Charles Darwin: la génesis de su pensamiento evolucionista / Alberto A. Makinistián
Charles Darwin: la génesis de su pensamiento evolucionista*
Alberto A. Makinistian **
1809 es un año particularmente significativo en relación con la temática de la evolución biológica. Por un lado, el autor francés Juan Bautista Pedro Antonio de Monet, Caballero de Lamarck (1744-1829) publica su obra “Filosofía zoológica”, obra en la que expone, por primera vez y con un enfoque claramente vitalista, las razones que explican la transformación de las especies a través de los tiempos geológicos. Por otro lado, en la localidad de Shrewsbury, Inglaterra, se produce el nacimiento de Charles Darwin (1809-1882), el hombre que establecerá, con firmeza, las bases materiales de la evolución biológica.
En esta clase inaugural intentaremos precisar cómo y cuándo Darwin se convirtió en evolucionista y también ver de qué manera fue gestando su obra cumbre “El origen de las especies por medio de la selección natural”, que publicará finalmente a los cincuenta años de edad, en 1859.
Iniciemos el recorrido haciendo referencia a la adolescencia de Darwin. Durante ese período, Darwin había evidenciado interés por coleccionar insectos y minerales. Pero nada más. De los 16 a los 18 años, es decir de 1825 a 1827, Darwin estudia Medicina en la Universidad de Edimburgo. Ser médico ya era tradición en su familia. Su padre lo era y también lo había sido, y prestigioso, su abuelo Erasmus. Pero Charles abandona sus estudios después de cursar cuatro semestres debido a que las clases en general, excepto las de Química, le resultaban “intolerablemente aburridas” y porque debió presenciar dos operaciones graves sin anestesia (ya que aún no se la conocía). En cambio, allí en Edimburgo tuvo la oportunidad de relacionarse con varios naturalistas de renombre, iniciándose por entonces su especial aptitud para la observación de la naturaleza.
De los 19 a los 22 años (1828-1831) Darwin estudia Teología en el Christ´s College, de Cambridge. Durante ese tiempo, además de coleccionar insectos, establece contactos personales importantes. Entre ellos, con el reverendo John Stevens Henslow (1796-1861), teólogo y sacerdote de la Iglesia Anglicana y Profesor de Botánica en la Universidad de Cambridge, y con Adam Sedgwick (1785-1873), Profesor de Geología en la misma universidad.
Por entonces, Inglaterra decidió realizar viajes de prospección a América, con el propósito de incrementar el escaso comercio existente y el de descubrir nuevas y seguras rutas comerciales. De allí su interés en que un navío practicara un relevamiento de puertos en toda la zona litoral de América del Sur, recabara mayor información cartográfica de Patagonia y Tierra del Fuego, hiciera un estudio de las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y obtuviera una serie de medidas cronométricas en diferentes sitios, para regresar finalmente por las Indias Orientales. Por otra parte, era preciso saber cuáles eran los recursos naturales de Sudamérica que pudiesen tener un uso industrial.
Esta misión sería llevada a cabo por el “Beagle”, un reconstruido velero de 3 mástiles, bien equipado para tareas científicas. El Almirantazgo quería en la dotación a un entendido en geología, consciente de los beneficios económicos que podría aportar los conocimientos en esta disciplina. Asimismo, era indispensable contar con los servicios de una persona que poseyera un gran sentido de la observación y tuviese la capacidad de describir detalladamente todo lo que viese.
Darwin había recibido su formación geológica de la escuela catastrofista cuando, durante su segundo año en Edimburgo, asistía a las clases de Robert Jameson, el editor británico de las obras de Cuvier. Pero, como las clases le aburrían enormemente, a partir de ese momento decidió no volver a estudiar geología.
