Tesis Doctoral / Roberto C. Frenquelli / Conociendo al enemigo oculto (VII)

 


El médico como hipertenso

 

Ser o no ser; ésta es la cuestión...

...Así la conciencia nos hace cobardes a todos, y el colorido natural de la resolución queda debilitado por la pálida cobertura de la preocupación, y las empresas de gran profundidad y empuje desvían sus corrientes con esta consideración y  pierden el nombre de acción...

                                         Shakespeare; Hamlet, acto III, escena I

 

 149- Eor: Bueno. Te haría, para ir terminando, una pregunta un poquito más personal. Eh, ¿vos tenés presión arterial elevada?

 

 150- MCaEo6: Bueno, soy hipertenso yo.

 

 151- Eor: Bien.

 

 152- MCaEo6: Soy hipertenso.

 

 153- Eor: ¿Qué me podés contar de eso? ¿Cómo, cómo...

 

 154- MCaEo6: Eh, tengo, a lo mejor, la suerte de que tomo los priles comunes y silvestres, eh, y que cuando me tomo la presión la tengo normal.

 

 155- Eor: ¿Quién, quién te atiende por la presión?

 

 156- MCaEo6: Eh, esa es la pregunta, eh, más hermosa que me han hecho en toda mi vida, que estaba esperando que alguna vez alguien me la haga para, para que me empuje a hacerme ver.

 

 157- Eor: (Se ríe)

 

“La pregunta más hermosa que me han hecho en toda mi vida, que estaba esperando...”. Esto me dice mi entrevistado. Que se reconoce hipertenso, con “la suerte de que tomo los priles comunes y silvestres, ...y que cuando me tomo la presión la tengo normal”. Este médico es su propio médico. Lo que es lo mismo que decir que no hay médico; pues sólo se es tal en presencia de otro que lo demande desde el plano simbólico. Uno puede imaginar una especial partición de la identidad, donde una parte de un mismo sujeto pueda llamarse a si misma “médico”, frente a otra “no médico”. Tal vez podría concedérsele cierta funcionalidad, por algunos momentos, acaso iniciales; como una especie de “parte médica de la personalidad”, que pueda pensarnos, a todos,  médicos o no, en torno a nuestros padeceres. Ya se sabe: “de médico, de poeta, de loco, todos tenemos un poco”. Pero claro, esto es muy distinto, suena muy distinto a “no tener” médico. Una confusión entre el ser y el tener. “Ser” no es aquí “tener”1. Tener supone un atributo logrado por la experiencia. De ahí que se diga corrientemente “ver a un médico”. El ver alude a lo perceptivo en acción, a lo emocional que discurre en el lazo relacional. Como en todo lo humano, antes que nada. Los complejos emoción-acción, ligados a las imágenes, son los ladrillos, componentes molares elementales de nuestra vida anímica. Sobre ellos se erige después el edificio esplendoroso del lenguaje, con su esfuerzo por nombrar. Tener un médico implica el pasaje de una experiencia emocional donde la necesidad del otro se va cristalizando en una lucha donde la ambivalencia no está ausente. Y donde el eje motivacional del apego está sumamente activo: la natural tendencia a la búsqueda de la protección, de la seguridad, de la confianza  se desenvuelve en el juego de la díada paciente-médico. Encuentro que ingresa a un proceso habitualmente regido por nuestras mociones inconscientes. Hablo tanto de uno como de otro par de la relación.

Hace un tiempo un paciente me contaba:

 

“Fui al baño..., me había levantado para ir al trabajo, como siempre. Cuando me dispuse a orinar, me fui..., me fui para adelante..., golpeé contra la pared. Un golpazo, hizo ruido... Yo creo que estuve muerto doctor..., es más, si no me paraba la pared yo creo que me moría. Que me salvó la pared”.

