Tan simple como comprar un chocolate / Roberto C. Frenquelli

 

 ISSN 2422 7358

Un examen interesante (III)

Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli

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Un examen interesante (III)

Tan simple como comprar un chocolate

 

Profesor Roberto C. Frenquelli

 

Los exámenes son una situación bastante desagradable. Al menos como están hoy dispuestos. Casi podríamos llamarlos “un encuentro entre desconocidos”. Casi siempre no se trata de un encuentro entre un docente y un alumno tras un tiempo de trabajo en común. Parecen una confrontación, muchas veces una adivinanza. Es cierto que los alumnos estudiosos suelen sortearlos con gran eficiencia. El tema es definir qué entiendo por un “alumno estudioso”. Dejo aquí pues no es el tema que motiva este aporte. Volveré en otro momento sobre este particular.

 

Lo que quiero decir ahora es que el pasado jueves tomé un examen que me resultó interesante. Ignoro si mi “contendiente” lo tomó de la misma manera. Paso a contarles:

 

Como siempre hacemos en nuestra cátedra, hoy Neuropsicología y Psicología del Desarrollo, empezamos por los trabajos de observación y seminarios realizados durante el año. La estudiante había cursado el Seminario de Procesos Básicos, con Hilbe, Vaamonde y Luciani. Me detuve en un ejercicio sobre Memoria de Trabajo. Pregunté sobre un ejercicio donde el sujeto estudiado debe retener una cantidad de números en forma simultánea mientras dura un cierto proceso; alguno parecido a “...Ana tenía 8 broches amarillos, 5 broches verdes y 7 broches anaranjados. Desechó uno de los broches sin mirar cuál. ¿Qué probabilidad hay de que haya tirado un broche verde?”

 

La joven ofreció una definición correcta, incluso conocía que también podía denominarse Memoria Operativa. La asoció correctamente con la Memoria a Corto Término, a su capacidad limitada, a la propiedad de ser sensible a la  interferencia. Le pedí otro ejemplo. Insistió en las pruebas aritméticas, también en la repetición de dígitos. Volví a solicitarle otro, fuera de los ejercicios de la guía, algo que tuviera más el sesgo de lo cotidiano.

 

Con cierto temor mencionó una situación corriente como ir de compras a un kiosco. Me tranquilicé. Sentí que de algún modo nos habíamos entendido. Le dije que estaba bien, que me gustaba el ejemplo. La invité a seguir. Resultó una pésima invitación. La chica volvió a la carga con los números: “si compro algo que vale dos, luego algo que vale tres...” Entramos en lo que sentí como una pendiente insatisfactoria.

 

Yo le pedí que pensara en qué otro tipo de información podría tener en ese momento imaginado. Añadí que era absolutamente posible que mantuviera en su memoria múltiples datos. Que simplemente se ubicara en lo que seguramente le sucede cada vez que entra a un kiosco.

 

No había caso. Seguíamos sumando valores. Casi como rogándole, aunque ella no lo haya advertido de esta manera, le pregunté qué cosa compraría. A los tropiezos llegamos a un chocolate de cierta marca. No quiero hacer propaganda, por eso no la menciono. Ya ven, en este momento mi Memoria de Trabajo está siendo atacada por los cánones de la televisión y sus “chivos”. No pasará!

 

Por fin, con dificultad, logramos pensar que en ese trance sería  bueno hacer una restita tanto como para ver cuánto dinero nos quedaría después de abonar, tanto más si hubiera que tomar un colectivo hasta casa, ya en propiedad del chocolate y unos cigarrillos. Inclusive llegamos a colegir que la marca del chocolate elegida era la preferida de un antiguo novio, que la cajita estaba algo deteriorada tal vez por efectos del calor, sobre la conveniencia de comprar chocolate almacenado en vidrieras expuestas al sol del verano y algunas otras cuestiones, incluyendo una motito estacionada en marcha sobre la vereda contigua tripulada por dos muchachitos con gorritas dispuestas a lo Rambo.

 

Se lograron conexiones entre la corteza prefrontal y la toma de decisiones. Surgió el tema de la emoción y los otros tipos de memorias, como las declarativas. El examen me pareció salvado. Felizmente para mí. No obstante, siempre me sucede, debo confesarlo, sentía que el diálogo podía dar para más. Me pareció entonces que podía preguntar: “dime, cuando estamos en trance de decidir, de tomar un camino, una resolución en tantas cosas de la vida, desde qué comprar en un kiosco hasta prestar un acuerdo de importancia en la vida, como armar una pareja..., con qué concepto que has visto en el transcurso de estos años de carrera encontrarte..., con qué concepto podrías manejarte?”.