Sin embargo, en abril de 1831, tras obtener la licenciatura en Teología en el puesto número diez de su promoción, y por sugerencia de Henslow, se dedica nuevamente al estudio de la geología y, gracias a la mediación del mismo Henslow, Charles termina participando de una expedición por el norte de Gales con el Profesor Adam Sedgwick, responsable de la cátedra Woodward de Geología, en Cambridge, y también catastrofista. Sedgwick era, por entonces, el más eminente geólogo de campo en Inglaterra. Fue precisamente este relevamiento geológico el que le permitió definir el sistema cámbrico.
A su regreso, en agosto, Charles se encuentra con una carta enviada por Henslow. En la misma, éste le comunica que le habían pedido que recomendara, para el viaje que estaba organizando el Almirantazgo, a un naturalista bien capacitado (que fuera ante todo un “caballero”, ya que debía compartir el camarote con el capitán del barco) y que estuviese dispuesto a participar sin percibir ninguna retribución por ello (por el contrario, el costo de su manutención era de unas 30 libras al año). Con absoluta franqueza, Henslow le expresa a Darwin:
“He afirmado que lo considero la persona más dotada que conozco que pueda encargarse de tal plaza. Cuando digo esto no es que suponga que es usted un naturalista cumplido, sino que está ampliamente cualificado para recoger, observar y anotar todo cuanto sea útil para la historia natural” 1
Charles tenía mucho interés en aceptar el ofrecimiento, pero dicho interés contrastó con la negativa de su padre, quien le planteó diversas objeciones. Sin embargo, dejó abierta una posibilidad: “Si eres capaz de encontrar una persona en su sano juicio que te aconseje marcharte, daré mi consentimiento” le dijo. Afortunadamente, y a pesar de que Charles, como hijo obediente, rechazó la oferta, la mediación de su tío Josiah, hermano de su madre y que se convertiría más tarde en su suegro, logró que el padre de Charles retirara sus objeciones, posibilitando así la participación de su hijo en el viaje.
Tras contar con la aprobación de su padre, Charles tuvo que superar, sin saberlo, un nuevo obstáculo. El capitán del barco, el aristócrata Robert Fitz Roy, de 23 años, había leído recientemente el libro de J.K. Lavater titulado Fisiognomía, que trataba acerca del carácter en relación con los rasgos físicos de un individuo. Basándose en esta lectura, FitzRoy llegó a considerar que Charles, por el tipo de nariz que tenía, difícilmente fuera poseedor de una decisión y energía suficientes para encarar un viaje tan largo.
En realidad, Fitz Roy no estaba muy desacertado en su apreciación, ya que Darwin mismo dudaba que pudiera resistir semejante viaje debido a su estado de salud. Para colmo, el viaje debió ser aplazado en varias oportunidades. Finalmente, el 27 de diciembre de 1831 el “Beagle” zarpa de Devonport y alcanza mar abierto, dando comienzo a uno de los viajes científicos más notables de la historia. Charles Darwin no era el naturalista oficial del “Beagle” (sino el cirujano Robert Mc Kormick, que ocuparía ese puesto hasta su renuncia, en abril de 1832) ni tampoco un diplomado en ciencias naturales. Sin embargo, contaba con algo mucho más valioso: era “un hombre con una curiosidad sin límites” como lo definió su tío Josiah. Ello le permitió observar, describir e interpretar la naturaleza como muy pocos lo habían logrado antes. Refiriéndose a este episodio destacado de su vida, el mismo Charles no dudaba en afirmar:
“El viaje del Beagle ha sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida, y ha determinado toda mi carrera” 2
Muy pocos libros acompañaron a Darwin en su viaje. El motivo era muy simple: la falta de espacio en el camarote que debía compartir con el Capitán Robert Fitz Roy. Entre ellos el primer volumen de Principios de geología de Charles Lyell, que leyó muy atentamente por sugerencia de Henslow (quien, partidario del catastrofismo, le recomendaba al mismo tiempo no aceptar las conclusiones del autor). El segundo tomo lo recibiría en oportunidad de atracar el “Beagle” en el puerto de Montevideo (Uruguay) en 1832, y el tercero lo leería a su regreso a Londres.
