El bebé y el celular (I)


 

El bebé y el celular (I)

De los neoluditas apocalípticos a los padres esperanzados

Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli

 

Ned Ludd es el nombre que se le otorga a un trabajador británico que a comienzos del Siglo XIX quemó máquinas textiles manifestando su oposición a la naciente y vigorosa Revolución Industrial. De líder del proletariado oprimido pasó a ser un  icono del movimiento contrario al maquinismo y las innovaciones tecnológicos. Hoy se habla de neoluditas, que en algunos casos alcanzan grandes niveles de organización que promueven desde mansas protestas pasivas hasta severas agresiones y sabotajes a consumidores. En algunos casos se asocian a movimientos ecologistas, antiglobalistas y ciertos sectores del anarquismo.

 

Mientras tanto, los bebés de estos tiempos, ya sean hijos de nativos o inmigrantes digitales, suelen estar rodeados desde el mismísimo vientre materno no sólo por la tecnología inmersa en todo el proceso de atención del embarazo, parto y puerperio, si no también por los inefables teléfonos móviles y otros adminículos parecidos. Que son tan móviles que andan por doquier, tanto que, sin exageración,  es posible que sean uno de los objetos que más estén a sus alcances. Los teléfonos y los ordenadores, vistosos, sonoros, de tamaño ideal para esas activas manitos van muy en armonía a los ojitos y la boca. Les resultan muy tentadores, casi fascinantes e irresistibles.

 

Este tema reactiva el tema de la atención del niño. La adicción de los padres a las relucientes pantallas puede llevar a los niños desde la tierna curiosidad al aislamiento como forma encubierta del maltrato y abandono. Las compañías telefónicas y sus adláteres no se cansan de promocionar para las “celebraciones programadas”, como el dado en llamar “día del niño”, la venta del primer aparatejo para el aventajado niñito “que sabe usar mejor el celular que sus padres”. Que no dudan, narcisismo mediante, en auto titularse “nabos para la tecnología”.

 

Como se sabe, la tecnología ha llegado para quedarse. Nadie que se precie de relativamente cuerdo deja de encender las estufas en estos tiempos, tampoco de trasladarse en colectivo o automóvil, iluminar su casa con lámparas eléctricas o comunicarse por teléfono. Tampoco de vestirse con diversas prendas, beber agua corriente o asistir a un cine cada tanto. Es cierto que es posible armarse una vida al leal saber y entender de cada uno, tener “un lugar en el mundo”, mucho más recoleto y menos suntuoso. Se puede vivir sin entrar en el consumismo, por supuesto. De todos modos, diremos rápidamente que no parece bueno aplaudir a los fabricantes de telas, tampoco arremeter salvajemente contra sus máquinas. Lo mismo que con cualquier productor de diferentes insumos.  

 

A la inversa, no parece mala idea atender razonablemente a las necesidades del bebé y todas las conexas a su crianza. La tecnología no parece inevitablemente su adversaria. Según la Organización Mundial de la Salud la esperanza de vida a  inicios del siglo XIX era de unos 30 a 40 años. Bastante menos que hoy en día. Podrá argumentarse, como en el caso de la   asepsia en el periparto, que la mejor tecnología resultó el agua y el jabón. Podemos acordar con esto. Lo que no niega que la producción de jabón y de todos los medios para asegurar agua corriente y potable son también tecnología. Y por cierto que nada simple.

 

Los padres no somos “nabos” por usar celulares. La brecha entre los nativos digitales y los inmigrantes digitales no parece ser tan pronunciada en ciertos casos. Los “viejos” podemos aprender el idioma de los nativos. Hasta podemos ser mediadores en el conflicto de la época.

 

Los niños no serán necesariamente adictos si el uso que se les da, tanto por parte de ellos mismos como por sus cuidadores, es moderamente racional. Por otra parte no parece cierto que los niños de la era pre digital hayan sido mejor atendidos. Mucho menos en el Siglo XIX, cuando todavía teníamos a aquellos “infantes” que marchaban como carne de cañón a los campos de batalla. Pensemos en nuestro “Tamborcito de Tacuarí”, Pedrito Ríos,  aquel correntinito de doce añitos que acompañó hasta su muerte al mismísimo Manuel Belgrano en aquella derrota de las armas argentinas en tierras coloniales paraguayas.

