Neurociencia afectiva y desarrollo emocional / Roberto C. Frenquelli

 

 

Curso IAN México / 2019

Neurociencia afectiva y desarrollo emocional. 

Neurociencia del apego. 

A modo de presentación:

Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli

Nunca he entendí claramente el término “neurociencia”. Mucho mejor dicho, nunca me ha gustado. No es precisamente que no  he entendido (al menos en su versión corriente). Podrá pensarse que esta es una pésima manera de empezar un módulo, sobre todo estando uno mismo a cargo. No es mi intención desconcertarlos. Mucho menos querer parecerme a un improvisado y conflictivo profesor. Trataré de explicarme.

No  hago esto por razones de alguna circunstancia extemporánea, por alguna rareza. Lo hago por profundas convicciones en torno a la  disciplina que vamos a abordar. Para tratar de entender mejor todo aquello que se aloja bajo el paraguas terminológico. Lo que se aloja bien, genuinamente. Lo que se aloja mal, generando falso conocimiento (junto a lo que es peor, aquello que genera facilismo ideológico, confusiones).

La propia expresión “apego” también necesita de este tipo de precisiones. Estoy seguro que a lo largo de este curso se las abordarán.

Pero “neurociencia” y “apego”, las dos palabras juntas, ya son demasiada atracción para equívocos. Las palabras pesan, tienen su fuerza. Las palabras son acciones. Y de ese modo ejercer poderosos efectos. No en vano se dice que somos “trabajadores de la palabra”. Por eso hay que cuidarlas.

No hay nada “neuro” que no sea “psico”. Al menos si de lo humano estamos tratando. Si es “ciencia” o no, es otro cantar. A verificar en el camino. Como tampoco hay “desarrollo” sin “emoción”. Menos sin “apego”.

Ustedes me dirán que a las cosas hay que llamarlas de alguna manera. De acuerdo. Mejor dicho, totalmente de acuerdo. Si tuviera que elegir una palabra convocante, tal vez me quedaría con “desarrollo”, a secas. O bien, más simplemente, “viviente”. Aunque no les guste a los muy seguidores del “apego”.

He visto, sin sorpresa por cierto, que ahora hay maratones en “pro del apego”; como procesión postmoderna en pro de adherentes. Todo sea por los niños! A correr se ha dicho, traspirar los músculos subiendo y bajando por las colinas de una cierta campiña!, resuena el slogan publicitario. Aquí, en este curso,  habrá que traspirar las neuronas y sus conjuntos representacionales, siempre adheridos a la emoción. No hace falta sudar la camiseta. Menos vender “cunas de apego”. Las cunas son simplemente cunas. El apego viene añadido a la historia vincular. No tiene que ver con manufacturas (o peor mecano facturas) de nuestros carpinteros y sus “marketing managers”.

Sí, lo diré rápidamente: las neurociencias son un gigantesco target comercial. Para algunos más que para otros. Esto es seguro. Hay bienintencionados “attachólogos”, como expresa el horrible neologismo que suele usarse cada tanto. Por ende hay bienintencionados “neurocientistas”. Pero hay de los otros. En general son personas con bastante desconocimiento. No solamente de las cuestiones de raigambre biológica, neurofisiológica, neuropsicológica. Estoy hablando de las personas que carecen de actitud interdisciplinar, a las personas que han leído poco, que no “gustan” de ciertas teorías. Fundamentalmente personas que no han pasado demasiado por el cedazo de la experiencia personal.

Acaso hay alguno de ustedes que haya pasado una infancia “maravillosa”, “feliz” e “impoluta”. Hay entre ustedes madres y padres que no han tenido tropiezos en la crianza? Hay entre ustedes alguna persona que haya sentido demasiada distancia con esa hermosa película, que es vuestra, la “Roma” de Alfonso Cuarón? Nadie ha sentido nada ante esos niños alejados de una madre tan limitada, alienada, dividida?

Voy a hacer una afirmación, antes de seguir. No hay infancia sin conflicto, no hay infancia sin trauma. Y si hablamos de infancia, hablamos de crianza. No hay posibilidades. Si hablamos de crianza hablamos de familia. Si hablamos de familia hablamos de sociedad. Si hablamos de sociedad hablamos de época. Matrices que se encastran una a la otra hasta disolverse entre sí. No hace falta esgrimir el argumento de lo Complejo. Ya se sabe, todo es de esa categoría. Desde siempre que lo humano alcanzó el rango de lo humano.

