Reconsiderando una pregunta de examen (VI). Aportes de Laborit sobre Biología del Comportamiento
Psicofisiología III
Aportes de Laborit sobre Biología del Comportamiento. Comportamientos innatos y adquiridos. Sistema Activador de la Acción y Sistema Inhibidor de la Acción. Miedo y Angustia. Aportes neurobioquímicos.
Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli
Sexta Parte:
Si antes hicimos una serie de consideraciones a partir de las ideas de Bateson, cuando hablamos sobre su famoso “Metálogo”, ahora tomamos una no menos famosa expresión de Freud:
“La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad”. Sigmund Freud; “32 Conferencia, Angustia y Vida Pulsional”, en “Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis” (1933 [1932] ).
Es indudable que Freud usa aquí la expresión “mitología” buscando señalar lo mismo que Bateson. Claro que muchos años antes, en 1932. La “grandiosa indeterminación” no es porque solamente toda actividad humana implica siempre el orden del mito; también es grandiosa indeterminación porque se trata de algo que entiende como un constructo. Es decir, de una proposición explicativa; al decir de Bateson. Freud “inventa” conceptos. No los “descubre”; no encuentra realidades fácticas en esencia, como “extractos puros”. Construye modelos del funcionamiento psíquico a partir de hechos cotidianos. Y los llama de alguna manera. Intenta explicar, buscando un acuerdo semántico que le permita operar sobre ciertos hechos de la clínica.
Los “hechos” son inicialmente evidencias empíricas. La paloma que ahora, mientras escribo está posada en la baranda, picoteando unas migas que han caído después de la apacible cena de anoche en mi balcón, es un hecho que no deja dudas razonables. Lo mismo que suponer que ella tiene una visión particularmente aguda que la habilita para divisar desde lo alto de su vuelo una “presa” cual los pequeños restos de pan. Lo mismo si yo dijera que cierta emoción la ha guiado en todo esto, fogoneada por el hambre. Como puede entenderse, un hecho – tal como aquí lo estoy tratando de entender – abarca desde lo observacional hasta ciertas conjeturas, ciertas interpretaciones. Alguien ha dicho que el Psicoanálisis es la “ciencia empírica del inconciente”. Expresión que tiene mucho de justa. Tal vez Freud haya pensado en estas cosas cuando se refiere a “nuestra mitología”; es decir, a las conjeturas, a las relaciones que fue estableciendo al formular sus diferentes teorías de los instintos a lo largo de su obra.
La misma noción freudiana de inconciente es un “invento”, no un “descubrimiento”. Del mismo modo que América existía desde antes de Colon, el inconciente freudiano existía desde antes de Freud. Pero no era reconocido como tal en su entera dimensión. El territorio de nuestro continente se transformó en América después de 1492. Antes era otra cosa para todos los hombres; incluyendo, por supuesto, a sus azorados pobladores que debieron soportar la violencia de la cruz y la espada de los conquistadores. Antes de Freud, el inconciente “estaba allí”, seguro; pero no era lo mismo. Algo parecido queremos decir con aquello de “el mapa no es el territorio”. [1]
Por qué vengo a sostener estas cuestiones?. Nada más, nada menos, que para salirle al paso a un esencialismo idealista. No hay “jarabe puro de pulsión de muerte” o cosa por el estilo. Los conceptos no son cosas, no son esencias puras. Son ideas con las que se opera en la realidad. Son, si se quiere, herramientas.
Me detengo un tanto. Y pienso: vaya aporte de las supuestamente “positivistas” materias biológicas!. La acusación a las materias Biológicas de “positivistas” no es solamente una pobre demostración de conocimientos. Es también una falta total de respeto por lo que llamamos académico. Es mucho más vergonzosamente “positivista” sostener, groseramente, que la pulsión de muerte “existe” como una cosa en sí. No se trata de negar la Compulsión a la Repetición u otras de sus manifestaciones clínicas. Se trata de pensar, lisa y llanamente, que es un concepto. Idea que puede someterse a crítica, a diferentes consideraciones.
Tomo ahora un tramo de la gran obra de Fletcher, “El instinto en el hombre”:
“El término “instinto” es, pues, un concepto descriptivo que puede ser analizado en los diversos rasgos y factores causales que lo componen. Pero el hecho de que sea posible desmontarlo en rasgos separados, no altera el hecho de que el instinto es una unidad distinguible como tal, una definida y reconocible correlación de dichos rasgos. Los instintos de cualquier especie particular son, por lo tanto, correlaciones de los diversos rasgos mencionados, que pueden distinguirse las unas de las otras y clasificarse de acuerdo con
(a) el “estado final” en que termina la secuencia de comportamiento,
(b) los mecanismos de comportamiento del hecho dado y las secuencias de acciones que se ejecutan, y
(c) la base neurofisiológica subyacente a la determinada secuencia de experiencia y comportamiento.
