de Placer Purificado. En su más grande momento de inermidad, de indefensión, de necesidad extrema, el bebé es como un loco. Viven en la urgencia, en la tendencia al apoderamiento, en un hacer insistente y despreocupado. Los padres, muchas veces inocentes, muchas veces ingenuos, suelen volverse locos también. Se les suele generar una ansiedad que oscila entre aquella de rasgos neuróticos hasta desbordes limítrofes con la desorganización. O con la desorganización misma, lisa y llanamente. La subjetividad, que mejor llamaría el aparato psíquico, emerge en ese contexto relacional vincular. Es cuando debemos decir, sin ambages, que la infancia es siempre traumática. No hay vueltas. Nuestra llegada al mundo, por más bendita y bienvenida que sea, siempre es el quiebre de un ilusorio Jardín del Edén. Para todos. Es el momento de una gran tarea, de un enorme trabajo psíquico.
Algo que casi nunca he visto modificarse en los informes de observación de bebés hechos por nuestros estudiantes es un cierto aire de cumpleaños infantil, de trámite simple. Casi nunca se relata angustia, dificultad, quiebres. En todo caso siempre aparece algo, pero muy acotado, como de lado. No puedo pensar que esto se debe a las características del trabajo práctico, por ejemplo para el caso, imputándolo a escasa experiencia de quien hace la observación. Supongo que hay otras cosas en todo esto. Que seguramente tienen que ver con esa atmósfera edénica, de bienestar. No es el momento de entrar demasiado en el tema para no desviarnos. Pero sí es dable pensar que existe una fuerte resistencia al trabajo de observación de un bebé. Y no es meramente por artilugios de ocasión como el caso de la cansadora cantinela de la carga horaria. Es muy complicado observar observándose mientras se es observado, cerca de la trama intersubjetiva familiar. Pues esa familia “externa” es también nuestra familia “interna”.
Hay un juego especular entre el bebé y la madre. Ambos pueden rotar de un puesto al otro caleidoscópicamente. No me refiero al espejo de Lacan, tampoco si se quiere al que piensa Winnicott. Me refiero a una especularidad bifronte, por momentos casi simétrica, donde cada uno puede mirarse en el otro, confundirse. Esa es la fuente de la ansiedad en la crianza. Por extensión en la observación, como elemental trabajo práctico que pone bien en juego la subjetividad del estudiante. Y si me permiten, les dejo otra perlita para los dedicados a las cuestiones de género y sus sesudas destilaciones: en veinte años de existencia del Grupo Desarrollo Temprano nunca se ofreció un estudiante varón como ayudante. No hace falta mejor dato para sellar una conclusión que se las dejo a ustedes para no aparentar un viejo ladino. Aunque verdaderamente yo sea viejo, también ladino.
Nuestra materia está plantada en medio de un gran campo de debate. Donde nada le resulta ajeno. Quién puede opinar sobre la infancia, sobre la adolescencia, sobre la vejez? Acaso los psicólogos, acaso los médicos, acaso los educadores, acaso los filósofos, acaso los críticos de la politología, acaso… Todos vienen al caso. Y estamos plantados, con todo lo que significa este término, muy bien parados, en un meta paradigma. En algo que siempre irá más allá de una especial visión de los fenómenos a estudiar. Antes dije que había un Psicoanálisis del Desarrollo. Y que había un Desarrollo del Psicoanálisis. Bien este último, un Psicoanálisis aggiornado, ávido de contactar con las fronteras que solitas se forjan, los esperan. Es un imperativo fundamental de vuestra condición de universitarios. Esto es cosa seria. La Psicología del Desarrollo no es un pasaje tan rosa como estéril por “etapas”, “momentos”, “logros” o cualquier otro dato más o menos banal merecedor de guías para revistas para madres “aplicadas”. Es un punto de alta enorme trascendencia social y política. Es un prisma donde se refractan diferentes tonalidades, cada una de ellas merecedoras de miradas sobre el humano acontecer. Que es siempre contradictorio y cambiante. Siempre habrá debates sobre el desarrollo. Siempre habrá nuevos temas. Por eso la pregunta que les he dejado: cuál es el motivo porqué ningún varoncito se ha acercado a trabajar en observación de bebés?. Máxime siendo pobladores de un ambiente donde uno podría pensar que ya muchos estarían de antemano “avivados” de lo que esta labor puede significar.
