Tesis Doctoral / Roberto C. Frenquelli / Conociendo al enemigo oculto / Conclusión
Hacia la deconstrucción de la expresión Adhesión al Tratamiento
“De las numerosas enseñanzas que en su época (1885-1886) me prodigó el maestro Charcot en la Salpêtrière, dos me han dejado una impresión muy profunda: primera, que jamás debemos cansarnos de volver a considerar de nuevo los mismos fenómenos (o de sentir sus efectos); segunda, que no debemos preocuparnos de la contradicción de ambas partes cuando uno ha trabajado con sinceridad”.
Sigmund Freud, carta a “Le Disque Vert”, 1924
Enemigo oculto. A veces también Asesino silencioso. Las denominaciones de raigambre detectivesca que ha merecido la hipertensión arterial son muy conocidas. Sugerentes, dejan al alcance de la mano la idea de dar caza, de combatir con todos los ingenios, a este oponente peligroso.
Está claro. El paciente y su médico tienen ante ellos un objetivo evidente. Luchar contra la hipertensión arterial. El término luchar, cristalinamente épico, se puede asociar bien a la pesquisa detectivesca.
La escena está formalmente compuesta. Y nos invita a ingresar, sin mayores trámites, en el supuesto de que todo está definido. A modo de un paisaje transparente que, aunque inquietante, ofrece un derrotero grácil y sereno.
Así se plantea la adhesión al tratamiento. Como un supuesto dotado de una lógica fuerte, bien cerrada. Que si motiva algún interés es únicamente aquel que tienda a convalidarla, ya sea entendiéndola en su dinámica, ya sea tratando de mejorar su aceptación. Vigente por sí misma, la adhesión al tratamiento emerge como un valor en sí misma.
Puede distinguirse una especie de sumatoria extendida sobre una línea bien inteligible: tenemos un tratamiento, a él es preciso adherirse. Para eso es indispensable, a su vez, adherirse a la adhesión. El hecho, los insuficientes logros en acceder a buenos resultados, se simplifica; esto se transfiere, sin mayor trámite, al problema. Hecho y problema son atravesados por una misma flecha: la adhesión. Eso sería todo.
Pensamos que tras recorrer los diez capítulos anteriores nos encontramos con un suficiente número de redundancias, que como tales, al correr un poco el tiempo, se transforman en una sola. A modo de monotemática insistencia: la llamada adhesión al tratamiento, como algo dado de antemano, merecería conocerse sin cuestionar su trama interior. Reconocida como un relevante tema, paradojalmente, parece quedar recostado sobre la parsimonia de algo simple, que, desprovisto de matices, se circunscribe a una visión sin profundidad. Sin una penetración crítica. Donde inclusive, la elegancia de lo simple, va quedando muy lejos, cayéndose casi, en un elementalismo que lo desvitaliza.
Es entonces donde puede caber nuestra afirmación de que lo oculto, lo silenciado, está presente, a la vista casi, en la misma formulación de este trabajo, en su mismo título: el problema de la adhesión al tratamiento.
¿Qué otra cosa puede inteligirse en estilos tan discordantes como vemos en “Realidades mentales y mundos posibles”? No se trata, digásmolo de antemano, de pretender borrar los diferentes modos de construcción de la realidad. Pero parece estar allí no más, presto a saltar a las tablas, el fisicalismo de la adhesión. Fisicalismo como queda señalado en “El debate sobre el stress”. Adhesión es atracción molecular ejercida sobre las superficies de dos cuerpos heterogéneos puestos en contacto; por extensión es la acción de convenir en un dictamen, la fidelidad a cierta idea o persona. La adherencia, su derivada, encuentra en su sinonimia, coherencia, la significación de aquello donde la unión de una cosa a otra implica de algún modo la subordinación, la dependencia, como la hiedra al tronco.
“El médico como educador” y “¿Los médicos creen que los pacientes creen?”, a su turno, intentan ilustrar una perspectiva que nos ponga en el camino de comprender que lo “oculto”, como Freud enseñara en “Lo siniestro”, está allí, en la misma pregunta. Ilustrar de un modo no como en el caso de aquella ilustración, bien al decir de Adorno, que en su lucha contra la magia, en su intento de liberar a los hombres de todo encantamiento, de los demonios del ayer y de hoy, ha dejado intactas las viejas brujerías al agotarse en la elaboración de complejos aparatos metodológicos. Que antes que preocuparse por la inventiva atienden a la verificación de sus propias intenciones.
La adhesión aparecería entonces idealmente concebida como una exterioridad al tratamiento. Este sería una cosa en sí mismo, un derrotero preestablecido: “el tratamiento”. A él debe adherirse “la adhesión”. Y el paciente, por qué no el médico, también seguirán sus pasos. Se delinea una cierta arquitectura, una cierta concepción de los espacios, donde se escamotea que en lo familiar está presente lo extraño: la misma dificultad en el desarrollo del tratamiento estaría en cómo éste se concibe. El tratamiento, podríamos decir, casi sin exagerar, la verdad, está en la coherencia. Y no en la concordancia, en el consenso, en la coderiva intersubjetiva.
No es repudiando lo siniestro, lo demoníaco, el modo en que lograremos aumentar nuestro conocer. “Conversaciones entre médicos” pretende contribuir a acercarnos, sin temores ni falsedad, a poder vernos a nosotros mismos. Todo, o casi todo, el edificio teórico de la Medicina, y tal vez de otras disciplinas con metas similares, está construido sobre la observación de lo mórbido sin consideración de lo contextual. Los pacientes, usualmente villanos, quedan al final de los recorridos como pecadores, en el mejor de los casos como desafortunados. A los que se les reserva, eso sí, un final de redención, tal vez de compasión.