 

He dicho que los exámenes suelen tornarse una adivinanza. No del estilo de las adivinanzas clásicas, pero si de aquellas que se dan en un cierto contexto, donde es posible pensar qué cosa podría pensar el otro. Ya no se trataría de una adivinanza en si misma. Sería una cierta valoración lógica, no desprovista de cierta carga intuitiva también, pero que está muy ceñida a lo que llamamos marcadores de contexto. Estamos en una carrera de psicología..., se puede vislumbrar que la respuesta no sería otra que “Principio de Realidad”.  

 

No se si muchos de mis lectores estarán de acuerdo. Entiendo que estoy planteando un tema desde una situación relativamente “enojosa”, complicada, donde un docente siente que también se expone en el examen. Después de todo, cuando un estudiante se presenta a rendir, también nos toma examen a nosotros. Es donde vemos hasta dónde hemos podido hacer, hasta dónde hemos podido transmitir cierta cuestión.

 

Dijimos que si la cuentita daba mal, si no había suficiente dinero quedaba la posibilidad de robar; peor aún, la de tomar lo comprado sin pagarlo, sin notar que era debido pasar por ese trámite. Casi en broma se delinearon entonces otras decisiones posibles, como las de cometer un acto delictivo, diríamos psicopático - impulsivo;  o bien un acto reñido con la realidad, diríamos psicótico – renegatorio, en el eventual caso de quien lo toma sin advertir nada de lo establecido. Volvimos a la cuestión de la toma de decisiones. Algo imprecisamente se mencionaron las llamadas Funciones Ejecutivas. Un neurótico, ya que estamos, habría dicho: “qué ganas tengo de entrarle a ese chocolate caro, pero si lo compro tengo que volverme a patas..., qué desgracia ser pobre!..., esto sucede porque mi viejo no supo ganar mucha guita;  me lo robaría pero no es el caso, ir en cana por tan poco..., mejor me hago político..., o me quedó así como soy, lo voy a llevar a mi análisis, bah..., compro el más barato”

 

La alumna, como justificándose,  argumentó que “yo pensé que no tenía que traer conceptos de otras materias”. Eso me dolió profundamente. “Estamos sonados”, pensé para mis adentros. “Dónde queda el integrar?”, me dije. Y con cierta suavidad observé que esto era un buen ejemplo de cómo se accede al Principio de Realidad en una escena de la vida cotidiana, con un ejemplo dado sin vueltas de hojas, tan simple como comprar un chocolate. Y tal vez con menos suavidad agregué que los conceptos de la Neuropsicología están omnipresentes en cualquier cuestión de su carrera. De hecho, si no tuviéramos ciertas inhibiciones, andaríamos desnudos por las calles, gritando en los cines, cometiendo toda clase de tropelías. Freud pensó en un aparato psíquico inhibidor desde muy tempranamente, tanto como en 1895. No es bueno quedar adherido a la ingenua jerga cognitivista que cree haber descubierto pólvora con las “funciones ejecutivas” como versión más abarcativa que la de “toma de decisiones”. No es que Bechara o Damasio, actuales superhéroes de las neurociencias, estén equivocados. Lo que sucede que solamente han ampliado lo que se conocía desde mucho tiempo atrás, perfectamente diría, desde la misma clínica o las formulaciones freudianas explícitas desde el “Proyecto”. Los aportes interdisciplinarios vienen a enriquecer nuestro acervo, a aclarar conocimientos, a mejorar posibles caminos diagnósticos o terapéuticos, incluso ampliando los horizontes de la clínica. Pero casi siempre no han descubierto pólvora. Apenas han develado incógnitas importantes, pero complementarias.  

 

Recordé aquella máxima atribuida a Pichon Rivière: “lo profundo está en lo superficial”. Se lo comenté a mi casi desvanecida acompañante de esta aventura. Le recomendé pensar lo simple. No quedarse amarrada a definiciones, en animarse a imaginar situaciones desde lo común y corriente. Confiada de que allí reside la Psicología,  el Psicoanálisis. La Neuropsicología infiltra lo cotidiano, lo corriente, todo nuestro pensamiento.

 

No se si habrá entendido. No se si habré entendido. Lo cierto es que el examen terminó. Por suerte, el padecimiento compartido había finalizado. Ella volvió a su casa con un aprobado. Yo con la idea de contárselos;  después de haberlo hecho estoy un poco más satisfecho conmigo mismo. Me pareció que tenemos que mejorar la enseñanza de los Procesos Básicos, buscando ligarlos a este tipo de situaciones.  

 

La Memoria de Trabajo había dejado algunos implantes en cada uno. Ciertos aspectos de la conversación quedaron impresos en la Memoria de Largo Término de cada uno. La Emoción fue el hilo conductor.

 

Tal vez esta noche de sábado posterior al evento, en medio de la música atronadora del boliche, ella le esté diciendo a su novio, el de los chocolates:

 

“Esto que te digo es tan simple como el Principio de Realidad”...

 

“Vos siempre con tus cosas de la Psicología..., ven invítame a un daikiri”...

 

 

 

 




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