Asistimos a un tiempo donde la crianza está tercerizada, como el bar o la fotocopiadora de la Facultad. Aunque mucho más dramáticamente por sus efectos deletéreos inmediatos. Los chicos van a los maternales desde poco menos de tres meses, donde pasan más horas que en sus hogares, al cuidado de una, tal vez dos, “seños” que han hecho en el mejor de los casos, dicho esto con todo respeto, algún curso por correspondencia en alguna academia “especializada” en enseñar para “operadora en infancia temprana”. La impronta del capitalismo cerril neoliberal ha sido devastadora. Nuestros amarillos políticos salen a vociferar sobre la creación de los jardines maternales, las agrupaciones sindicales no le van a la zaga. Los padres desesperados salen corriendo para inscribirlos. “Lo mejor para nuestros niños” es una mueca insoportable. La familia también está en quiebres y quebradas, lo mismo que la vivienda, la educación. El panorama es desolador por donde se lo mire. El negocio está abierto, con muchas más perspectivas que los video clubes, las canchas de paddle o los telecentros. Algo parecido pasa con los viejos y las “guarderías”, hoy llamadas graciosamente “residenciales”. Por esas grietas se cuela rápidamente la disfuncionalidad parental y familiar. Se funde en el psiquismo temprano, en ciernes, de los niños. En la trama neural de las primeras representaciones, en los primeros pasos de la ternura presta a ser reemplazada por el odio. Como siempre el arte, en este caso el cine, de la mano del gran Giuseppe Tornatore, nos entregó grandes testimonios mucho antes. Como pasa en “Stanno tutti bene”, con aquel abuelo consternado protagonizado por el no menos grande Marcelo Mastroianni, poniendo a su nietito frente al ojo vidriado del lavarropas para calmarlo en reemplazo del televisor que por desgracia acababa de descomponerse.
Así y todo los bebés sobreviven! Muchas veces pienso cuánto tiene de terca moda el concepto de resiliencia. Como tapadera de las inconsistencias de nuestra sociedad anómica, antisocial, agresiva, disolutiva de las mejores posibilidades para el crecimiento. De algún modo todos somos resilientes. De allí la futilidad del concepto, tontamente esgrimido para intentar esquivar la injusticia. De qué vale pensar en las facultades resilientes de un niño sirio buscando nadar hasta la costa europea, hasta quedar exánime en un beso de muerte sobre las arenas que mañana visitarán, indolentes, los turistas que vienen en busca del calor del Mediterráneo. Los bebés sobreviven, también viven. Tan grande es la capacidad del psiquismo para acrecentar sus límites, su cualidad. Pero no es cuestión de poner esa fortaleza a prueba en cada momento. Tampoco es tiempo de pensar en terapias. Es el tiempo de la prevención. Se puede prevenir. No el despliegue de la angustia humana. Pero sí su decurso brutal, el abuso. Y no me estoy refiriendo al abuso sexual, que sin descartarlo es lo menos frecuente en comparación con el carnaval cotidiano, con la desaparición del Estado, de las leyes en favor de la pareja conyugal, del pleno empleo, del trabajo digno, de la educación y la igualdad de oportunidades.
Comenté hace un momento sobre terapias. Un tema para nada poco interesante. Sólo que el modelo asistencialista debe entender que vivimos en una psicología de urgencia. Una psicología que llega siempre tarde al desastre. Ese que debe evitarse con todas las fuerzas. No hay que esperar la patología, abroquelados en la casi deshonesta intimidad del consultorio. No es cierto que exista algo como una “vacuna” para prevenir el infortunio, las vicisitudes del amor; algo que nos asegure aquel Edén. Hablo de prevención tratando de no ser hipócrita, desentendido bajo aquella máscara, casi siempre mal interpretada, de “no hay progreso”[7]. Por cierto que las intervenciones tempranas son altamente satisfactorias cuando apuntan a prevenir malas evoluciones. La observación de bebés en el seno familiar, precisamente, en manos de profesionales bien entrenados puede favorecer los mejores caminos del desarrollo.
