El esquema corporal
ISSN 2422 7358
El esquema corporal
Clase teórica Neuropsicología y Psicología del Desarrollo
Profesor Roberto C. Frenquelli
Resulta de buena práctica iniciar nuestras conversaciones presentándoles un texto. Si es clásico, mejor. Lo clásico es aquello que no pasa de moda, es lo que mantiene cierta vigencia a lo largo del tiempo. Se sustrae a los vaivenes de ciertos caprichos de la vida académica donde el narcisismo de los profesores suele tener mucho que ver. Nunca falta alguno de nosotros, los docentes, que sale a la palestra a defender a quien considera como ilustre e intocable. Lo cierto es que hay mucha gente que ha contribuido al tema que nos ocupa. En todo caso hay muchos ilustres. Y Schilder, sin dudas, es uno de ellos. Su gran aporte se centró en el tema de lo que llamó imagen corporal.
Nacido en Viena allá por 1896, muy pronto en su carrera adhirió al psicoanálisis. Fue miembro de la Sociedad Psicoanalítica de su ciudad. Pero entró en conflictos posiblemente por su resistencia a tomar su análisis didáctico. Alrededor de 1928 viajó contratado a los Estados Unidos donde se desempeñó como profesor universitario. Venido del campo de la Medicina, influido por la fenomenología de Husserl, también por la teoría de la Gestalt, trabajó en la interfase neurología – psiquiatría – psicoanálisis. Bien puede considerarse una de las piedras fundamentales del concepto de esquema corporal. Algo que plasmó en su libro seminal de 1935, “Imagen y apariencia del cuerpo humano. Estudios sobre las energías constructivas de la psiqué”. Muy interesado en ciertos fenómenos clínicos como el miembro fantasma, la aloquiria, la alodinia o la asomatognosia, también la despersonalización, compone un texto de complicada lectura toda vez que asienta en conceptos de diferentes disciplinas. De alguna manera se puede decir que combinó las ideas de Wernicke sobre la somatopsique, con el modelo postural de Head y algunos conceptos del Yo en el Freud de “El Yo y el Ello”.[1]
El miembro fantasma es el caso de una persona que habiendo sufrido una amputación de un miembro sigue manifestando que percibe estímulos sobre ese sector que ha perdido; la aloquiria (del griego “otro lado”) implica la percepción de un estímulo exactamente en el lado opuesto del cuerpo donde ha sido aplicado; la alodinia (cuya etiomología es “dolor diferente”), en cambio, es una percepción intensamente dolorosa tras la aplicación de un estímulo suave; la asomatognosia (del prefijo negativo “a” y somatognosia que supone el reconocimiento del propio cuerpo) es un estado donde el paciente no tiene la capacidad de reconocer e integrar diferentes partes de su cuerpo, a las que suele negar, tal como puede suceder en las esquizofrenias.
Tal vez les resulte algo complicado retener todas estas definiciones. Pero conceptualmente hablando resulta fácil entender que se trata de alteraciones de la percepción del propio cuerpo, tanto en relación al “si mismo” como frente a los otros. En esta clase quedaremos muy lejos de comprender íntimamente cualquiera de estos síntomas. Es posible que ustedes vayan completando ideas en las materias que advendrán en la carrera, tanto en el ciclo básico como en las clínicas. Cuestiones de fundamental interés, requieren una semiología exquisita en pos de un diagnóstico apropiado. Por ahora nos contentaremos con tomar ciertos ejemplos a modo de motivación para ingresar al tema del esquema corporal.
