Una cuestión de tacto

 


 

Una cuestión de tacto

Acerca de la vieja cantinela de la escisión entre biología y cultura

 

Profesor Doctor R. Frenquelli

 

 

 

El bebé, nuestro pequeño maestro, está aquí explorando la rodilla de quien lo atiende desde muy cerca. Si bien está sentado en su sillita, mientras mira hacia otro sitio donde seguramente ha pesquisado algo que también le interesa, recorre con sus manitas la anatomía del adulto. Ambas están lo suficientemente abiertas como para recorrer la superficie investigada; algo flexionadas buscando usar las yemas de los dedos, inclusive las uñas, trata de reconocer texturas, pequeños ruidos por el roce, diferentes temperaturas.

 

Se configura un verdadero ejercicio del tacto activo, donde se combinan las sensaciones táctiles (que van desde el llamado “tacto ligero”, elemental, hasta el tacto discriminativo de mayor sofisticación, con el movimiento, es decir con la sensibilidad vinculada a lo propioceptivo – motor. Actividad que también podrán encontrar en los textos como percepción háptica.

 

André – Thomas,  fundador de la neurología del niño y el desarrollo, ha dicho que “la mano es un órgano cortical”. Sabía bien de la liberación de la mano, de su representación en la corteza sensorial primaria, retrorolándica; lo mismo que de los procesos adquisitivos in crescendo, logrando la virtuosidad de la pinza radial superior, la oposición del pulgar, etc. Lo cierto es que la mano está ampliamente representada en el famoso “homúnculo” sensorial, ubicado bien por detrás del labio posterior de la Cisura de Rolando. Sabemos que por delante de ella, “al ladito nomás”, se encuentra el otro “homúnculo”, el motor. Ambos componen lo que llamamos representación somatotópica cortical.

 

A ese nivel, estrictamente del “espesor” de la corteza cerebral, los dedos de un virtuoso del violín tienen mayor densidad sináptica. Allí, en la microestructura histológica, se encuentra una demostración patente de la inutilidad de pensar a lo psicológico divorciado de lo fisiológico. Las sinapsis no son mera cuestión de “soporte”, como las bandas teloneras, que por más buenas que resulten, siempre son ignoradas. No tiene sentido seguir con la vieja cantinela de la escisión cerebro – ambiente, entre biología y cultura. En ese sitio se ha inscripto una historia singular. Esa historia, no es indolente. La capacidad de interpretar lo ambiental del virtuoso es diferente desde “su adentro”. La percepción táctil de sus dedos, mientras se desplazan sobre el arco y este sobre las cuerdas, recogen un sentido que no es el mismo para otro ejecutante. No es que la percepción se ha formado exclusivamente desde afuera. Hay una ida y vuelta entre lo que llamamos afuera y adentro. El Yo corporal freudiano no puede ser reducido a una experiencia intra psíquica, disociada de lo sensomotor, del contexto vincular.

 

Está claro entonces lo que quiere decir el gran neurólogo francés. Pero deberíamos añadir a su aserto que también es un órgano histórico pues está ligado a narrativas, es singular pues no es repetible, es vincular pues ha surgido de la incesante tendencia a vivir en y para la intersubjetividad.

 

Queda delineado un nuevo ejemplo de la íntima relación entre la neuropsicología profunda y el desarrollo. Y el psicoanálisis. Sensopercepción, memoria, afecto, atención, tacto activo, corteza cerebral, sinapsis. La presencia del otro, el empuje constante por la presencia del otro. Ese otro que se mete en uno, ese uno que se mete en el otro.

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