Inter faeces et urinam nascimur

 


Inter faeces et urinam nascimur

De una escena cotidiana a la constitución del psiquismo

Profesor Roberto C. Frenquelli

 

La sentencia latina, atribuida a uno de los padres de la Iglesia, Agustín de Hipona[1], muestra que nuestra vida está signada por un cruce entre la reproducción, la excreción, el sexo. Raro solapamiento que la Cultura va llevando hacia los diques del asco, la vergüenza, la moral. Por supuesto no escapó a las intelecciones del creador del psicoanálisis.

Las zonas pudendas, las del pudor, usualmente se recubren por razones más allá de la higiene y la protección del cuerpo. El niño padece los pañales desde el primer día. Como un signo evidente de su paulatino pero inexorable encierro en la civilización.  Los padece en tanto lo sujetan; no solamente a la relativa incomodidad de la vestimenta, más o menos apretada, más o menos calurosa, más o menos protectora. El pañal es un claro testimonio de la domesticación del humano. Tal vez suene fuerte la palabra domesticar; pero es así, el niño debe obedecer, subsumirse en un orden, el del domus, el de la casa donde habita. Como el sitio donde desarrollará su existencia, en su familia. En su orden social. Paradójico paso, pues en tanto lo transforma en sujeto, tempranamente lo hace resignar a perder el libre ejercicio de sus impulsos.

En la foto vemos un bebé, con pocos días más del año, en el momento del cambio de pañales. Se lo nota  muy dedicado a sus genitales. Despatarrado, jodón, risueño, mira a su madre mientras con alegre indolencia toca con fruición envidente sus testículos y pene. Que a veces entra en erección. Mientras se le quitan materia fecal y orina que se encontraban esparcidas por todo su periné. Hace cierta resistencia a la colocación del pañal. La madre le dice “bueno…, ahora vamos a guardar el pitito”. No muy convencido, se resigna. En este momento el bebé es un descubridor descubierto. Quiere quedarse sin pañales. Al final, tras cierta lucha, lo “fajan”[2].  Pero nuestro amiguito entonces se dedica otro rato a su ombligo. Por donde seguramente recibe nuevamente ciertas noticias sobre la zona urogenital, pues el uraco (un resto de la alantoides) conecta la región estimulada con la vejiga y regiones aledañas.

Tocarse los genitales, junto al chupeteo y otros movimientos como el frotarse, forman un conjunto de actividades que Freud asoció a la masturbación en esa pieza ineludible para el estudioso del desarrollo que es “Tres Ensayos de Teoría Sexual”. Muy de la mano de esto, vienen los conceptos de zona erógena, autoerotismo y fijación. No hay dudas acerca del placer que obtiene en estas acciones. De allí la resistencia a volver a las ataduras del pañal. El descubrimiento de los genitales, su actividad al tocarse, viene a completar su esquema corporal; conocimiento del cuerpo que no tiene porqué disociarse de la imagen corporal. Los humanos hemos accedido al apareamiento sexual ventro ventral, a poder mirarnos durante el coito. No quedó más remedio, dicho un poco en broma, otro poco en serio, tras el logro de la bipedestación. Nuestros genitales quedaron muy expuestos a la vista de los otros. Nació entonces cierta moral, ciertos prejuicios. Sobre vino la Cultura. Por eso nos arropamos, a diferencia de nuestros parientes cercanos que no dudan en vagar desnudos por el mundo.

En torno a este gesto Freud hizo caer gran parte de su teorización. Digo “caer” en el sentido de desprenderse, de originar una cascada de eventos. Primero pensó que el niño era tocado por el adulto, recibiendo el estímulo en forma casi pasiva e indolente. Elaboró su Teoría de la Seducción, donde su concepto de  retroacción tomaría después un carácter importante. Es el caso de aquella jovencita que experimenta un fuerte malestar cuando es atendida amablemente por unos jóvenes empleados de una tienda, tal como podemos leer en el “Proyecto…”; reactivando huellas de  un episodio bastante anterior cuando era toqueteada por un pastelero de risa sardónica. El episodio actual reverdece, amplia, el anterior que había quedado reprimido. La llegada a la conciencia se troca en angustia incontenible. 

Sabemos que Freud, bastante rápidamente abandonó esta teoría. Aunque como siempre en su obra hayan quedado restos de ella, como telescopados, mezclados, con los que pensara ulteriormente. Con “Tres Ensayos” cae la inocencia infantil, vamos al niño enamorado, el niño del Edipo y la castración. Ya en la renombrada carta 69 del 21 de setiembre de 1897 postula aquella expresión “Ya no creo en mi neurótica”, dando un fuerte giro en su pensamiento, pasando de los traumas sexuales infantiles al infantilismo de la sexualidad.