Por el momento nada mejor que seguir con la vida de Schilder. De alguna manera “padre” del concepto. Se cuenta que cruzaba avenidas de la ciudad que adoptó en su venida a América, Nueva York, con cierto desparpajo. Munido de una pila de libros que sostenía en una de sus manos, con la otra hacía señas a los atónitos conductores de los vehículos que debían frenar ante su inopinada manera de trasponerlas sin importarle un comino las señales de los semáforos. En 1940, tras haber visitado a su mujer que acababa de dar a luz a su tercer hijo, falleció atropellado por un automóvil[2]. Es muy complicado, tal vez inadecuado y tal vez injusto, sacar conclusiones de esta referencia histórica. Pero no está mal usarla como manera de comprender algo que desde Schilder permanece vigente y en discusión. Me refiero a la distinción entre esquema e imagen corporal. Suele adscribirse al concepto de esquema la condición de una gnosia, asociada al reconoconocimiento del propio cuerpo, como algo conciente. Y se reserva para el concepto de imagen la idea de una constelación imaginaria sobre el cuerpo, subjetiva y de fuerte anclaje inconciente.
Podríamos pensar que el pobre, o no tan pobre, Schilder no estaba muy de acuerdo con su imagen inconciente toda vez que se suponía invulnerable ante los automóviles lanzados por las avenidas. Con sus libros, con su conciencia, no pudo detenerlos. Hablaríamos en términos de dos dominios diversos, opuestos. No es lo mismo la descripción del “cuerpo de la anatomía” que el cuerpo de la fantasía, el tan mentado “cuerpo del psicoanálisis”. De nuevo, igual que como dijimos más arriba cuando hablamos de ciertos síntomas vinculados a la percepción del cuerpo, haremos una especie de petición solicitando una cierta tregua sin definir de antemano si hay tal diferencia. Y si existiera, tratando de establecer claramente en qué puntos existe, en cuáles no tanto. En todo caso, sin ánimo de sellar la cuestión, podríamos pensar que Schilder habitaba dos cuerpos distintos: uno, bien ceñido a cierta razón, otro bien ceñido a otra razón, la de su omnipotencia rayana en el divorcio con la realidad. De ambas dio suficientes muestras de pericia. No en vano siempre decimos que ser humano implica la constante producción de inconsistencias. [3]
Al leer “Imagen y apariencia del cuerpo humano” nos vemos ante la necesidad de entender de neurofisiología, de neurología, de psiquiatría, de psicoanálisis. De hecho, muchos casos están vinculados a lesiones del sistema nervioso. Es sabido que una gran maestra de la psicología ha sido la patología. Pensemos en el valor de las enseñanzas de Charcot al joven Freud en Le Salpêtrière. Es de donde nos podemos posicionar para pensar en este reconocimiento sensoperceptivo. Desde donde se establece una cierta indefinición entre esquema e imagen, tal como queda en la lectura del propio Schilder. Sin llegar a la patología es en el marco de la Psicología del Desarrollo, donde podemos hallar una ingente fuente de conocimientos acerca de las fundaciones del aparato psíquico. Desde donde podemos avanzar en la comprensión del tema. Resulta notable ver la evolución del dibujo de la figura humana en el niño. Donde podemos incorporar fuertes puntos de anclaje.
Es bien notable en el Test de la Figura Humana, diseñado por la Florence Goodenough, cómo los niños entre los tres y cuatro años de vida representan el clásico monigote con una prominente cabeza, que incluye los ojos, desde donde se desprenden los miembros inferiores. Más tarde incluirá la boca, la nariz, las orejas y hasta los dedos. El tronco aparecerá alrededor de los cinco años como un círculo interpuesto entre la cabeza y las piernas. Es el momento donde los miembros superiores pueden salir desde la cabeza o el mismo tronco.
Se puede inferir que esta representación gráfica está realizada al calor de cierta integración de información sensomotora. Información que es vigorosa y preeminente en ciertos momentos de la vida y su devenir. En lo que corrientemente llamamos desarrollo. La cabeza, con los ojos, está intensamente focalizada pues importa para la comunicación, donde la fijación de la mirada en el interlocutor es básica. Básica para sobrevivir, básica para vivir[4]. El esquema corporal se organiza con cierto grado de estabilidad susceptible al cambio permanente.