En un esfuerzo por ser perfectamente claros, podemos enumerar los rasgos del instinto en forma precisa, como veremos. El instinto –esa correlación de rasgos estructurales, fisiológicos, de comportamiento y experienciales, establecidos por herencia- comprende:
(1) Rasgos neurofisiológicos internos. Constituyen las condiciones neuro fisiológicas internas, base de los rasgos experiencias y de comportamiento. Consisten en (I) procesos hormonales, (II) estímulos sensoriales internos, (III) factores nerviosos centrales intrínsecos y (IV) la coordinación de todos estos factores, que produce “ condiciones motivacionales” (objetivamente concebidas ) en los diversos niveles de la jerarquía de centros neurofisiológicos, siendo así la base de los elementos “espontáneos” del comportamiento.
(2) Rasgos de comportamiento.
(I) Una consecuencia de actos – a veces de larga duración - que conduce a fin específico (por ejemplo el galanteo sexual y el apareamiento, la construcción del nido, la migración) y que, si bien comprende cientos de automatismos de comportamiento, muestra una unidad y complejidad, así como un grado de referencia prospectiva tales que no pueden ser explicados sólo en función de una “adición” asociativa de estas reacciones – tipo automáticas. Tal secuencia de comportamiento comprende:
(a) comportamiento apetitivo, manifestado a diferentes niveles y que conduce al animal a la situación necesaria para la liberación de (b) actos consumativos, que comprenden a asu vez reacciones de patrón fijo con sus taxis y reflejos asociados.
(II) Un persistir de tal comportamiento y, además, un aumento de su intensidad, complejidad y variabilidad, inclusive una manifestación a reacciones de desplazamiento ( y aún, a veces, una ejecución del comportamiento en ausencia completa de estímulos – signos normales – “actividad en el vacío-) cuando el animal encuentra algún obstáculo inusitado que le impide alcanzar el “estado final” hacia el cual parece estar dirigida su actividad (es decir, la realización del acto consumatorio que libera la energía específica acumulada, proporcionando así satisfacción).
(III) Una cesación de tal comportamiento cuando se alcanza ese “estado final”.
(3) Rasgos experienciales. (I) Un rasgo perceptivo de experiencia, que indica una sensibilización a determinados elementos del medio. Esta percepción parece ser selectiva: apropiada a la experiencia instintiva del momento y de tal naturaleza que torna al animal relativamente insensible a otros rasgos de su mundo perceptivo, aun cuando, de hecho es capaza de percibirlos. Los diversos aspectos de este “modo de percepción” pueden ser estudiados objetivamente. Los “elementos apropiados del miedo” (estímulos signos o disparadores) pueden determinarse experimentalmente, y desde que – cuando varían algunos componentes sensoriales de estos disparadores –puede alcanzarse el mismo efecto liberador acentuando los componentes restantes y “compensando” así las inadecuaciones del primer grupo, se considera que estos componentes sensoriales obran sobre el mecanismo perceptivo de manera “aditiva”, de acuerdo con la ley de suma heterogénea. Desde que la reacción de patrón fijo parece ser disparada automáticamente (como si se tratara de una acción de “gatillo”) cuando el animal encuentra el disparador adecuado, se postula que en la base de tal experiencia perceptiva existe un mecanismo perceptivo muy específico: el “mecanismo disparador innato”. El grado de rigidez o especificad de este mecanismo perceptivo no está establecido todavía con certeza. Sumado al impulso persistentemente recurrente y al “interés instintivo” mencionado más abajo, esta percepción selectiva da la apariencia, en el comportamiento del animal, de “concentración” o de “reducción de la atención” sobre ciertos objetos del medio.
(II) Un aspecto conativo[2] de experiencia; un deseo o impulso persistentemente recurrente, que es el concomitante experiencial de una determinada energía específica de reacción y que continúa hasta que se alcanza la ejecución del comportamiento adecuado a “estado final” determinado (que libera la energía y gratifica el impulso).