A través de la obra de Lyell, Darwin pudo conocer acerca de la existencia en Inglaterra de dos grandes tendencias en el área de la geología: la catastrofista, defensora de los cambios bruscos, y la uniformista, partidaria de los cambios graduales. Charles se inclinó absolutamente a favor del gradualismo y en esto, sin duda alguna, mucho tuvo que ver Lyell.
Dos experiencias puntuales, vividas durante el viaje, habrían de influir más tarde en su pensamiento:
a) su comprobación de que muchos de los numerosos fósiles de mamíferos hallados en la Patagonia eran semejantes a los organismos existentes en la actualidad. Tal parecido llevaba a pensar en una probable relación de parentesco entre dichas formas.
b) su paso por las islas Galápagos, grupo de islas de origen volcánico situadas en el Océano Pacífico, a unos 1.000 kilómetros al oeste de la costa ecuatoriana, donde se dio cuenta que la flora y la fauna de las islas tenían cierta semejanza con la del continente sudamericano.
Lo que particularmente despertó su interés fue observar que el aislamiento de las tortugas las había hecho diferentes y que todas, probablemente, habían tenido un origen común. También recogió ejemplares de un tipo de aves conocido con el nombre de pinzones, los cuales diferían entre sí por la forma y el tamaño de sus picos (de acuerdo con el tipo de alimentación) y ello estaba relacionado con su distribución en el conjunto de las islas. Estas observaciones biogeográficas habrían de tener suma importancia en sus reflexiones posteriores, puesto que incidirían finalmente en su convencimiento de que las especies podían cambiar, que no eran inmutables.
Hoy está descartada la idea de que Darwin se convirtiera en evolucionista a bordo del “Beagle”. Al respecto, Gould señala: “...Darwin regresó a Londres sin haberse planteado teoría evolutiva alguna. Sospechaba la verdad de la evolución, pero no tenía mecanismo por el que explicarla” 3
¿Cuándo y cómo Darwin llegó a ser evolucionista? Creemos que un análisis cronológico de la génesis de su pensamiento sobre el tema nos aclarará suficientemente este punto. De todas maneras, insistimos, no fue a bordo del “Beagle” que Darwin se convirtió en evolucionista. En una carta escrita el 24 de febrero de 1877 al naturalista alemán Otto Zacharías le describe cuál era su pensamiento por entonces:
“Cuando estaba a bordo del Beagle creía en la permanencia de las especies, pero, hasta donde puedo recordar, vagas dudas cruzaban a veces por mi mente. A mi vuelta a casa en el otoño de 1836, empecé inmediatamente a preparar mi Diario para su publicación, y entonces vi cuántos hechos indicaban la ascendencia común de las especies, de tal modo que en julio de 1837 empecé un cuaderno para registrar todos los datos que pudieran tener relación con la cuestión. Pero no llegué a estar convencido de que las especies eran mutables hasta después, creo, de dos o tres años” 4
El regreso a Inglaterra se produjo el 2 de octubre de 1836, tras casi cinco años de navegación. Inmediatamente, Darwin viaja a Cambridge para ver a su amigo Henslow y en la primavera de 1837 traslada su domicilio a Londres, donde permanecerá dos años particularmente activos: prepara su “Diario de Viaje” y lo termina en seis meses, reparte entre los especialistas los materiales zoológicos y botánicos recogidos y analiza las piezas geológicas obtenidas. Asimismo, en el mes de julio comienza a dudar de la permanencia e inmutabilidad de las especies, iniciando un cuaderno de notas sobre el tema. Más tarde, en octubre de 1838, Darwin lee la obra de Malthus “Ensayo sobre el principio de la población”, cuarenta años después de su publicación original en 1798.