De nuevo estamos en el concepto de estereotipo dinámico. Y esa organización depende de la acción, del encuentro sensomotor donde se ponen en juego sistemas que responden a lo relacional vincular. El infante humano viene al mundo con el desiderátum de ingresar al espacio de los otros, al tiempo que también busca que los otros ingresen al suyo propio.
Desde su concepción neuropsicológica clásica Azcoaga habla de esquema corporal, como una gnosis compleja. Dirá que “se trata de un concepto que no dejaremos de lado por más que se consideren los innegables componentes afectivos que lo atraviesan, lo mismo que su dinamismo en tanto condición cambiante”[5].
La experiencia de estar con un simple yeso en una extremidad nos lleva a enfrentarnos con la necesidad de reconocer que habitamos “otro cuerpo” que nos impone la necesidad de reaprender a llevarnos con él. Lo mismo sucede cuando llega el alivio, cuando nos retiran ese yeso..., extrañamos aquel miembro vigoroso y preciso que debemos volver a encontrar.
Las mismas etapas de la vida nos imponen la necesidad de constantes variantes, de constantes aprendizajes. Pensemos, por señalar un caso, en la adolescencia con la intrusión de cambios tan notables, no solamente a los ojos de quien los porta, sino también ante los otros. Es cuando tenemos el caso de la típica “torpeza” donde el cuerpo pugna por un lugar en todos los espacios: en el espacio “interno” del joven, en el espacio “externo” o “peripersonal” al decir de algunos.
Una vez más será la acción el motor de la gestión. Es la exploración de la cavidad oral desde donde el recién nacido buscará afanosamente armar su mundo. Entre su boca y los objetos, donde desde dos superficies diferentes registrará informaciones sensoriales vinculadas al gusto, olfato, tacto, dolor, propiocepción[6]. Antes que nada su boca con sus propios dedos, con el pezón. Habrá una vuelta desde la motricidad estableciéndose el bucle sensoriomotor que repetirá sucesivamente al infinito. Construirá entonces algunas síntesis preliminares desde la cual se lanzará al reconocimiento de muchos otros objetos. Y por supuesto, paulatinamente, de la propia cavidad oral, de sus manitas, de todo su cuerpo.
Andrew Meltzoff, un psicólogo norteamericano, ha demostrado que los niños de pocos días de vida están en condiciones de imitar los gestos de la madre sin mediar reflejos arcaicos o condicionamientos algunos. Pueden “copiar” los gestos del otro, algo que nunca habrían producido por si mismos. [7] Sus estudios tienen otros alcances que tal vez excedan de momento esta clase. Pero vale citarlo para mostrar cómo desde lo relacional vincular se va configurando la imagen corporal.
Mucho antes de que pueda reconocer su lengua, un neonato puede colocarla en posición de “sintonía” con el otro. Activo y buscador de estímulos. Acción, cuerpo, protodiálogo confluyendo en la constitución del psiquismo. Hablaremos de una intercorporalidad, de una intersubjetividad primaria.
Adviene una progresiva separación del cuerpo del espacio circundante. De acuerdo a Wallon la dependencia cinestésica y propioceptiva del cuerpo del lactante se va tornando en autonomía. El movimiento de sus bracitos lo van separando mientras ingresa al espacio circundante. Se van dando las praxias del asir objetos, los cuales inexorablemente van a la boca, mientras suelta y vuelve a encontrar. Se conforman las primeras gnosias visuo espaciales, la coordinación ojo-mano, en una gradual serie de ajustes y reajustes. Gnosias que van siempre emparentadas con las praxias; el reconocimiento sensoperceptivo se instituye junto a los actos motores con un fin. Hablamos entonces de gnoso-praxias.
El descubrimiento de manos y pies se va dando a partir del dolor. Es desde el disgusto que se inicia el interminable trance vital de reconocer lo propio de lo ajeno. El choque de las manitas contra los duros y fríos barrotes de la cuna, el choque de las manitas entre si... todo esta danza irá dando noción de límites, de separaciones con el resto del mundo, de integraciones. Advendrá el reconocimiento de las propias partes del cuerpo.