(III) Un sentimiento de la significación de toda la relación entre deseo específico y percepción específica denominado “interés instintivo” y que puede describirse mejor como un sentimiento de “valer la pena el comportamiento”. Es este un rasgo cognitivo elemental, aunque se trate de una elemento del sentimiento, y es relevante para lo habremos de decir luego sobre la importancia de los aspectos afectos de los procesos de aprendizaje. Este postulado añade un aspecto psicológico a la observada “Concentración de la atención” sobre un objeto determinado, la aparente absorción del animal en una determinada secuencia de comportamiento, y su relativa insensibilidad para con otros rasgos del medio, durante la realización de tal comportamiento.
(IV) Un sentimiento de tensión aumentada, denominado emoción, que no es un elemento afectivo necesario de experiencia instintiva, sino que surge cuando la actividad instintiva se ve obstruida; refuerza el impulso específico (al mismo tiempo que “torna más bajo el umbral de liberación”) y conduce al animal a aumentar sus esfuerzos por ejecutar exitosamente el comportamiento, produciendo así una crecida variabilidad de respuestas al provocar el empleo de otros elementos de su equipo de reacciones comportamiento; y que, sin embargo puede igualmente, en su forma externa (así como, también en la
“fase de shock”, cuando se encuentra de súbito una situación por completo inusitada e inesperada) hacer que la experiencia y el comportamiento del animal se tornen totalmente difusos, incoherentes, no dirigidos y mal adaptados a la situación. Ronald Fletcher; “El instinto en el hombre”.
En este tramo, tan meduloso como toda la obra, Fletcher dice que instinto es un concepto, tal como decía antes. Concepto como correlación de rasgos estructurales, fisiológicos, de comportamiento y experienciales, establecidos por herencia. Correlación entre partes que no implica disolver la unidad de lo observable, al desmontar las partes entre si. Habla de herencia, pero también incluye la posibilidad de aprendizaje, de modificación. La emoción conduce a “una crecida variabilidad de respuestas …”.
Es donde tomamos conciencia de que el instinto no es inmodificable, en todos sus aspectos. Hablamos del instinto en el hombre. No en los insectos. Muchas veces escuchamos, ya cansados, las comparaciones entre lo humano y las abejas, hablando de lenguaje y comportamiento en general. Es cuando uno tiene la impresión de que algunos colegas tratan de tener eso que ellos mismos llaman “un comportamiento instintivo no humano”; repiten hasta cansarse. Son generalmente profesores universitarios mimetizados con el comportamiento de las abejas[3]. Es extraño, si bien sabemos que la inversión entre lo que se dice y lo que se hace es muy corriente: se dicen partidarios de lo diverso, de lo distinto, en los hechos son demoledoramente simples e invariantes.
Dejando un poco de lado las bromitas para con nuestros críticos, les diré que Fletcher trabaja muy bien la interrelación de percepción y emoción, dando lugar a una adecuada mezcla entre lo cognitivo, lo afectivo y lo conativo. Es donde podemos pensar sobre la variabilidad del instinto en el hombre. Y también en algunos mamíferos superiores no humanos. Eso que llamamos la “torsión del instinto”, su no fijeza merced a las propiedades de un sistema nervioso con posibilidades de diversificar sus perfomances.
Cuando ese instinto se torsiona, cuando se diversifica el objeto (que deja de ser específico, pasando a ser contingente), es cuando estamos a un paso de abandonar la supuesta y tajante separación entre instinto y pulsión.
Me parece aberrante suponer al instinto “biológico” y a la pulsión “psicológica”. Lo mismo cuando se supone a lo instintivo como “fisiológico”, culminando en el latiguillo de “la pulsión como concepto límite entre lo físico y lo psíquico”. Solemos escuchar: “hasta aquí llega lo fisiológico, lo físico, lo médico…, después viene lo pulsional, lo psíquico”.
Nosotros sostenemos que lo fisiológico está adscripto a la función. La función es un medio para el logro de un fin. Y el fin de los seres vivos es seguir siendo seres vivos, manteniendo su información estructura, operando en su ambiente. Todo es fisiológico: lo psíquico es una función emergente de la materia organizada. Es lo que permite, siempre desde lo relacional vincular, una versatilidad mayor, cierta posibilidad de una eficacia operativa diferente. Lo psíquico, como posibilidad, es el dominio de lo diferente, de la creación de sentidos, de nuevas puestas en forma. Lo psíquico en el hombre acerca a grandes desarrollos, de hecho a grandes desgracias. Para nosotros, la expresión de Freud donde lo pulsional aparece como “concepto límite” entre lo psíquico y lo somático es desafortunada.