Veamos qué cosa cambia con Bowlby y su teorización. En primer lugar, su revisión de la teoría de los instintos. Sabemos que Freud nos legó tres grandes clasificaciones, que estableció a lo largo de toda su obra, sin dejar totalmente ninguna fuera de consideración. Autoconservación y sexualidad; libido del yo y libido objetal; Eros y Tánatos. En ese orden, que como dije, no es totalmente observado. Pero aceptemos, no hay dudas en este sentido, que para él, el hambre era la apoyatura del amor, generando la idea del impulso secundario, donde lo sexual deja subsumido, desteñido, al hambre. Para Bowlby, el apego es primario. Para su pensamiento, la seguridad del vínculo es lo que asegura la alimentación, los cuidados, la subsistencia. Esto genera una trama relacional con propiedades particulares. La motivación de apego, en un circuito cibernético, es fundamental. Es primaria. Su pensamiento no excluye la motivación sexual. Pero no la considera ni única ni fundamental.
La distancia entre el niño y su cuidador, fundamentalmente la distancia afectiva, es celosamente regulada. Bowlby no entiende al instinto o la pulsión como una “esencia” al estilo de una secreción intrapsíquica. Prefiere hablar de motivación, como empuje hacia la construcción de un vínculo de seguridad. A más distancia más ansiedad y miedo. Que dicho sea de paso, ambas son consideradas como emociones básicas. Y entonces la búsqueda de un cierre favorable, de lo que algunos post bowlbianos llaman placer de apego[8]. Denotando el displacer concomitante con la lejanía afectiva del objeto, de la figura de apego. Esta teorización se aparta de cierta concepción de la teoría de la libido como energía de la pulsión sexual y su descarga. Se acerca más a la Teoría de las relaciones objetales, inaugurada por Klein.
Autores como Ronald Fairbairn, entre otros, han enfatizado que la libido es buscadora de objeto, antes que de la satisfacción sexual. De un objeto de amor, con la idea de un amor objetal primario, al decir de Michael Balint. Conviene aclarar, so pena de caer en cierta mezcolanza, que cada uno de los autores señalados, poco conocidos en esta Facultad, tienen sus diferencias, por supuesto. Son autores de gran talla y aquí solamente vale referenciarlos a modo de introducción. Lo cierto, lo que debe quedar, es que el rol de la sexualidad se nota muy diferente a lo que puede pensarse en Lacan o, desde ya, en Freud. Estará en ustedes la posibilidad de considerarlos en otro momento, con todo el rigor que merecen. Lo mismo puede pasarles con Laplanche, con Green, con Kohut y tantos otros.[9] Tal vez sea posible pensar en un Psicoanálisis plurimodelístico, que bien armonizado en la experiencia personal, en la serenidad del análisis personal, supervisiones y estudios de cada uno. Llegando a conformar una identidad profesional razonablemente sólida y bien instrumentada. No estoy pensando en una ensalada indigesta. Estoy pensando en complementaciones posibles, en operadores teóricos que puedan solventar diferentes situaciones clínicas sin caer en confusión. Algo muy afín a lo que pensamos en Psicología del Desarrollo, donde una sola línea, mantenida férreamente, puede resultar insuficiente.
En este punto, cuando empezamos a problematizar conceptos como instinto, pulsión, libido o motivación, entre tantos otros, tal vez convenga hacer una consideración de tipo epistemológica. Todos esos términos, son conceptos. Es decir, abstracciones. La “pulsión” no es una cosa, no es algo objetivable, que exista en la realidad material. No hay tal “esencia” de pulsión de muerte, que pueda venderse bajo receta archivada en una droguería, tal como se vende el cianuro o la estricnina. Freud hipotetizó sobre Pulsión de Muerte, se podría decir que “inventó” un constructo. Al que consideraba útil para entender las cuestiones de su clínica, intentando modificar sus consecuencias. Dicho de otra manera, tanto “instinto”, como “pulsión”, para tomar una dupla famosísima que todo iniciado parece entender sin dificultades, son proposiciones explicativas. Es decir, tal como dice con todo su genio el gran Bateson[10], “son un punto donde los científicos han decidido dejar de discutir”.