Al hablar de la experiencia del dolor, del quiebre del placer, estamos a un paso de entender la vana intención de separar “esquema” de “imagen” corporal. Que sólo puede ser soportada por una cierta intención de deslindar “parroquias”. Es cierto que el niño terminará sabiendo cuál es su mano y cuál es la mano del otro. Al menos por un rato, al menos desde el discurso lógico y, por supuesto, no en todos los casos. Pero está claro que desde tiempos temprano luchamos contra el dolor físico que nos impone la existencia de otros cuerpos en el espacio, que también luchamos con el dolor moral que nos impone el no poder ocupar todo el espacio. Es el momento del surgimiento de una especie de geometría vincular. “No es posible que dos cuerpos ocupen el mismo lugar en el espacio”, una simple aseveración que de todos modos cuesta reconocer, siempre subyacente al discurso lógico que pretende borrar esta dura lección de la realidad cotidiana. Es cierta la expresión de Head, aquella que dice que el esquema corporal de una dama termina en el extremo de la pluma de su sombrero; no es menos cierto que esa “dama-pluma” muchas veces resulte “desplumada” por el roce ingrato con los avatares de la vida.
Dependemos mucho de esa geometría, de cómo hacemos para arreglárnosla con sus mandamientos. Debajo del discurso lógico subyacen las sempiternas ansias infantiles, indelebles, intensas y demandantes. Uno sabe, al menos en la generalidad de los casos, dónde termina “la pluma de su sombrero”, si quieren decirlo en términos más actuales “el extremo del paragolpes de su auto”. Pero casi siempre salimos “desplumados”, “abollados”. Es que a los otros también les cuesta reconocer aquel aforismo elemental de la física.
Cuando el infante conquista la postura erecta, cuando empieza a caminar, se enriquece notablemente la representación del propio cuerpo. Es donde empieza a correr el rol del aparato vestibular[8], con su información necesaria para el sostenimiento de la postura y el equilibrio en las tres dimensiones espaciales. Se enriquece la aptitud visuo espacial, mejora el dominio de las coordenadas euclidianas, en otros términos, del espacio extracorpóreo. Se integran los miembros inferiores, la posición del pie, la secuencia de la marcha con sus diferentes velocidades, con su adaptación a las diversas variantes del terreno. Es cuando surge el dibujo de la figura humana donde las piernas emergen de la cabeza. Se desenvuelve la actividad exploratoria del cuerpo con las manos, hay un encuentro con el sí mismo y los demás. La identificación más neta de la cara ayuda a distinguir mientras crece la nominación. Se va constituyendo una síntesis compleja de información propioceptiva cinestésico vestibular, atravesada por la emoción. Esa síntesis no es otra cosa que el esquema o imagen corporal.
Un aspecto sobresaliente de todo esto es la identificación frente al espejo. Son clásicas las descripciones de René Zazzo quien estableció cinco etapas por las que pasa este reconocimiento. La primera se da alrededor de los tres meses, el niño fija su mirada en el espejo pero no da muestras de reconocimiento alguno. En la segunda, ya a los seis meses, se advierte que el niño experimenta sorpresa por la persona que se halla a su lado, sin distinguir su imagen. Más tarde, alrededor del año, empieza a explorar su imagen especular mediante actividades de su propio cuerpo, verificando si hay correspondencia entre imagen y movimiento. Ya a los quince meses puede resultar notorio que advierte que se trata de su propia imagen. Algo que se consolida alrededor de los dos años.
Zazzo es un discípulo del gran Henri Wallon, un hombre que llegó a la Psicología desde la Medicina y la Filosofía. Muy dedicado al desarrollo del niño, en 1931 describió “la prueba del espejo”, experiencia donde el niño frente al espejo va logrando distinguir progresivamente su cuerpo de la imagen reflejada. Wallon describió entonces un pasaje desde lo especular a lo imaginario y, desde allí a lo simbólico, mediante un juego dialéctico. Logrando el niño una comprensión simbólica del espacio imaginario donde se forjó su unidad.