Nuestra materia se llama Psicofisiología. Para nosotros, toda la Psicología es psicofisiológica; incluyendo al Psicoanálisis, la “psicología de las profundidades”. Es cierto que el Psicoanálisis es más que una psicología; el Psicoanálisis puede pensarse como una Antropología, para nuestro gusto Interdisciplinar. Pero no podemos pensarlo fuera de la Psicología. Freud no estaría de acuerdo con ese intento de separarlo de la Psicología. Mucho menos admisible sería pensar el Psicoanálisis fuera de una base material, independientemente de las estructuras nerviosas. Suponer que “lo psíquico” no es “físico” es caer en un idealismo extremo, casi mejor dicho en “magia negra”, “ocultismo”. No se trata de negar las propiedades demoníacas o no del “fantasma”. Se trata de pensar que el fantasma, sin comillas ahora, es una construcción del aparato psíquico como expresión de una fisiología de superior nivel de complejidad. Posible merced a las propiedades de los seres vivos dotados de sistema nervioso. Posible por el armado de redes de memoria sutiles, donde asienta con diferentes grados de plasticidad neuronal.
“La plasticidad neuronal puede ser definida como la capacidad que tiene el cerebro de ser modificado por la experiencia. En el curso de los últimos 20 años, los datos de la neurobiología experimental han puesto en evidencia las bases moleculares y celulares de los mecanismos de la plasticidad. Así, la variación de la eficacia sináptica y de la arquitectura de las sinapsis, generando rearreglos estructurales, son procesos fundamentales de la plasticidad neuronal. Decir que la experiencia deja una huella en la red neuronal no representa entonces un abuso del lenguaje, por el hecho de que se pueden poner en evidencia modificaciones microestructurales en estas sinapsis. En nuestro libro "A cada cual su cerebro", hemos discutido en detalle cómo, por los mecanismos de la plasticidad, el sujeto se construye a través de la experiencia, abriendo así la vía hacia la emergencia de la singularidad.
Por los mecanismos de la plasticidad, la experiencia deja una huella. Esta huella se presenta bajo la forma de conjuntos de sinapsis facilitadas, que constituyen así el correlato neuronal de una experiencia o de un objeto de la realidad externa. La reactivación de estos conjuntos neuronales puede dar cuenta de la representación de la experiencia que los ha producido. La pregunta queda sin embargo abierta para saber cómo la reactivación de estos conjuntos de sinapsis facilitadas produce las representaciones o las imágenes mentales.
Cualesquiera sean, estas huellas que se inscriben en el curso del tiempo, en la diacronía, participarán en la producción de una irreductible singularidad.
Las primeras inscripciones de huellas, bajo la forma de conjuntos de sinapsis facilitadas, están en relación directa con la experiencia o la percepción que las produjeron, cada uno de los conjuntos codificando para una experiencia particular, en una relación directa. Seguidamente, sin embargo, estas huellas se asocian entre ellas para formar nuevas huellas que no tienen, por otro lado, más relación directa con las experiencias o las percepciones iniciales. Éstos nuevos conjuntos de neuronas incluyen a las precedentes bajo una forma modificada. Es ésta una noción importante que emerge de trabajos de diversos autores. Esta idea está más particularmente desarrollada en el presente volumen por Cristina Alberini. Habrá entonces reasociaciones de las huellas existentes que permiten recrear nuevos conjuntos de sinapsis facilitadas, que surgen de las huellas primarias, integrandose éstas en nuevos conjuntos neuronales. Esta reasociación de huellas parece estar mediada por el proceso de reconsolidación. Contrariamente a las huellas primarias, que quedan en relación directa con la experiencia, la reasociación de huellas y el proceso de la reconsolidación implican que las nuevas huellas no están más en relación directa con la experiencia, aunque hayan efectivamente surgido de estas huellas iniciales.
Uno se enfrenta a partir de aquí con una paradoja que implica la plasticidad: la inscripción de la experiencia, a través de la reasociación de huellas y el fenómeno de la reconsolidación, separa de la experiencia, creando así una discontinuidad. La reasociación de huellas introduce así un grado de libertad que es esencial para la emergencia de la singularidad. En efecto, si uno admitiera que todas las huellas se
inscribiesen de manera definitiva, sin reacomodamientos, eso haría de los mecanismos de la plasticidad algo extraordinariamente determinista; sin embargo la discontinuidad introducida por la reasociación de huellas abre a la posibilidad de la emergencia del sujeto, abre a su inevitable singularidad.