La objeción que hacen tanto Bowlby como sus seguidores es que consideran al concepto de pulsión como de fuente interna, con cierta tendencia a la descarga imponiéndole una tarea al psiquismo. Poniéndose del lado de lo relacional vincular, de un juego entre sujeto y objeto, hablan de disposición al apego, incluso de deseo de apego.
La Teoría del Apego se asienta en la consideración de que el bebé es un activo buscador de contacto social, desde el vamos. Es en este sentido donde debe buscarse la razón del llamado placer de apego. Queda entonces desestimado el concepto de narcisismo primario. Considera al chupeteo, el aferramiento, el seguimiento, el llanto y la sonrisa como conductas observables de gran valor intersubjetivo. Se podría pensar que lo intersubjetivo tiene cierta precedencia, por su valor de supervivencia, en pos de la subjetividad. De allí el cuestionamiento de aquellas “propiedades naturales”, como “cosas” preformadas.
Es ese valor intersubjetivo, precisamente, el que le quita a Bowlby toda afinidad con el Conductismo. Una cosa es la descripción de un comportamiento, como puede ser el aferramiento desesperado de un niño a su madre; otra la comprensión íntima de un sistema que da cuenta de un funcionamiento inconsciente, propio de la disposición al apego que se pone en marcha en situaciones específicas. Quién no ha visto en las pobladas playas de algún enero a un niño que ha perdido de vista a sus padres, mientras todos aplauden vigorosamente alertando a sus también angustiados padres? Y si alguien ha sido un poco más observador, quién no ha visto, al menos muchas veces, ya en el reencuentro, como el niño aun agitadamente, les grita e incluso intenta pegarles, retorciéndose en el llanto, incriminándoles por el mal trance?[11]
Junto con otras corrientes, la corriente que nos ocupa ha dado gran valor al concepto de intersubjetividad. Como aquella capacidad de percibir los estados mentales de los otros, lo mismo que producir las señales para que sean interpretadas las propias. También buscando mejorar la cooperación. En ese sentido, es fácil entender que el apego, de aparición más antigua en la escala evolutiva, se complementa grandemente con la intersubjetividad, de aparición ulterior. La intersubjetividad, sobre todo aquella ligada al gesto, después cualitativamente modificada por el lenguaje, se tornó en propiedad básica de la supervivencia grupal. Debe quedar claro que para esta teorización, el hombre es un ser gregario, lejos de la idea “del hombre como lobo del hombre”.
Es el momento de considerar otra de las inquietudes que he escuchado en estas clases. Me refiero a la cuestión de la agresividad. Como tal, es un monto de energía capaz de volcarse sobre un sistema con fines de desorganizarlo, de hacerle perder su “información estructura”. Desagregándolo, extinguiéndolo. Para Bowlby la agresividad es siempre defensiva, reactiva. No es, digámoslo nuevamente, una agresividad “esencia”. Por eso fue un crítico de lo que ahora podemos llamar la hipótesis del “instinto – pulsión de muerte”[12]. Bowlby propone otra manera de entender los comportamientos destructivos, altamente antieconómicos, que Freud en 1920 ligó a la compulsión a la repetición. La agresividad, ubicada en todo caso en lo vital, puede tornarse disfuncional, por sus rasgos excesivos, violentos y, ahora ofensivos. De este modo, el sadismo y el masoquismo, la envidia y rivalidad acérrima, el fenómeno de las guerras, la desconsideración por el medio ambiente, como tantas otras observaciones por el estilo de la conducta humana, pueden ser consideradas desde una perspectiva totalmente diferente a la que sugiere la inexorable idea de una tendencia supuestamente biológica, inesquivable, a la desintegración y la entropía máxima. Este detalle no es menor a la hora de enfrentar la clínica.