Pero todo esto es de enorme extensión y complejidad para este momento. Sería un desatino pretender tomarlo ahora. Casi podríamos pensar ese desatino como una manifestación desmesurada de la Pulsión de Dominio, de una omnipotencia extrema. Reduzcamos entonces nuestras pretensiones. Aunque tampoco creamos que nos quedaremos en una escasa intelección de lo que nos ocupa. En todo caso dejamos cuestiones pendientes con la esperanza de problematizarlas a su debido momento.

Quiero extenderme un poco más, siguiendo esto que he mencionado acerca de la represión. Es posible pensar en la niña del ejemplo (que en la viñeta del citado texto tiene unos siete u ocho años), haya separado de la conciencia, es decir reprimido, el evento con el pastelero? Pero vayamos a momentos mucho anteriores. A los previos al “primer florecimiento” de la sexualidad. Ese que tendrá en la pubertad y adolescencia temprana otro rebrote, señalado como “segundo florecimiento”. Nos quedamos entonces cons embates tempranos, emocionalmente potentes, que ponen muy a prueba la constitución del  psiquismo mientras lo constituyen. Pensemos entonces en el niño de la foto.

Estamos en condiciones de pensar que reprimirá esos momentos mientras es mudado de pañales? En otras palabras, podemos pensar que la Amnesia Infantil es función, absolutamente, de la Represión? Freud parece quedarse con que sí; no es muy claro en relación a otros factores posibles. Pretendo poner en tensión algo de estos supuestos.

Muchos pensarán que sin Amnesia Infantil nos quedaríamos casi sin Psicoanálisis. Sin el necesario fondo que impone este mecanismo básico para la instauración del Inconsciente. Donde la pulsión se liga a la representación. Se suele tejer una relación casi biunívoca entre Amnesia Infantil y Sexualidad Infantil.

Yo entiendo que podemos pensar todo esto menos fatalmente. Que no es así, tan terminantemente. Sin destituir los conceptos de Represión Primaria, tampoco de la Secundaria. Para eso nos tenemos que valer de ciertos aportes de los conocimientos actuales sobre Memoria, que por cierto no eran totalmente desconocidos a principios del siglo pasado. Es mucho más lógico pensar que los momentos a los que aludimos, desde los primeros momentos de la existencia, quedan grabados en la llamada Memoria Emocional, tal como lo ha descripto Le Doux. Donde los estímulos crudos, sin pasaje cortical, quedan bien trabados a la emoción, condicionados; con nítidos efectos sobre el comportamiento. Lejos por el momento de la Conciencia Abstracta, ligada al Lenguaje. Podemos pensar entonces en una Conciencia Concreta, que registra sintaxis entre imagen, movimiento y afecto, bien al estilo de las Representaciones Cosa descriptas en “La interpretación de los sueños”. Complejos depositados en la Memoria Implícita, Procedimental. Fuertemente grabados, indelebles, que no son pasibles de destitución.

Lo que no se recuerda es aquello que pretende recuperarse por la Memoria Explícita. El concepto de Amnesia Infantil debe circunscribirse a este tipo de Memoria. Pero podemos pensar en un Inconsciente no reprimido, anterior  a ella.

Es cierto que se podrá, desde el Lenguaje Digital, bastante después, volver a procesar,  a posteriori, esas vivencias primarias. Dándoles otro sentido, otra cualidad. Es el momento donde todos podemos concluir que la Realidad Psíquica adquiere derecho propio ante la Realidad Material. Pero que esa Realidad Material ha dejado también sus huellas, lejos de la vinculación a la palabra. Huellas que no dejarán de pujar por expresarse. Que ordinariamente lo hacen, incluso con el revestimiento engañoso y a veces vacuo de las palabras. Donde es notoria la disociación entre lo que se dice y lo que se hace. Entre la semántica y la pragmática del mensaje.

También parece lo más lógico, a la hora de pensar en la constitución del psiquismo, que el armónico emplazamiento de la experiencia primitiva, de esos “protodiálogos” donde la entonación y el gesto valen más que la semántica del mensaje, son los que habilitarán  la trama neural para lograr más y mejores ligaduras. Por así decirlo, permitir el esperable momento de las Represiones Primarias, fundantes de esos diques de los que hablábamos antes. [3]

Y es entonces una cuestión de la artesanía psicoanalítica poder trabajar con esas manifestaciones clínicas toscas, en un contexto relacional que favorezca mejorar esas ligaduras endebles, de deficiente regulación emocional.