Estaríamos entonces frente a una biología de la discontinuidad. Ésta permitiría el hecho de ver el sujeto, y el inconciente también, como resultando de la discontinuidad: postulamos, en efecto, que esta discontinuidad podría igualmente contribuir a constituir el inconsciente propiamente dicho, una realidad inconsciente fundamentalmente desarticulada de la experiencia, incluso si ella es uno de los destinos de la experiencia”. Pierre Magistretti; Francois Ansermet, en “Neurosciences et Psychanalyse”, Odile Jacob, 2010, París.
El fantasma no es etéreo, volátil, un miasma que se desprende como emanación inmaterial. Aceptar la complejidad fantástica del inconciente, de su “saber” como solemos escuchar, no puede razonablemente asentar sobre la escisión cuerpo mente. Los autores que acabo de citar, los de textos tan recomendados como actuales (“A cada cual su cerebro” y “Los enigmas de placer”), vienen a concurrir a esta idea. Idea que venimos trabajando gracias a Laborit desde hace varias décadas.
Y bien. Es así como hoy asistimos, no sin cierta tristeza, a la risueña afirmación de algunos alumnos de la carrera que muy tempranamente se autodenominan “psicoanalalistas, no psicólogos”. Rápidamente viene a mi mente un sabio dicho: “…la culpa no la tiene el chancho, sino el que le da de comer”. Digo esto no sin cierto temor; espero que sepa captarse el nivel metafórico del significante “chancho”, lo mismo que el nivel directo que alude a la responsabilidad de los docentes en su transmisión acerca de que son la Psicofisiología, la Psicología y el Psicoanálisis.
Las posturas dualistas, de disociación entre cuerpo y mente, son oscurantistas. Dicho esto en el más freudiano de los sentidos. La expresión de Freud que considero desafortunada no lo es tanto si pensamos que con ella busca enfatizar en lo psicológico, en aquello que importa otro nivel de complejidad, de sentido. El instinto o pulsión nace del soma, no hay dudas. Busca con insistencia, es empuje constante. Es vida, es deseo. Pero el soma, su fisiología, está implícito en la función. No sólo como “base”. El instinto o pulsión, no hacemos ahora diferencias netas, son del dominio de la psicología fisiológica.
Es bien preciso Freud cuando aísla en “Pulsión y destinos de pulsión” (1915), sin dudas a fines de su comprensión, los componentes: empuje, fuente, fin, objeto. Componentes que parten de un cuerpo, tanto anatómico como erógeno, donde siempre está presente el ambiente. En un ida y vuelta sin fin. Los otros, sin dudas, tienen su lugar en las trazas de memoria que palpitan constantemente, empujando desde las “zonas erógenas” en pos de la reunión con el objeto. Este concepto es de alta raigambre fisiológica. La fisiología, digámoslo una vez más, se cierra sobre lo vincular.
Con esto no queremos decir, como Laborit tan certeramente señala, que estamos tratando de “reducir la Psicología a la Biología”, tampoco – claro está - “la Psicología a la Psicología”. Es menester pensar que este pensamiento, sobre el que se basa nuestra materia, es Bio – Lógico, es decir, de la Lógica de lo Viviente. Que es algo más allá de la Biología como corrientemente se la entiende. Es casi una “Meta Biología”.
Por supuesto que hay “otras psicologías” diferentes de la Psicofisiología. Pero los principios ligados a la fisiología son básicos, elementales, impostergables a la hora de pensar en palomos, palomas, señores y señoritas.
[1] Esta expresión, muy famosa, es original de Alfred Korzybsky. Tomada por Bateson se popularizó, quedando ligada a sus ideas. Señala la limitación de los humanos para experimentar el mundo “realmente”. Nos manejamos con recortes de esa realidad, con abstracciones, es decir con escisiones propias de los alcances perceptuales que tenemos, del modo de representar con palabras. Tenemos la tendencia, fatalmente errónea, a suponer que lo que se nombra “es la cosa”.
[2] Conativo supone tendencia a la acción, en un sentido apelativo donde se busca influir o llamar la atención sobre el entorno. En Lingüística se habla de “función conativa” del lenguaje donde predomina lo imperativo, como sería la expresión “Cierra la ventana!”.
[3] Me refiero a las gastadas alusiones a Benveniste buscando definir qué diferencia al hombre de los animales.
Comentarios
Publicar un comentario