Entre nosotros, Terencio Gioia, ha trabajado intensamente este asunto. Su “Ensayo crítico acerca de la hipótesis psicoanalítica del instinto de muerte” señala como harto dudosa la suposición de la existencia de ese tipo de fuerzas agresivas. Según su idea, habría una confusión entre motivación de la conducta y las consecuencias de la misma. En esto sigue a muchos otros autores que buscan diferenciar la evidencia de la muerte como condición de la existencia humana de una fuerza hipotética que tozuda e intencionalmente, aunque se trate de algo inconsciente, tendría como objetivo la muerte. Entiende la dualidad Eros – Tánatos como un obstáculo teórico, contradictorio con muchas otras partes del psicoanálisis, que puede llevar a ciertas encerronas a la hora de la práctica. Manifestaciones como la compulsión a la repetición, podrían ser abordadas de manera distinta, sin recurrir a que podríamos llamar “la autodestrucción evidente en lo manifiesto es por la autodestrucción en lo latente”. Explicación que entiende como tautológica, sin valor informativo ni explicativo. Nos dice:
“Entonces, podemos reemplazar como teoría explicativa de los perniciosos efectos de ciertas conductas para el propio sujeto – masoquismo – a la ciega fuerza del instinto de muerte, carente de contenido psicológico, por una dramática fantaseada, en la que juegan su papel los deseos omnipotentes e ilusorios y las posibilidades reales del sujeto, en constante interjuego con las condiciones de la realidad externa”.[13]
Sabemos que Freud planteó en sus trabajos metapsicológicos aquello de la pulsión y la serie fuente, empuje, meta y objeto. También acerca del valor contingente del objeto; es precisamente en “Duelo y Melancolía” donde hace la estupenda descripción del objeto perdido incorporado por identificación, que con sus autoreproches anticipa del concepto de superyó. Lo mismo acerca de que Freud nunca habló de relación de objeto, sí de hallazgo del mismo. En fin, es muy largo y fatigoso para este momento seguir expandiendo nuestro discurrir. Diré además, muy rápidamente para evitar justas críticas, que también es un tema difícil, que me excede. Si me interno en esto no es solamente por aventurado. Es, simplemente, porque un titular tiene la obligación de señalar caminos posibles para la hermosa aventura de estudiar. Aclarando, de hecho, que “el mapa no es el territorio”; también que los mapas pueden ser modificados, como pasó con las primeras cartografías de Américo Vespucio. Los mapas son orientadores, son sugerentes. No son “verdades” eclesiásticamente impuestas. Por eso este seminario sobre Bowlby.
Me han preguntado, no sin desacierto, si es cierto que se aparta un tanto de la noción de pulsión. Otro anatema! Diré que sí, tal como pasó con Fairbairn, ese escocés que tanto discutió, con enorme altura y respeto, con Klein; quienes desde posturas diferentes, abrazaron la Teoría de las Relaciones Objetales. Para ellos el objeto tenía otro status, tanto que no era posible pensar en la “pulsión” sin él. Lo mismo que la emoción. Resulta difícil pensar a la pulsión sin el objeto, sin la emoción.
Y deslizándonos por esta palabra, emoción, nos encontramos con motivación. Comparten una raíz latina: movere. De donde deriva e – moción, movimiento. Tanto para Klein como para Fairbairn hay un Yo que de entrada lidia con los objetos. No hay narcisismo primario. Como Fairbairn, pienso que Bowlby se aleja un tanto del concepto de pulsión, al menos como algo dado de antemano, ínsito en un psiquismo “interno”, “cerrado”. Winnicott, a su turno, es posible que también lo haga; lo sostengo desde su decir “el niño no existe”, en tanto no se lo reconoce sin verlo junto a su madre, en ida y vuelta. Donde uno crea, podría decir que cría, al otro. No hay en estas ideas del desarrollo temprano un “one person psychology, psychoanalysis”. Algo que el gran Pichon Riviere captó en su fórmula donde explica que el análisis puede ser bicorporal, pero siempre es tripersonal, de la estructura del grupo familiar inmerso en los niveles más amplios de lo institucional, lo social en mayor escala.