Por supuesto, es también el momento de la reflexión sobre la prevención, sobre la importancia de ese gesto inductor de ternura que se trasluce en “bueno, ahora vamos a guardar el pitito”. Donde se lo invita a esperar, a res-guardarse,  para el futuro momento donde el estímulo en bruto se vaya inscribiendo, en el pasaje Identidad de Percepción a Identidad de Pensamiento, de Representaciones Cosa a Representaciones Palabra, en otros términos del Lenguaje Analógico Icónico al Lenguaje Digital. La madre hace esto mientras lo limpia, lo cambia, bajo el intercambio de gestos, donde la entonación de su voz dice mucho más que el significado de sus palabras. Es el momento de la Intersubjetividad Primaria.  

Muchos teóricos del desarrollo temprano, no sin razones, han visto que los estados de erotización manifiesta de los niños se debe fundamentalmente a trastornos de la “psiquización[4]”, muy lejanos a dramática edípica. La masturbación compulsiva, el chupeteo desenfrenado, el frotamiento de ciertos sectores de la piel, entre otros casos, son refugios de la angustia del desvalimiento antes que por la conflictiva edípica. Suelen ser fallas en la constitución del psiquismo, desesperados intentos por inscribir, por ligar lo que permanece desunido. Lo mismo, por supuesto, el caso  de adultos, con ciertos rasgos de donjuanismo, más bien fachada aparente, de una compulsión donde esa “hipersexualidad” es más bien refugio de ansiedades confusionales, y búsqueda de la simbiosis ante el desamparo. Muestra de  vacío y  carencia. Donde no hay triángulo, no hay tercero. No hay otro verdadero. Es donde tal vez no ha habido el suficiente holding materno ante las magnitudes estimulares, donde ha faltado la “sintonía relacional” que impide el momento traumático que siempre se delinea en la crianza, como en el caso de la foto donde el bebé es higienizado. Por eso, de alguna manera, es posible pensar que Freud nunca abandonó del todo la idea de la seducción.  

En una pobre pero necesaria síntesis, hagamos nuestras las palabras de Agustín. Aceptando nuestra humana condición. Donde la imposición cultural solapada con nuestro equipamiento preprogramado, que nos impone nacer y vivir entre heces, orina, placer y penurias. Entre sexo, vida y muerte. En el seno de la familia, donde una madre se va constituyendo a la par de su cría.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Más vulgarme conocido como San Agustín.

[2] El fajado de los niños consistía en  una antigua costumbre por la que eran envueltos muy trabajosamente con unas extensas cintas de telas, dejándoles totalmente inmóviles, incluyendo a sus bracitos y piernas, al estilo de una momia. Se suponía que favorecía su crecimiento armónico, evitando hernias y otros supuestos problemas. Aunque no se crea, fue posible ver esto hasta mediados del siglo pasado, incluyendo, desde ya, las consabidas discusiones acerca de sus ventajas y desventajas. No tengo dudas acerca de la acertada coincidencia entre esta maniobra del “fajar” con el pegar o agredir. En el texto uso el término en el sentido que el bebé mayorcito habitualmente suele rechazar la colocación de los pañales.

[3] Se sabe que la Represión, para funcionar, no solamente necesita de la contracarga, también necesita de la atracción de esas Representaciones.

Tal como Freud lo plantea en “Tres Ensayos…” en una nota agregada en 1915, con el ejemplo de los mecanismos empleados para subir los visitantes a la Pirámide de Gizeth; “… de un lado los empujan, del otro los atraen”. De allí la necesidad del concepto de Represión Primaria. Precisamente el “agujero psíquico” que implica la ausencia de Representaciones es un obstáculo mayor a la cura. Esto está en estricta relación con el concepto de Represión Primaria.

 

[4] Uso este término, “psiquización”,  bastante a disgusto. Pero lo hago en el supuesto que podrá dejar en claro la importancia de la institución de las ligaduras necesarias para el funcionamiento psíquico. Una de ellas, que podemos llamar del primer nivel, ubicada entre la intimidad tisular y el Ello, instalada en la superficie sensorial del aparato psíquico, a nivel de los receptores, estableciendo el acceso al  Proceso Primario y el Principio del Placer. Otro nivel estaría entre Inconsciente y Preconsciente, estableciendo el Proceso Secundario. Finalmente, una tercera variante, estaría vinculada al pensamiento que ya ha accedido al Proceso Secundario, donde ciertas satisfacciones pregenitales, deben abandonarse para dar paso a organizaciones subsiguientes. Para el interesado en ampliar recomiendo el texto de Guillermo Brudny, publicado en la Revista Psicoanálisis, XXVII, I, APdeBA, Buenos Aires, denominado “Complejo de Edipo y su disolución o represión primaria en la obra de S. Freud”.

 

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