En su Diccionario de Psicoanálisis, Elizabeth Roudinesco[9] comenta que “En una conferencia dada en la Société Psychanalytique de París el 16 de junio de 1936, Lacan retomó la terminología de Wallon, transformando la prueba del espejo en un “estadio del espejo”, es decir, en una combinación de posición, en el sentido kleiniano, y estadio en el sentido freudiano. De tal modo desaparecía la referencia de Wallon a una dialéctica natural: en la perspectiva lacaniana el estadio del espejo no tenía ya mucho que ver con un verdadero estadio, ni con un verdadero espejo. Se convertía en una operación psíquica, incluso ontológica, mediante la cual se constituye el ser humano en una identificación con su semejante. Según Lacan, que tomó esta idea del embriólogo holandés Louis Bolk, el alcance del estadio del espejo debía relacionarse con la prematuración del nacimiento, atestiguada objetivamente por el carácter anatómicamente inacabado del sistema piramidal y la falta de coordinación motriz de los primeros meses de vida. En consecuencia, al describir el proceso desde el ángulo del inconciente, y no ya desde el de la conciencia, y afirmar que el mundo especular, donde se expresaba la identidad primordial del yo, no contenía alteridad, Lacan se apartaba de la perspectiva psicológica de Wallon”.
Hago esta cita por diversos motivos. El fundamental es introducir un concepto central de Lacan mostrando cierta genealogía de su concepto del estadio del espejo. Algo habitual en cualquier estudio, donde es común y corriente pedir “prestado” alguna cosa. Es interesante la referencia de Lacan a la prematuración, algo nada novedoso pero que no deja de resultar importante a la hora de hablar de la constitución del psiquismo. O de la subjetividad, si se quiere decirlo de igual modo pero con distinta palabra. Queda en discusión si verdaderamente Lacan se aparta o no de la Psicología con su idea de describir el proceso “desde el ángulo del inconciente”. Me cuesta trabajo pensar que el inconciente no tenga que ver con la Psicología. Por su supuesto, también desde mi manera de pensar, nada de esto le quita mérito a Lacan con lo que ha hecho con lo prestado.
He mencionado antes a Metzoff, con su aporte acerca de la capacidad imitativa del recién nacido, sacando su lengua cuando encuentra su cuerpo en la acción del otro. Posicionándose en el gesto del otro, el niño descubre su propia lengua, antes de darse cuenta de que le pertenece, de dónde está situada. Este autor, junto a Keith Moore[10], han llamado a este fenómeno “intercorporalidad innata”. Muchos años antes, Maurice Merlau Ponty acuñó un término similar, “apareamiento corporal pre reflexivo”. Esto no debe entenderse como que el bebé tiene conciencia, con cierta capacidad introspectiva.
Es dable entender que hemos venido trabajando este tema desde varios términos clave. Uno de ellos, Geometría. Es decir, el modo de estudiar las propiedades de las figuras en el plano, en el espacio. Sobre el espacio adviene el tiempo. Espacio, tiempo; dos categorías de enorme significancia a la hora de pensar en el psiquismo, en su constitución. Es en el Trabajo de Observación de un Bebé donde tenemos la inmejorable oportunidad de empezar a entender estos temas desde una base experiencial concreta, casi la única manera de no correr el riesgo de quedar girando en una fraseología pseudo filosófica vacía. He sostenido, no sin esfuerzo y consecuencias, que en “en esta Facultad hay más epistemólogos que psicólogos”. La Psicología, como ciencia fáctica, encuentra su norte en la observación participante, en la observación comprometida, en aquella de la denominada “cibernética de segundo orden”[11]. Donde la objetividad queda entre paréntesis, suspendida. Donde la noción de cuerpo aparece de algún modo como paradojal. Como algo que existe con cierta lógica, se puede pesar y medir; como algo que existe con otra lógica, diferente, cambiante. Aunque siempre sea conveniente tener en cuenta aquello de la concepción fisicalista que entiende que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio. En esa cibernética, en esa manera de incluirse en el fenómeno a observar, se alinea nuestro Trabajo de Observación. En el mismo sentido donde el bebé va configurando su espacio intercorporal, intersubjetivo. Desde donde emerge.