Lo cierto es que Bowlby habla más de motivación. Donde el apego es considerado junto a la sexualidad, la nutrición, la afiliación, la exploración. Con importancias parecidas, con variantes según momentos de la vida, como puede pasar con la sexualidad en la adolescencia.
Apoyado en los aportes etológicos se acerca a la idea del chupeteo o la masturbación pueden ligarse a situaciones de desprotección, incluso de desamparo, sobre todo cuando la inexorable falla ambiental es grande. Los monos de las experiencias de Harlow, aquellos que preferían a las “madres” de alambre forrado con terciopelo antes que a las provistas de biberones, ante la persistencia de la experiencia, caían en estados masturbatorios intensos hasta un cierto marasmo. La observación de bebés humanos muestra parecidos entornos, lejanos a las alambicadas consideraciones del Edipo. Que parece bastante lejano en su instalación. Son cuadros donde bien vale pensar en ansiedades pre edípicas, donde dicha triangularidad está muy lejos de constituirse. Es en este punto, el de las patologías severas, donde autores como Klein, Fairbairn, Balint, Winnicott o Bowlby han contribuido notoriamente. Precisamente Balint tiene un libro cuyo título dice bastante “La falta básica. Aspectos terapéuticos de la regresión”.
Para estos autores, muy notoriamente en Fairbairn, el niño succiona el pulgar porque no tiene el pecho. Invirtió el concepto de libido, donde el objeto es buscado a través de las zonas erógenas, diferente al concepto habitual donde el placer es la resultante de su estimulación.
Resulta relativamente cómico pensar que estos autores fueron predominante en esta querida Facultad en los insignes años sesenta o setenta. No hay analista de unos sesenta años que no haya sido analizado bajo los ya clásicos “pechos voladores” a lo Klein. Luego devenidos lacanianos, algunos de ellos renegando mal de sus orígenes, refundaron la facultad que hoy tenemos. Y poco se habla entonces de Klein y seguidores. O si se habla, se lo hace desde un contrapunto intelectualmente deshonesto. Porque lo honesto es estudiarlos seriamente, sin buscarles aviesamente sus posibles falencias. En este sentido, justo es decirlo, Silvia Bleichmar, en sus principios ligada a Laplanche, demuestra para quien quiera saberlo, que conoce muy bien a estos supuestos perimidos, expulsados de la “Notre Dame de París”[14].
Bowlby y muchos de sus seguidores han hecho revisiones del historial de Juanito. Escrito por el fundador justamente para defender sus nacientes ideas, como también pasó con Dora o con Sergei Pankejeff, el hombre de los lobos. En Herbert Graff, el famoso niño a quien vio solamente unas pocas veces, dado que era su padre era quien le acercaba datos, creyó encontrar ya en 1909, suficientes evidencias. Con su temor a los caballos como desplazamiento de la figura del padre tan querido como odiado. Con quien rivalizaba so pena de la amenaza de castración. Sin embargo, estas revisiones encuentran que las amenazas de abandono de la madre eran muy fuertes a la hora de entender su fobia. Lizzy, una amiguita del pequeño le trae la versión de una partida en carruaje; el niño le manifiesta entonces que tenga cuidado con los caballos. De allí derivaría el miedo a estos animales, ligados al miedo la soledad. El padre, a su vez, inversamente a como se lo trabaja usualmente, recibía frecuentemente el ruego de su hijo, “no te trotes de mí”; este padre era, sin dudas, la figura de apego, proveedora de seguridad. Lejos de las ideas premoldeadas que suelen indicarlo como “incompetente”…, por haberse preocupado por su hijo! A quién podría acudir un padre protector si no a una figura sentida como capaz, en este caso su distinguido profesor? Tal vez la excesiva idealización que tenía hacía Freud le impidió ver que realmente el niño lo necesitaba a él. Los padres de Juanito se separaron, quedando él junto a su padre. Entiende que no es la amenaza de castración la que interviene. Basado en ciertos tramos de “Inhibición, síntoma y angustia” vincula la angustia con el desvalimiento (hilflosigkeit). Se aleja bastante radicalmente de las suposiciones en torno al Edipo.