Al respecto, Darwin
diría en su Autobiografía:
“En octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber empezado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí en seguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar; sin embargo, estaba tan deseoso de evitar los prejuicios que decidí no escribir durante algún tiempo ni siquiera el más breve esbozo” 5
Según Gould, los cuadernos de notas de Darwin contradicen sus posteriores recuerdos y, por ello, no convencido de que la lectura de Malthus por parte de Darwin haya sido “accidental” o “por entretenimiento” afirma:
“La teoría de la selección natural no surgió ni como inducción elaborada a partir de los datos de la naturaleza, ni como un misterioso relámpago de iluminación procedente del subconsciente de Darwin, detonado por una lectura fortuita de Malthus. Emergió, por el contrario, como resultado de una búsqueda consciente y productiva, que procedió de un modo ramificado pero ordenado, y que utilizó tanto los datos de la naturaleza como el abanico asombrosamente amplio de percepciones procedentes de disciplinas muy dispares y alejadas de la suya propia. Darwin recorrió el camino de en medio entre el inductismo y el eurekaismo. Su genio no es ni pedestre ni inaccesible” 6
En apoyo de sus expresiones, Gould señala que en su excelente obra “Darwin on Man” 7 Howard E. Gruber
“demuestra que Darwin estaba continuamente proponiendo, comprobando y abandonando hipótesis, y que jamás se limitó a recolectar datos ciegamente. Empezó con la idea un tanto imaginativa de que las especies nuevas surgen con un margen de vida limitado, y se abrió camino gradualmente, si bien a empellones, hacia la idea de la extinción por competencia en un mundo de luchas continuas. No dio muestras de exultación alguna al leer a Malthus, porque en su rompecabezas le faltaban por aquel entonces tan solo una o dos piezas por encajar” 8
Finalmente, Gould afirma:
“De hecho, Darwin había leído ya la afirmación de Malthus varias veces, pero solo en este momento estaba preparado para apreciar su significado. Así pues, no dio con Malthus por accidente, sino que sabía ya lo que decía. Su `entretenimiento´, debemos asumir, consistía solo en un deseo de leer en su formulación original la familiar afirmación que tanto le había impresionado en su exposición secundaria por Quetelet” 9 (en su obra, el belga Adolphe Quetelet, especialista en estadística, se refería a las conclusiones de Malthus).
¿Quién era Malthus y qué sostenía en su obra? Thomas Robert Malthus (1766-1834) era un pastor y economista político inglés que formuló la regla general según la cual la población humana crece en progresión geométrica ( por ej. 1, 2, 4, 8, 16, 32, etc.) y los medios de subsistencia, en el mejor de los casos, no aumentan más que en progresión aritmética (1, 2, 3, 4, 5, 6, etc.), por lo que, con el tiempo, se produce un desfasaje alarmante, según el autor, entre la velocidad de crecimiento de las poblaciones humanas y la velocidad de crecimiento de los recursos naturales, o alimentos. Por lo tanto, para equilibrar esta desproporción preocupante, debe producirse una reducción de la población, la cual se logra de forma natural (guerras, epidemias, hambre, etc.) o bien a través de la aplicación de medios preventivos, como la disminución de la tasa de natalidad, por ejemplo.
Pero ¿qué es lo que Darwin toma de Malthus? En realidad, lo que Malthus aplicaba a las poblaciones humanas, Darwin aplicará a la totalidad de los vegetales y animales, pero no precisamente al ser humano. Veamos lo que dice el mismo Darwin en “El origen de las especies por medio de la selección natural”:
“De la alta progresión en que tienden a aumentar todos los seres orgánicos, resulta inevitablemente una lucha por la existencia. Todo ser que durante el tiempo natural de su vida produce varios huevos o semillas tiene que sufrir destrucción durante algún período de su vida, o durante alguna estación, o de vez en cuando en algún año, pues, de otro modo, según el principio de la progresión geométrica, su número sería pronto tan extraordinariamente grande, que ningún país podría mantener el producto. De aquí que, como se producen más individuos que los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada caso una lucha por la existencia, ya de un individuo con otro de su misma especie o con individuos de especies distintas, ya con las condiciones físicas de vida. Esta es la doctrina de Malthus, aplicada con doble motivo al conjunto de los reinos animal y vegetal, pues en este caso no puede haber ningún aumento artificial de alimentos, ni ninguna limitación prudente por el matrimonio.” 10
Darwin observa que, por un lado, existe una clara tendencia al aumento en progresión geométrica, pero que, por otro lado, el número de individuos de cada especie se mantiene más o menos constante (porque si no, no cabrían en el planeta), de lo cual deduce que hay una verdadera lucha por la existencia. A todo esto, Darwin había notado, y así lo refleja en los dos primeros capítulos, que los individuos que forman parte de cada especie muestran diferencias entre sí, es decir variaciones. En relación con la lucha por la existencia, Darwin se pregunta ¿quiénes son los individuos que poseen mayores probabilidades de sobrevivir y de dejar una buena descendencia? La respuesta es clara: los portadores de las variaciones favorables. A la conservación de las variaciones favorables y la eliminación de las desfavorables, Darwin la llamará selección natural (o “supervivencia de los más aptos”, siguiendo la expresión de Herbert Spencer).