Ese sentido que emerge desde estados pre reflexivos, directamente expresados en lo gestual, en lo facial, en los recursos no verbales. Sostengo que significar no es nombrar o decir. El sentido no viene ínsito en el lenguaje como pretenden algunas corrientes centradas en la Filosofía del Lenguaje. El sentido no es algo que se atribuye o adjudica sino algo que uno encuentra, si se quiere decir de otra manera, que se devela o deslinda. Por eso participo de la idea que el Lenguaje asienta en lo pre verbal, en lo que después veremos como Codificación Analógico Icónica, en el marco de la corporalidad vincular. En esos encuentros que pueden vivenciar en las observaciones. [12]
A esta altura recuerdo un aspecto que merece su mención. Es el concepto de Esquema Corporal Primordial. Alude a la modalidad perceptual de los tiempos tempranos, donde el niño ha encontrado otra geometría, la no euclidiana, la del análisis situs. Es decir, la topológica. Sabemos que todas las geometrías son axiomáticas, es decir, son un conjunto de supuestos a modo de representación en el espacio. Con sus leyes, que terminan por imponernos una manera de ver. Espacio y Tiempo son construcciones histórico sociales, no son a prioris abstractos como lo pensaba Kant. La aparición de la perspectiva en la Edad Moderna es un ejemplo claro. Hasta ese momento “se veía” en dos dimensiones, en las del plano; arriba los cielos, abajo el infierno. Aparece la tridimensionalidad, algo que podemos asimilar a un cierto espesor, a cierta contextualización más rica de matices de la existencia.
Si todas las geometrías son absolutamente axiomáticas, no guardando estricta relación con la realidad del mundo de la física; y si un axioma es una proposición que se acepta como “evidente” sin requerir demostración previa, se puede inferir que “vemos axiomáticamente”. Antes del Renacimiento no se veía en perspectiva![13]
La visión topológica, a diferencia de la euclidiana, implica la posibilidad de transformaciones homeomórficas, transformaciones continuas como la de una barra de caucho de corte triangular que puede derivar en una cilíndrica, circunferencial al corte. Representación que permite pensar al niño como indiviso con la madre, a modo de una escultura donde la piel de cada uno se continúa entre ellos sin solución de continuidad. Esa geometría, denominada no euclidiana, es “encontrada” por el bebé mucho antes que la que impone cierta diferenciación neta entre los cuerpos, con arriba – abajo, atrás – adelante, derecha – izquierda. [14] Un anillo se puede transformar en un tubo, entonces la boca puede continuarse con el pezón.
Sin dudas ha sido Melanie Klein, esa gigante del psicoanálisis, quien ha profundizado maravillosamente en la mente infantil. Lo hizo en su trabajo clínico con niños merced al juego. Su análisis de las fantasías nos ponen bien en el camino de este tipo de transformaciones homeomórficas, en la pista de relaciones continente - contenido, incorporación - expulsión, continuidad - separación. No hay mucha dificultad en pensar que los contenidos inconcientes se prolongan hacia los concientes en un continuo de transformaciones que bien pueden ser consideradas topológicas. De esta manera, la discusión de si hablamos de esquema o imagen corporal bien puede considerarse prescindibles en tanto frenan el avance del conocer en su genuinas dimensiónes.
Nos vamos acercando a una variedad de ricos conceptos, impostergables a la hora de la formación del Psicólogo. Conceptos que merecen una revisión más extensa, que como he dicho, continuarán en otros momentos de la carrera. Conceptos que abrevan en lo que llamamos Neuropsicología Profunda, básicos para comprender el devenir implícito en lo que entendemos como Psicología del Desarrollo. En este sentido, Neuronas Espejo y su relación con la Intersubjetividad es un gran tema que nos espera en lo inmediato.