 

Se trataba de la primer entrevista de un paciente hipertenso, con varios años de evolución. El episodio que relató correspondía al inicio de una serie de movimientos diagnósticos y terapéuticos que convergieron en la consulta conmigo. El sabía que tenía hipertensión desde muchos años atrás, incluso tomaba cierta medicación. Pero no “veía” a ningún médico. Nos dice que lo detuvo la pared, un objeto inanimado, que lo separó de la muerte. Es evidente que esta idea corresponde a sus procesos imaginativos. Por eso entiendo que adquiere valor en este momento. En tanto se trata de un hombre con una típica actitud de autosuficiencia, a quien “nada le sucedía”, a quien la vida pese a sus fatigosos trajines, le pasaba “de lado”, comprometiéndolo solamente desde afuera. No desde él mismo. Finalmente hubo algo que se interpuso: la pared contra su cabeza. Toda una figura, una verdadera alegoría del llamado paciente psicosomático. Estamos por ver si su cabeza puede dialogar con otra cabeza. La del médico; en este caso, la mía. Al decir cabeza, lo cito por si acaso, incluyo el cerebro; y con él supongo una masa altamente ordenada, verdadero producto histórico social, que anida nuestros patrones comportamentales. Como los del apego.2

Mi colega entrevistado parece complacerse con la pregunta. Dice que esperaba algo que “lo empuje”. Nótese la raigambre mecanicista de su expresión. Una fuerza debe aplicársele para lograr cierto cometido. Parece resonar con la idea de otra fuerza, la de la pared, que se opuso a la inercia de la caída de mi paciente. Un mundo newtoniano, simple y lineal, no exento de cierto animismo, parece asomarse.

 

263- Eor: Está bien. Bueno, y para ir terminando, esté, esta cabalgata de preguntas, eh, te hago una pregunta también personal. ¿Vos tenés hipertensión arterial?

 

264-  MCBEo2: ¿Yo?

 

265-  Eor: Sí.

266-  MCBEo2: Sí.

 

267-  Eor: Sos hipertenso.

 

268-  MCBEo2: Sí. Generalmente...

 

269-  Eor: ¿Y, y qué tal sos como paciente?

 

270-  MCBEo2: Soy divino.

 

271-  Eor: (Se ríe)

 

272-  MCBEo2: Soy divino porque sé por eso mismo, ¿mmm? Yo tomo mi pastillita todas las mañanas...

 

273-  Eor: ¿Quién te atiende?

 

274-  MCBEo2: Yo. (Silencio. Comienza a reirse)

 

MCBEo2 se dice “divino”. “Porque sé por eso mismo” es una rara expresión, que si bien denota cierto aire jocoso, nos da, de todos modos, clara idea de un cierre sobre si mismo: es divino por que es divino. Extrema tautología, que como todas ellas, resulta un giro vacío. Que esconde la misma dificultad del otro entrevistado. Se atiende con “Yo”. Lo paraverbal denota cierta incomodidad.

Veamos el caso de MCREo1:

 

 233- Eor: ... no, no, no, yo no quiero molestarte tanto. Eh, te, te quisiera hacerte una pregunta, eh, que, por supuesto, es también personal. ¿Vos tenés presión?

 

 234- MCREo1: Nnno; lo único que yo, en esos aparatitos que hay, y, eh, a, ¿cómo se llama?, ¿automáticos?

 

  235- Eor: Los digitales.

 

 236- MCREo1: ¿Los digitales es el nombre?; no les creo mucho.

 237- Eor: Mmm.

 

 238- MCREo1: El otro día, eh, a mi suegra le, le regalaron un aparatito de esos.

 

 239- Eor: Mmm.

 

 240- MCREo1: Y me la tomó la presión, tenía, eh, 13, 9, 3, 3, 13, 9, digamos, 87.

 

 241- Eor: Está bien.

 

 242- MCREo1: Sí, pero, esté, yo siempre he tenido 12, 13 y 8, ¿no?

 

 243- Eor: ¿Vos, vos te haces controlar?

 

 244- MCREo1: Nunca, jamás.

 

MCREo1 “no les cree mucho a esos aparatitos”. Se refiere, como aparece inmediatamente en la conversación, a los tensiómetros digitales. Su suegra le ha tomado la tensión arterial. No recuerda bien la cifra, al final termina como poniendo un número. Suena que el mismo es un tanto límite. Aclara que “siempre” ha tenido “12, 13 y 8”. Pero dice, con gran énfasis, cuando le digo si se hace controlar: “Nunca, jamás”.  MCREo1 es un hombre de más de cincuenta años; debe conocer que a su edad, tiene una probabilidad cercana al cincuenta por ciento de padecer hipertensión. El “Nunca, jamás” parece representarse en ese viaje imaginario hacia la pared, mientras aquel paciente se suponía “muerto”, “suspendido” en su subjetividad, a la espera fortuita de un golpe. ¿De un “stroke”?3, como nuestro depreciado uso de la lengua nos hace decir; tal vez de un infarto de miocardio?