¿Qué papel desempeña la selección natural en la transformación de una especie en otra? Al respecto, el autor asegura que la selección natural no sólo preserva las pequeñas variaciones favorables sino que, además, las va acumulando lentamente. Esa acumulación de variaciones a partir de una especie dada (A) debe ser entendida, al mismo tiempo, como una acumulación de diferencias respecto de ese punto de partida, de tal manera que, con el tiempo, las diferencias acumuladas serán tan significativas que, en un momento determinado, la especie original (A) se habrá convertido en una especie diferente (B).
Darwin no escribe nada sobre el tema hasta junio de 1842, fecha en que esboza a lápiz un resumen de sus ideas con una extensión de 35 páginas. Poco tiempo después, en 1844, redacta un texto más extenso, de 231 páginas, y, consciente de su importancia, el 5 de julio le escribirá a su esposa (Darwin se había casado en 1839 con su prima, Emma Wedgwood): “Si, como creo, mi teoría fuera leída en el futuro, aunque solo fuese por un crítico competente, supondrá un avance considerable en la ciencia” 11
El viaje a bordo del “Beagle” había deteriorado la salud de Darwin. Un antiguo condiscípulo suyo, que lo encontró a su regreso, apuntaba: “Ha vuelto convertido en una sombra de sí mismo”. Entre 1842 y 1854 Darwin estuvo muy enfermo. Esta enfermedad se caracterizaba por un malestar general producido por mareos, debilidad, escalofríos, palpitaciones, trastornos estomacales y, a menudo, fuertes ataques de vómitos (según su propio Diario).
Preocupado por su delicado estado de salud a pesar de sus 35 años, Charles le da instrucciones precisas a Emma, en la misma carta a la que hicimos referencia anteriormente, para que, en caso de morir, le encargue a un editor competente (entendía por competente el poseer una formación de geólogo-naturalista) la revisión y ampliación de esos textos, con miras a su publicación (Darwin sugiere a Lyell, Forbes, Henslow, Hooker y Strickland, en ese orden). Con ese fin, le deja además la suma de 400 libras en concepto de remuneración (más los beneficios que pudiera reportar la venta del libro) para el editor que asumiera la responsabilidad de tal cometido. Diez años después, en agosto de 1854, Darwin, aún preocupado por el tema, escribe en el reverso de la mencionada carta que, de todos, Hooker sería el más adecuado para emprender ese trabajo.
En 1846, Darwin inicia su investigación sobre un tipo de crustáceos cirrípedos, los Percebes, que le demandará ocho años de trabajo. Más tarde, y si bien Darwin juzgó esa labor de carácter sistemático como muy útil, dudaba que fuera tan importante como para haberle dedicado tanto tiempo. Sin embargo, Joseph Hooker le escribiría a Francis Darwin, uno de los hijos de Charles: “Su padre señalaba tres etapas en su carrera como biólogo: la de simple coleccionista en Cambridge, la de coleccionista y observador en el Beagle, y durante algunos años más, y la de naturalista formado, después, y solo después del trabajo de los cirrípedos” 12
A comienzos de 1856, y por consejo de Lyell, Darwin comienza a redactar la obra en la que desarrollaría sus puntos de vista con suficiente extensión. Pero en 1858 tuvo lugar un hecho muy particular, poco frecuente en la historia de las ciencias. Alfred Russel Wallace (1823-1913), que en ese momento estaba trabajando en el archipiélago malayo, le envía a Darwin, con pedido de opinión, su artículo “Sobre la tendencia de las variedades a alejarse ilimitadamente del tipo original”, en el que formula su idea de que en la naturaleza tiene lugar una verdadera “lucha por la existencia”.