[1] Resulta un texto de interesante pero trabajosa lectura. Contiene una primera parte, denominada “La base fisiológica de la imagen corporal”; una segunda sobre “La estructura libidinal de la imagen corporal” y, la tercera sobre “Sociología de la imagen corporal”, más un Apéndice sobre casos clínicos y nociones de anatomía y fisiología del Sistema Nervioso.
[2] Por ese entonces Schilder estaba casado con Lauretta Bender, la autora del famoso test guestáltico visomotor, de amplio uso en la clínica cotidiana.
[3] En lógica se dice que un sistema y su interpretación son inconsistentes cuando al menos dos de sus derivaciones o teoremas se contradicen. Si de un sistema es posible deducir que a=a y que a#a, el sistema es lógicamente inconsistente.
[4] Esta expresión reúne lo necesario de la supervivencia con lo contingente de la existencia. “Primero sobrevivir, luego vivir” es una fórmula tan elemental como cierta.
[5] Juan E. Azcoaga y colaboradores; “Las funciones cerebrales superiores y sus alteraciones en el niño y en el adulto”, Editorial Paidós, 1983.
[6] La propiocepción es también llamada sensibilidad posicional. Se divide en dos subtipos: la sensibilidad posicional estática, por la que se entiende la percepción conciente de la orientación de las diferentes partes del cuerpo unas respecto a otras, y la cinestesia o propiocepción dinámica, en relación a la velocidad del movimiento. Si bien todos los órdenes sensoriales trabajan en conjunto, nunca por separado, la propiocepción se integra fundamentalmente con la sensibilidad ligada al equilibrio, también llamada vestibular. De allí que muchas veces pueda encontrarse la denominación “propioceptivo vestibular”.
[7] Su trabajo original, bajo la dirección de Jerome Bruner en 1977, se denomina "Imitation of Facial and Manual Gestures by Human Neonates".
[8] El aparato vestibular junto al coclear son dependencias anátomo funcionales del oído interno. Juntas conforman el VIII par craneal, en Nervio vestíbular coclear, muchas veces llamado a secas auditivo. La rama coclear se ocupa de la audición; en cambio, la vestibular tiene que ver con el equilibrio. De allí que se integre con la sensibilidad propioceptiva, tanto estática como cinestésica.
[9] El Diccionario de Psicoanálisis de E. Roudinesco y M. Plon ha sido publicado por Paidós en 1998, con una edición actualizada y revisada en el 2008.
[10] A. Meltzfoff y K. Moore; “Imitation in newborn infants: exploring the range of gestures imitated and the underlying mechanisms”, en Developmental Psychology, 1989.
[11] La cibernética de segundo orden es aquella de los sistemas observantes; donde el observador está incluido en el sistema observado.
[12] Sigo aquí las ideas de Jorge L. Ahumada, en “Descubrimientos y refutaciones. La lógica de la indagación psicoanalíca”, en el capítulo “Cuerpo, significación y lenguaje”; Biblioteca Nueva, 1999.
[13] El lector interesado podrá recurrir, entre otros autores, a Denisse Najmanovich, epistemóloga argentina de amplia notoriedad, muy dedicada a estos temas, en http://denisenajmanovich.com.ar
[14] Ligado a la prematuración, a su nacimiento “incompleto”, el niño seguiría estos principios antes que los eudídeo proyectivos. La Topología, como cuerpo de las matemáticas, surgió recién a fines del siglo XIX de la mano de Riemann, Lobachevsky y Poincaré, mucho después de Euclides, que vivió entre el 325 y el 265 a. C. Ha sido Piaget quien llamó la atención de que esta modalidad de representar es descubierta por el niño mucho antes que las otras; justamente a la inversa de lo sucedido en los desarrollos científicos.
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