Este médico seguramente recomendaría a sus pacientes futuros encuentros para controles; tal vez no se muestre muy convencido, pero tampoco opuesto al uso de tensiómetros digitales para control hogareño, como las normas recomiendan hoy. Esto es una formulación en el plano del conocimiento descriptivo, digamos puramente racional. Lo que estas entrevistas indican, en cambio, ya en otro plano del conocer, tiene que ver con aspectos inconscientes, ligados a emociones negativas que, sin una adecuada tramitación, alejan al médico como hipertenso, de su condición de paciente.

Sin duda, esta evidencia no tiene mucho más de original que su descripción vinculada al problema que se abordado. Es que el llamado problema de la adhesión al tratamiento encuentra al propio médico con dudas intensas cuando debe ubicarse en la posición de su alter: el paciente. Lugar escindido, proyectado y mantenido fuera de los límites de su “sí mismo”, el médico parece entender qué es “ser” paciente sólo desde una dinámica lineal, directiva, “desde un solo lado del escritorio”. Tratando de sustraerse emocionalmente de un espacio que siente incierto, incómodo y amenazante; jugando a un desapegado “como si” fuera paciente. Como desimplicado emocionalmente, librado a ciertas angustias posiblemente muy primarias; implicado solamente en una cierta racionalidad de limitadas dimensiones, si bien con una  retórica “científica” a veces grandilocuente, es muy posible que su contribución al sostenimiento del espacio donde debe desenvolverse la adhesión,  se vea fuertemente debilitada. Para ayudar a un paciente, en cualquier aspecto que se considere, desde luego en el tratamiento de la hipertensión, es necesario poder resonar con la intimidad de sus desvelos. No meramente desde directivas que sin estar pasadas por la trama del conocimiento por familiaridad, lo desproveen de la necesaria dosis de empatía para la sintonización intersubjetiva que su labor de continuo le demanda.  Para que no sea una “pared” la se que se interponga entre él y su paciente, o lo que es peor, entre cada uno de ellos y la muerte.  

 

 



1 La idea de “ser” médico aparece aquí apoyada en la noción lacaniana de falo, en tanto atributo divino, de completud. El médico, “divino”, tendría todo con él mismo, resguardado en el plano imaginario. Sin poder ingresar en el plano de la castración, que le permitiría acceder al ingreso de un tercero, que lo saque de una relación especular y pueda ser su médico. Y con ello, su ingreso al plano simbólico. E. Roudinesco plantea que Lacan tomó al Complejo de Edipo o de castración desde una dialéctica “hamletiana”. (Roudinesco y Plon, 1998). “Ser” paciente quedaría del lado de una imagen desvalorizada, cuando no atemorizante.

“Tener” médico, en cambio, es trabajado aquí como la inclusión de un otro distinto, capaz de proveer cuidados. Sentido como una figura tranquilizante, capaz de brindar  protección,  compañía.

2 La noción de apego es usada aquí en consideración a los aportes de John Bowlby. (Marrone, 1998). En el sentido de la tendencia primaria, claramente presente en los mamíferos superiores y el hombre, a la búsqueda de una figura sentida como fuerte,  inteligente, capaz de otorgar protección. De raigambre preprograma, las vicisitudes de las relaciones primarias contribuyen al establecimiento de ciertos patrones, verdaderas constelaciones, donde los sistemas relacionales adquieren determinadas modalidades. Se delinean así dos grandes ítems: los de apego seguro, los de apego inseguro. Dentro de este último, la forma denominada evitativa, sería la que mas se acerca al comportamiento del médico ante sus propias dolencias. En nuestro medio, Abecasis (1986) ha desarrollado mucho en este sentido.

3 Stroke es un vocablo inglés, de frecuente uso en la jerga médica nacional, que significa Accidente Cerebro Vascular, ya sea de etiología isquémica o hemorrágica.

 

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