La sorpresa de Darwin fue mayúscula. Al igual que él, Wallace había llegado a deducir la existencia de la selección natural (aunque no empleara esta expresión) después de leer a Malthus (también a Chambers, Humboldt y Lyell) e independientemente de Darwin. En definitiva, el artículo de Wallace presentaba conclusiones a las que Darwin había llegado después de veinte años de trabajo. Así, la originalidad de su producción se perdía por completo. Desesperado, Darwin le escribe a Lyell solicitándole consejo acerca de cómo proceder en situación tan difícil. La respuesta no se hizo esperar. Lyell y Hooker aconsejaron a Darwin preparar un resumen de sus escritos. Así lo hizo éste, titulándolo “Extracto de una obra inédita sobre el concepto de especie”, adjuntando una copia del texto de la carta que le remitiera a Asa Gray el 5 de setiembre de 1857 y el artículo de Wallace. Finalmente, el 1 de julio de 1858, tendría lugar la lectura conjunta de todo el material en la Sociedad Real de Londres (Linnean Society).
El sentido de adjuntar la copia de la carta enviada a Asa Gray, en la que le explicaba sucintamente sus ideas sobre el tema era, en el fondo, el de demostrar que venía trabajando en la cuestión con anterioridad y que no había copiado, en nada, las opiniones vertidas por Wallace. Podría decirse que el contenido de la carta le permitía mantener su “prioridad”. Pero nada de ello fue necesario. Con un digno comportamiento y llamativa honestidad intelectual, y lejos de demostrar ambiciones, Wallace no reclamó en ningún momento su prioridad y no cesó de reconocer los méritos que le cabían a Darwin, sabiendo que había estado trabajando en el tema de la evolución durante tantos años.
Al mismo tiempo de expresarle a Wallace su reconocimiento y admiración por tan generosa actitud, Darwin se puso a trabajar de lleno en la redacción de su obra, que finalmente concluyó luego de trece meses de intensa actividad y a pesar de que, según cuenta él mismo, por lo general no podía trabajar más de veinte minutos seguidos sin que el dolor le obligase a interrumpir.
Pero esa obra, a la que se reconoce actualmente como la más importante de su producción, tal como lo pensaba también el mismo Darwin, tenía carácter de resumen. En la Introducción a El origen de las especies por medio de la selección natural el autor señala que como la obra completa le llevaría aún muchos años y su estado de salud era precario (y considerando, como dijimos, que Wallace ya había arribado a conclusiones similares a las suyas) le propusieron que publicara ese resumen. Darwin pensaba que en un futuro inmediato, con más tiempo, podría abocarse a la redacción de un trabajo de mayor envergadura. Pero dicha empresa jamás sería acometida por él. Otros temas, y nuevas publicaciones, lo mantendrían ocupado hasta su muerte. En cambio, sí introdujo correcciones y modificaciones a las sucesivas ediciones hasta llegar a la sexta, aparecida en 1872, que sería la definitiva.
La edición original de On the origin of species by means of natural selection (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural) aparecería finalmente el 24 de noviembre de 1859. Curiosamente, el mismo Darwin no era demasiado optimista respecto del nivel de ventas que tendría esta edición, que consideraba demasiado voluminosa (1.250 ejemplares). A tal punto, que estaba dispuesto a liberar de todo compromiso a su editor, John Murray (el mismo que había editado las obras de Lyell), si éste creía que el libro iba a ser poco rentable. Pero para sorpresa de ambos, ocurrió lo contrario: los 1.250 ejemplares disponibles fueron vendidos el mismo día, a 15 chelines cada uno.