En suma, todo quedaría resumido a una cuestión de paradigmas. No hay dudas en que Freud buscó afanosamente en estos historiales la comprobación de sus ideas. Siempre volvió a ellos durante toda su vida. En una lectura serena y desapasionada es posible quedarse con la idea de una cierta insistencia muy al calor de buscar confirmaciones para su lado, entre otras cosas con el objetivo de dejar bien parado su naciente teorización. Algo que no le podemos reprochar, pero sí puede darnos lugar para repensar sus propuestas. También es cierto que los bowlbianos tienen lo suyo, es decir, sus sesgos particulares para leer el caso. Se sostiene que el psicoanálisis asienta sobre tres grandes premisas: inconsciente, sexualidad infantil, transferencia. Por citar tres grandes ítems. Seguramente se pueden agregar otros. No parece que se deba quitarle mérito a estas revisiones desde la simple idea de que cuestionan la sexualidad infantil. En todo caso se podría pensar en aquello de las complementaciones entre distintos modelos, como algo útil para ampliar la capacidad de pensar. Máxime cuando las ideas de Bowlby siempre toman al psiquismo como un sistema abierto, inmerso en la trama extensa de lo intersubjetivo. Teniendo muy presente lo ambiental.
Voy a terminar este recorrido. Posiblemente algo denso y, sobre todo, desprolijo. Ya he dicho que me puse en esta tarea desde el lugar de quien debe intentar abrir el camino de los posibles sentidos. “Preguntémosle al niño, no le pidamos que siente bien, arregladito a nuestras ideas, aceptemos su natural alboroto”, tal como logro transcribir una afortunada expresión de Marisa Rodulfo.
Bibliografía:
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Etchegoyen, H. (2003); Representación y relación de objeto. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 98, 40 – 59.
Frenquelli, R. (2008); El desarrollo temprano y sus múltiples aspectos de interés. En Revista interdisciplinar Desarrollo Temprano. Vol. 1, Nro. 1, 29 – 49. DT Rosario ediciones. Rosario
Frenquelli, R. (2015); La Teoría del Apego en nuestra cátedra de la Facultad de Psicología, UNR. Neuropsicología y Psicología del Desarrollo desde la Complejidad. En Psicofisiología UNR www.psicofisiologia.com.ar
Freud, S. (1886 – 1938); Obras completas (1976). Amorrortu editores. Buenos Aires.
Gioia, T. (1996); Psicoanálisis y etología. Typos. Buenos Aires
Juri, L. (2011); Teoría del apego para psicoterapeutas. Psimática. Madrid.
Laplanche, J., Pontalis, J. B. (1996) ; Diccionario de Psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires.
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Peirano, L; Frenquelli, R. (2014); El affaire “Coneau” y el papel actual de la formación en Biología dentro de la Carrera de Psicología de la UNR. En Psicofisiología UNR www.psicofisiologia.com.ar
Pérez, A. (2009); Familia, enfoque interdisciplinario. Psicoanálisis, Pediatría y Derecho. Lugar editorial. Buenos Aires.
Quinodoz, J. M. (2005); Reading Freud. A chronological exploration of Freud´s writings. Routledge. Great Britain.
Rodulfo, M. (2005); Seminario Clínica con Niños. Facultad de Psicología, UBA. Buenos Aires.
Roudinesco,E.; Plon, M. (1998) ; Diccionario de Psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires.
[1] Freud usó non liquet, no está claro, al menos cuatro veces en su obra; inicialmente lo hizo en “Historia de una neurosis infantil”, también en “Inhibición, síntoma y angustia, lo mismo que en “Totem y taboo” y en una de las llamadas lecciones introductorias sobre “Sueño y Ocultismo”.