 

A propósito, Rafael Obligado nos legó estos versos inútiles:

 

“Es horrible aquel encuentro,

cien luchando contra mil,

¡un pujante remolino

de humo y llamas truena allí!

Ya no ríe el pequeñuelo,

suelta un terno varonil!

¡Hecha su alma sobre el parche

y en redobles lo hace hervir!

Que es muñeca la muñeca

del Tambor de Tacuarí”

 

Nos acercamos al famoso asunto del “filicidio”, idea que nos dejara nuestro connacional,  el médico, pediatra y psicoanalista Arnaldo Rascovsky. Un tema, que como tantos,  da para otras intelecciones. Nunca ha sido fácil la infancia; tal vez menos hoy, cuando tenemos nuestros “soldaditos” en los bunkers villeros, verdaderos kioscos del privilegio detentado por los poderosos que se pavonean por los medios alegando su inocencia.

 

Pensemos ahora en las posibles conexiones del uso de los celulares en la primera infancia como un inconveniente para el desarrollo del pensamiento. Según algunos, la modalidad comunicativa de las “TIC”, como se apoda a las tecnologías de información y comunicación, nos alejarían del racionalismo propio de modo asociacionista, característico del lenguaje digital, de la literatura y los modos canónicos de representación. Opuestos a lo que se llama modo conectivo.

 

En la asociación las designaciones están sometidas a leyes de traducción, donde entre signo y objeto designado hay una distancia mediada por un código arbitrario. En cambio, en la conexión, no se trata de un signo sino de un icono, donde lo designado y lo designante se encuentran en un plano de primaridad. El ícono está anclado, casi preso a lo que designa. La asociación, en cuanto a velocidad operativa, es mucho menor pues implica un proceso trabajoso. La conexión es inmediata, al instante. Es fugaz pero intensa, casi externa al sujeto.

 

Julio Moreno, un psicoanalista argentino, ha escrito un hermoso libro que ya he recomendado otras veces. Me refiero a “Ser Humano”, de editorial Libros del Zorzal. Preguntándose “cómo encarar esto?”, nos dice:

 

“Hay, a mi entender, dos modos radicalmente diferentes de encarar esta cuestión. Uno es pensar que lo que adviene con la conexión y la presentación es un resto espurio innecesario para un indiscutido reino del logos. El otro es considerar que la conexión y su preponderancia actual trae, presentifica, lo que fue violentamente expulsado de nuestra concepción del mundo y del psiquismo por el imperio de la palabra y la razón: la presencia de trazas, que no representan, sino que efectivamente son.

 

Esta segunda consideración, la emergencia evidente de la conexión en nuestros días no es sólo producto de los desarrollos tecnológicos actuales; se relaciona también con la caída de la utopía racional que en nuestro medio se evidenció como una tendencia a atribuir sentido a todo lo existente, toda creación posible, a un efecto de la palabra o a una articulación asociativa entre representantes de ausencias. Es evidente para mí que aquel endiosamiento del logos ha sido una exageración. Pero lo importante ahora es señalar que fue en ese clima de logocentrismo que nació el psicoanálisis con toda su potencia, lo que tal vez hizo que quedaran de lado en su concepción lo que aquí llamo fenómenos conectivos y efectos de presentaciones irrepresentables que, como se verá, son parte fundamental de la emergencia de cualquier novedad radical”.

 

 

Es posible evitar el dilema entre el apocalipsis que auguran algunos y la esperanza de un futuro aceptable para nuestro hijos? No lo sabemos. Al menos no me siento en condiciones de tomar una postura demasiado firme, excluyente de cualquier posibilidad. No obstante me gusta la esperanzada expresión de cierto pensador: “el futuro está abierto”. Y creo que todo puede llegar a entenderse, a tratarse, desde el lado del vínculo. Esta sería la clave. Volveremos a pensar estas cosas. Una y otra vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

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