Ante tal éxito, un mes y medio después, el 7 de enero de 1860, se pondría a la venta la segunda edición, con una tirada de 3.000 ejemplares que se venderían en pocos días y que obligaron a una 3ª edición, de 2.000 ejemplares, al año siguiente. Desde entonces, esta “obra maestra de la literatura científica” , como dijera Howard Gruber 13 ha sido traducida a más de treinta idiomas (al castellano en 1877).
Con frecuencia, en la bibliografía específica, al mencionar esta obra, se lo hace de manera abreviada, para evitar transcribir un título tan extenso. Simplemente se enuncia “El origen de las especies”. Al respecto, creemos necesario decir que, seguramente, Darwin nunca hubiera titulado su obra de manera tan pretenciosa, siendo que su actitud siempre fue muy prudente y criteriosa. Precisamente en la introducción a la obra, Darwin aclara que “la selección natural ha sido el medio más importante, si bien no el único, de modificación”.14
Desde 1838 hasta 1859 habían transcurrido nada menos que 21 años ¿Demasiado tiempo? Con relación a esta pregunta, es muy esclarecedora la opinión de Hemleben, según la cual “ Fue un acto de sabiduría el dejar pasar veintiún años desde la primera visión de la idea hasta la terminación del manuscrito”. Y luego concluye “ni demasiado pronto ni demasiado tarde, en el momento justo” 15
Nuestra opinión sería coincidente con la de Hemleben si Darwin hubiese esperado conscientemente todo ese tiempo para decidir su publicación. Pero los hechos no ocurrieron de esa manera. Si bien estamos de acuerdo con el mencionado autor en que la obra apareció en el momento justo, fue en definitiva la carta de Wallace y las “presiones” recibidas de parte de sus amigos Lyell y Hooker lo que precipitaría la determinación de Charles de concluir su obra. De no haber sido por ese hecho circunstancial, la obra se hubiera publicado bastante tiempo después...o quizá nunca. El mismo Lyell se dio cuenta de esto, al expresarle a Darwin en una carta que le remitió el 3 de octubre de 1859:
“me alegro muchísimo de haber hecho lo posible con Hooker para convencerlo de que lo publicara y de que no esperara una ocasión que probablemente no habría llegado nunca, aunque viviera cien años...” 16
De una manera u otra, la publicación de “El origen de las especies por medio de la selección natural” en 1859 significó un avance importantísimo en la historia de las ciencias en general y en la temática de la evolución biológica en particular, motivo por el cual la misma sigue teniendo un extraordinario valor científico. Es cierto que Darwin no respondió a todas las preguntas y que tuvo algunas imprecisiones pero, como señala Michael Ghiselin
“Difícilmente parece racional, al tratar la genética de Darwin y sus demás contribuciones, condenar al Copérnico y al Newton de la biología por no ser también su Einstein” 17
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Notas
* Título y texto correspondiente a la Clase Inaugural del Ciclo Académico 2005 de la Escuela de Antropología, dictada el día 18 de abril de 2005.
** Profesor Titular de la cátedra de Paleoantropología y Evolución - Facultad de Humanidades y Artes - U.N.R.
1 Darwin (1977), 186.
2 Darwin (1977), 70-71.
3 Gould (1986), 63.
4 Darwin (1977), 262-263.
5 Darwin (1977), 86-87.
6 Gould (1986), 65.
7 Hay traducción castellana (Darwin sobre el hombre, Editorial Alianza Universidad Nº 390. Madrid, 1984)
8 Gould (1986), 65.
9 Gould (1986), 66.
10 Darwin (1972), 113.
11 Darwin (1977), 12.
12 Darwin (1977), 238.
13 Gruber (1984), 20.
14 Darwin (1972), 44.
15 Hemleben (1971), 100.
16 Darwin (1977), 316.
17 Ghiselin (1983), 209.
Bibliografía
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