[2] Decimos que antes de la Conciencia Abstracta, ligada al lenguaje digital, tenemos la Conciencia Concreta, la del lenguaje analógico icónico. Son esos momentos de la vida, que llegan casi a los cuatro o más años de edad, aquellos que quedan bajo el imperio de la llamada “amnesia infantil”.
[3] Lo pictográfico opera como marca no traducida, desde donde las sensaciones y despliegues de afecto tempranos insisten tomando nuevas formas.
[4] Invento como construcción de la realidad, no como develamiento de lo que existe a modo de esencia anterior a todo conocimiento. Shakespeare, legítima y brillantemente, pudo haber pensado en sintonía con Freud, pero no lo “inventó”, no lo echó a andar al modo de Freud, que lo diseñó como teoría y práctica. Esta confusión, muy en boga entre ciertos críticos literarios cercanos al creacionismo verbal, aleja al psicoanálisis de su ruta. El psicoanálisis no es literatura, aunque se nutra de ella. Tampoco es meramente lingüística, filosofía o neurociencias. Es un cuerpo teórico particular nacido ante la necesidad de entender el dolor humano con una praxis definida que lo hace distinto, donde reside su mérito y posibilidades. En todo caso es una antropología especial.
[5] Corín Tellado es una novelista española del siglo pasado de una enorme producción que logra un ingreso al mercado en gigantes proporciones. Sus novelas “rosa”, en general cortas, son cursis y reiterativamente tontuelas.
[6] La anatomía de cada sexo fenotípico muestra varios primordios del sexo opuesto. Por ejemplo, el utrículo prostático, localizado en la uretra posterior, a nivel de veru montanun, es el equivalente masculino del útero y la vagina. Lo mismo sucede con clítoris en la mujer, equivalente del pene del hombre.
[7] La conocida expresión de Lacan “la estructura del hombre es tórica”, buscando señalar la futilidad de la ciencia, de su giro en redondo, donde hay una ilusoria acumulación de acumulación de avances. Esta idea, descontextualizada y llevada hiperbólicamente a su extremo fanático, es francamente repudiable por lo reaccionaria y poco inteligente. Confunde “progreso” en tanto mejora de las condiciones elementales de existencia con arduos problemas filosóficos acerca de la tragedia de lo humano, el difícil y a veces inescrutable concepto de lo Real y la Ciencia. Aunque parezca exagerado de mi parte, creo que el fiero combate que se libró en los años 84 y posteriores contra la Psicología del Desarrollo volviéndola anatema, tuvieron que ver con este disparate.
[8] Esta es una idea muy bien trabajada por Luis Juri en su recomendable libro “Teoría del apego para psicoterapeutas”.
[9] El trabajo de R. Horacio Etchegoyen, “Representación y relación de objeto”, publicado en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis, puede ser de gran valor para continuar con el deseable rigurosidad que este tema amerita.
[10] Sus ideas al respecto están explicitadas en el metálogo “Qué es un instinto?”, incluido en “Pasos hacia una ecología de la mente”.
[11] En el llamado “Test de la Situación Extraña”, un dispositivo de investigación y diagnóstico sobre los tipos de apego, el momento de la reunión del niño con su madre, después de haber sido expuesto a una muy breve separación, es el más significativo. Los niños con apego seguro rápidamente se calman, tras un breve período de protesta.
[12] En nuestro medio se impone como “hecho natural” la tajante diferencia entre instinto y pulsión, tan cara al pensamiento francés. Asentada desde los años setenta cuando llegó a nuestras costas el Diccionario de Lapanche y Pontalis, en este caso bien cercano a las ideas de Lacan. Sin embargo, autores que reconocidamente son grandes lectores de Freud, como Ricardo Avenburg, suelen trabajar la cuestión de otra manera, no tan tajante ni fundamentalista.
[13] Tomado del artículo antes citado, en el libro “Psicoanálisis y Etología”.
[14] Me permito aquí una ligera ironía. Notre Dame de París es la catedral mayor de esa ciudad. Aludo a la fuerte tendencia “parroquial” que impera en ciertos psicoanalistas.

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