Notas sobre el esquema corporal (V). El orden de la mirada


ISSN 2422 7358

Notas sobre el Esquema Corporal (V)
El orden de la mirada
Profesor Doctor Roberto Frenquelli

Como tantas, la palabra orden está algo gastada en la jerga académica, especialmente dentro de cierto tipo de psicoanálisis. No por ello dejo de usarla ahora. Me gusta; transmite cierto sentido vinculado al modo cómo está constituida alguna estructura, a cómo se desenvuelve y coordina en su funcionamiento; también nos hace pensar en cierta imposición lógica y, finalmente, también en cierta ético estética.

De allí el título de este aporte acerca del Desarrollo: “El orden de la mirada”. Nos lleva al deseo de mirar, de ser mirado. El deseo de ingresar al espacio interior de los otros, exterioridad más o menos mal asimilada casi siempre, que se corresponde con el deseo de hacer ingresar a lo que concebimos como nuestro propio espacio interior a esos mismos otros. Se configura una ida y vuelta permanente. Imaginería objetal que teñida de afecto y movimiento van poblando esos espacios esculpidos en las redes neurales, en la memoria procedimental .

Espacios que llamamos interiores, que llamamos exteriores. Solo diferentes desde una operación lógica que los divide como magnitudes discretas solo posibles en el campo de la conciencia. Operación tan atildada como frágil, como todo lo simbólico ante la potencia evanescente de lo imaginario.  Brillo de la mirada que ve por los ojos del otro que a su vez ve por los nuestros. Una transformación continua, propiamente topológica, al decir de los geómetras. Brillo anhelante que se prolonga como una cinta sinfín de una mirada en la otra. Es la mirada de la madre que se sostiene en la mirada del bebé mientras a su vez lo sostiene en la suya. La escena del amamantamiento es una especie de escultura viviente donde la piel de uno de los actores se continúa con la del otro. Son dos figuras sobre una misma piedra. Desde allí se estructura nuestro psiquismo.

Ha sido Wallon quien mucho ha desarrollado la identificación frente al espejo. Alrededor de los seis meses el niño manifiesta sorpresa al contemplar la imagen de una persona que se halla a su lado. Sin embargo, aún no distingue duraderamente su propia imagen, por más que por momentos parezca estallar en cierto júbilo. Efímera sensación de unidad que no obstante se prende poderosamente a fines de forjar el sentimiento de confianza, de afirmación, de creación de un mundo objetal lejos del vacío aniquilante.

Alrededor del año el bebé comienza a explorar su imagen especular, por medio de las actividades de su cuerpo, verificando los  cambios que se producen con los movimientos que realiza. A los quince meses alcanza a consolidar la idea de que se trata de su propia imagen. En estos últimos términos estamos en el dominio de las Funciones  Superiores, en el campo de las Gnosias, en este caso Complejas como puede entenderse al Esquema Corporal. Campo de la conciencia que siempre está infiltrado por el juego de lo Imaginario inconciente. De lo que algunos han llamado la Imaginación Concreta, para oponerse a la Imaginación Abstracta, ligada a la palabra.

El niño preescolar, aún el de tiempos más avanzados, sigue presentando reproducciones “en espejo” de los movimientos propuestos. Recién alrededor de los diez años es posible esperar respuestas adecuadas, no especulares en relación a los lados del observador y el niño estudiado con la llamada Prueba del Espejo. La preferencia manual parece desempeñar un rol facilitador para este logro evolutivo.

Si bien parece cierto que Lacan se ha apoyado en Wallon, es menester mantener en claro la diferencia de ambos. No es preciso encontrar una correspondencia entre los tiempos corroborados en las investigaciones empíricas de Wallon con los desarrollos de Lacan. La Prueba del Espejo no es el Estadio del Espejo. Son dominios diferentes, de alto valor cada uno de ellos, por lo que no precisan de analogías forzadas. Las descripciones de Wallon tienen su potencia a la hora de valorar el desarrollo; las de Lacan a la hora de servirse de su fuerte pregnancia en la clínica, de su incuestionable riqueza metafórica.

El asunto del Estadio del Espejo es altamente interesante, mucho más si se busca comparar las ideas de Lacan con la de otros autores, como Winnicott, por ejemplo. En este último, la alienación que campea en la cuestión se torna ineludible, esencial a la hora de la constitución de un psiquismo en tránsito a la discriminación Yo – no Yo. Sus ideas de holding, también de handling, vienen en convergencia a la formación de un Yo que podríamos llamar  idealmente plástico capaz de enfrentar la encrucijada entre la realidad y los impulsos. No se trataría de un Yo inexorablemente condenado al engaño, la enajenación y la escisión como  propone Lacan.

En lo que sí coinciden ambas posturas es en el establecimiento de Representaciones del cuerpo, en diferentes planos estratigráficamente establecidos. La Somatognosia, el conocimiento del cuerpo en su versión euclidiana, en su versión anatómico funcional descriptiva, es uno de esos planos. El otro plano, digamos profundo, es el de circulación erógena de la mirada, del narcisismo y las diferentes modalidades de las identificaciones. Ambos se despliegan en el terreno del lenguaje conciente. Pero el nivel profundo, ese que interesa legítimamente al Psicoanálisis, es el que tiene mayor fuerza a la hora de definir el comportamiento vincular. El joven que se estrella con su moto montado a la omnipotencia que le otorga sentirse embriagado en cierta idea de grandiosidad va de la mano de cierto ideal glorioso. Por supuesto, sabe que doscientos kilómetros por hora son demasiados para una calle muy transitada de esta ciudad. Hay una disonancia extrema entre esos dos niveles de representaciones. Paga con su muerte, incluso con alguna otra más. Como por arte de magia, poco rato después, todo queda envuelto en la idea de la tragedia, en los caprichos del destino y otras versiones sobre el momento fatídico que se sirven de los casi inútiles vericuetos de la lógica del lenguaje de superficie, de la conciencia.

Lo cierto es que tenemos solo un cuerpo. Conocemos desde él dando un brinco, una voltereta, sobre él mismo. Arrancamos desde el cuerpo anhelante del neonato, solo vestido con lo preprogramado. Después va revistiéndose con nuevas investiduras acorde a los avatares de los encuentros de la vida. Como quedó dicho, se conforman distintos modos de conocer. Pero el brillo de la mirada es siempre el hilo conductor. Otros brillos, no menos determinantes,  se le suman: la audición, el tacto, la temperatura, lo propioceptivo vestibular, el gusto, el olfato.  Esas corrientes sensoriales, impregnadas por la emoción, van en pos de otros cuerpos también necesitados. Cuerpo a cuerpo, se va constituyendo el psiquismo. Nuestra singular manera de conocer mientras desconocemos.

No hay cuerpo sin psique. No hay psique sin cuerpo. Y tampoco hay lugar para ellos sin la Cultura.





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