Ese es el punto de la angustia humana. Ese es el punto de los afectos y sus vicisitudes. Es el punto del desarrollo, que es un entretejido entre representaciones y emociones, en vínculo. Siempre digo siguiendo a un cierto pensador: “la relación es la categoría fundamental de lo viviente”. La angustia, como expresión psiconeuroendócrinoinmunologica, con su valencia afectiva, es el motor de la vida. Inexcusablemente. Sobrevivir, después – si se puede – vivir; actos necesariamente ligados a la tensión. Inevitablemente.

He hablado de interdisciplina. Como convergencia de saberes. Cuando uno se pregunta acerca del niño, luego de lo humano, no puede esquivar la pregunta que nos convoca hoy y siempre. “Qué es un niño?”. Abandonaré de entrada la pretensión de suturar todo espacio vacío ante la pregunta. Pero diré que en el niño se confunden permanentemente los bordes de lo biológico, de lo psicológico, de lo social. Gastada pero necesitada fórmula. De ese solapamiento, salvo que uno quiera adherirse al ocultismo nace todo esto que tratamos de conocer. Seré el primero en intentar apartarme de las sombras, de posturas reduccionistas. Siempre lo intenté. Llevo casi cincuenta años de médico, viendo personas que han acudido a mi por diversos padecimientos. “Padecientes”, como dijo alguien en hermoso lapsus. No “pacientes”. Primero como clínico, luego como psicoterapeuta. Siempre he intentado dar saltos de un lado a otro, entre esos bordes idealmente señalados: psique y soma. Que son valederos solamente para señalar una cierta metodología de investigación. Cajal estudió la neurona y la sinapsis. Es cierto. No es menos cierto que con estos conceptos estudió el pensamiento. Que es un recorrido por la trama neuronal, de aquellas representaciones de las que hablaba. Recorrido cognitivo afectivo.

En mi medio, el de esta bendita Argentina, hay diferentes enfoques sobre la neurociencia. En cierto ámbito, es mala palabra. Ya no se trata de ponerla a prueba. Es, simplemente, una mala palabra. Esto viene de la tradición “logocéntrica”, que pone a una cierta visualización del lenguaje por encima de todo. “Todo está en la palabra”. En otros ámbitos, es excelente palabra. Neurociencia surge así como garantía de cientificidad, de rigor. Algo que aleja al que la pronuncia, con aires mágicos por supuesto, de toda clase de inexactitud. De allí a las chabacanas acepciones del apego (en el sentido de Bowlby) hay muy poca distancia. Es el apego de las cunitas, de las lactancias prolongadas, de la alimentación “natural”, de las “madres autosuficientemente excelentes”, de los “padres aggiornados, lejos de las maldades del patriarcado”. Dejo el tema de estas liviandades. Hay también neurocientistas de los medicalización de la infancia, de la adolescencia y de todo lo que pase por los servicios de salud. Los neurocientistas que vienen a descubrir la pólvora. Es que tenemos “moléculas” en nuestro cerebro! Resulta que tenemos “hormonas del amor”, como la oxitocina. Lo mismo que neurotransmisores de la bondad y la templanza, aquellos que nos evitan caer en los “pozos” depresivos, como la serotonina. Esa sustancia que una paciente tomó magistralmente con un lapsus impagable: “vea doctor, yo tengo problemas con la celotonina”. El biologismo, los medicamentos, la carrera por los nunca bien ponderados estudios neuro radiológicos (como últimas verdades de todas las verdades) pretenden tapar los celos, las rivalidades, las envidias ante el apego fallido. Ante las vicisitudes del amor.  

Dejo aquí. Espero haberlos decepcionado. Al menos un poco, lo suficiente como para tolerar la angustia que es motor de todo cambio emparentado, como proceso en niveles abarcativos, con idas y venidas. Con esa palabra que me gusta: desarrollo. Lo mismo que viviente.

 

 

 

 

 

 

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