Es este “El color de los pacientes”. Un color que los objetiva, al par que los desubjetiva. En una operación que poco después se vuelve sobre el propio médico, como puede pensarse a “El médico como hipertenso”. Un médico encerrado en una torre de pseudo marfil, solitario, aceptando las depositaciones de una cultura que lo confinan cual vigía de una frontera imaginaria donde la enfermedad, antes que acontecimiento vital, es exterioridad a escindir de su yo, a extirpar en el mejor de los casos. Por eso no se puede mucho con aquello de “Hablando sobre afectos”, donde el asustar emerge como monocorde y escuálida manera de tramitarlos. Y sino, en ciertos casos, quedando atado a la culpa y sus no menos deletéreas derivaciones: el médico es hoy, mayoritariamente, el socio en las pérdidas de las multinacionales de la industria farmacéutica y aparatológica, mientras corre de un consultorio a otro, si es que aún tiene trabajo, mientras sueña con “la alta complejidad”. Que de tal sólo tiene la habilidad de los manejos del mundo de la manipulación mediática, el marketing management, los negocios. El médico como hipertenso resulta un renegador en tanto de ese modo reproduce los aspectos ideológicos que se entretejen en su propia red intrasubjetiva. El médico, alejado del “nosce te ipsum”, contribuye a reproducir en sí mismo y los demás la alineación.
“La pregunta sobre el método” es la pregunta por la certeza, que antes que meta ideal emerge muchas veces como tangible, como real, como logro posible. Pretensión que se disuelve inexorablemnte en las arenas entrelazadas de la ciencia y la subjetividad, entre la experimentación y la especulación, entre lo natural y lo humano, en la incompletud del pensamiento complejo. Complejidad que, a diferencia de la anteriormente citada, tiene como categoría fundamental a lo relacional vincular, de lo que se desprende lo relativo. Desde ya nunca el relativismo, pero sí necesariamente la incertidumbre. Incompletud e incerteza son ingredientes de la tolerancia, que permiten una mejor tramitación de los encuentros humanos, como son los del paciente con su médico.
Todo final debe implicar un nuevo comienzo. Otro principio, otra propuesta. Esta tesis pretende una formación médica diferente que, asentada sobre las sólidas bases de lo biológico, pueda correr al encuentro con lo social, para configurar dos poderosos brazos conformando un ángulo abierto donde emerge lo psicológico. Tendiendo a una conciencia reflexiva que, con valentía, de continuo, pueda vérselas con la “epistemología espontánea” que irremediablemente nos acosa desde nuestras determinaciones inconcientes.
“La cifra”, como para ejemplificar lo que decimos arriba en relación a las múltiples redundancias que terminan convergiendo en una sola, podría resultar una buena figura. El número es una abstracción, lo sabemos. Ya hemos citado a Borges: “No hay una sola imagen. No hay una sola hermosa palabra, con excepción dudosa de testigo, que no sea una abstracción”, un bello decir que nos advierte sobre otros senderos. Que podrían liberarnos de cierta concretitud, tendiendo hacia una expansión de las significaciones. Evitando cosificar las palabras.
Deconstruir la expresión “Adhesión al tratamiento” implicaría la posibilidad de repensar lo cotidiano, aquello tan familiar que nos resulta invisible, descubriendo en esa familiaridad condiciones inesperadas e imprevisibles. Que comprometen, retuercen la escena en que se encuentran.
Deconstruir es desocultar estos elementos que se muestran impúdicamente ante nosotros, que con cierta negligencia no vemos. Hasta que al notarlos nos hacen padecer ese efecto atemorizante, inquietante. Emoción que se genera no porque se trate de cuestiones extrañas, sino porque se nos hace evidente de que ellas sostienen la misma estructura.
Estaríamos planteando que es el propio concepto de adhesión el que concurre a sostener la llamada no adhesión, las dificultades en el reconocimiento y adecuado tratamiento de la hipertensión. Es algo siniestro. Sin duda algo fuertemente desagradable para los discursos oficiales imperantes, que revestidos de engoladas voces de eficiencia han superado largamente los cargados giros de la otrora pompa médica, que al menos se compadecía del fair play. Vivimos los tiempos de “producirse” para ganar algún lugar en la cultura de la imagen.
Apurándonos a reconocer que las “evidencias” son siempre deseables, mucho más si están dotadas de una razonable cuota de honestidad y de una mucho más grande de sentido común, no debe extrañarnos que el “nuevo paradigma” sea el de la Medicina Basada en la Evidencia. Donde se configura una maraña de datos no siempre compatibles con las características singulares de cada caso, que torna a paciente y médico cada vez más anómicos. O que desde otro lado, en apariencia diverso, se ofrezcan recetas disfrazadas de cierto humanismo psicodinámico para “mejorar la adhesión”, cuando no de algún psicofármaco para “disminuir la vulnerabilidad somática”.
Llegamos así a un punto de tensión difícil de sostener. Se nos impone entonces dejar aquí, en la conciencia de nuestros límites y del acecho constante de la contradicción. Con la aspiración cotidiana de hacerse merecedor, junto a muchos otros, de tener un lugar dentro del marco de una praxis transformadora y solidaria.
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