Darwin y Wallace en 1858 / Alberto A. Makinistián

 

Aspectos del singular episodio protagonizado por Darwin y Wallace en 1858

 

                     Alberto A. Makinistian [1]

 

Resumen

El artículo narra el singular episodio vivido por Charles Darwin en 1858, en momentos en que toma conocimiento de que el naturalista Alfred Russel Wallace había llegado a conclusiones muy similares a las que él había arribado tras veinte años de observaciones y reflexiones. Si bien en un principio Darwin pensó que su trabajo había perdido toda originalidad, la humildad, corrección y notable honestidad intelectual de Wallace le demostrarían lo contrario.

 

Palabras claves

prioridad – originalidad - lucha por la existencia – selección natural.

 

Abstract

The article narrates the singular episode lived by Charles Darwin in 1858 when he acknowledges that the naturalist Alfred Russel Wallace had arrived to certain conclusions, similar to those he had arrived after twenty years of observation and thinking. Although, at first, Darwin thought his work had lost originality, Wallace´s humbleness, correctness and remarkable honesty showed him the opposite.

 

Key words

priority – originality - struggle for life – natural selection

 

 

              Si bien el singular episodio protagonizado por Darwin y Wallace en 1858 suele ocupar un espacio dentro de la bibliografía vinculada con la temática  evolucionista, hemos querido retomarlo en ocasión de cumplirse, este año, ciento cincuenta años del hecho y también con el objeto de destacar algunos aspectos menos conocidos, sobre todo los referidos al intercambio epistolar entre dichos autores y también con otros que participaron y llegaron a incidir, favorablemente, en la resolución de la situación planteada. Consideramos que el tema lo amerita, ya que reviste particular importancia en relación a la decisión asumida por Darwin de apresurar la redacción final y publicación de su obra maestra, El origen de las especies por medio de la selección natural, en 1859.

 

              Para mejor entender lo ocurrido, presentaremos en primer lugar a quienes protagonizaron el mencionado episodio. Como sabemos, Charles Darwin (1809-1882), el “mayor teórico general de la biología”, como dijera Michael Ghiselin (1983:11), había participado a fines de 1831 del viaje a bordo del “Beagle”, velero de la marina inglesa que, si bien tenía la misión de efectuar una prospección  de las costas sudamericanas con la intención de encontrar nuevas y más seguras rutas comerciales, también procedería a un relevamiento de la geología, flora y fauna de las regiones visitadas, tarea que se encomendaba al joven Charles. 

 

              A su regreso del viaje, en octubre de 1836 y tras casi cinco años, Charles había tenido dos experiencias puntuales que luego habrían de influir en sus ideas. Por un lado, su constatación  de que muchos fósiles de mamíferos hallados en la Patagonia se asemejaban a las formas vivientes (lo que abría la posibilidad de pensar que se trataba de formas probablemente emparentadas) y, por otro, sus observaciones biogeográficas durante su estada en las islas Galápagos. Estas observaciones, y seguramente otras, lo llevarían a dudar de la inmutabilidad de las especies (de la que él estaba convencido antes y durante el viaje), por lo que iniciaría, en julio de 1837, un cuaderno de notas sobre el tema.

 

              Darwin avanza en sus anotaciones y, en junio de 1842, esboza en lápiz un resumen de sus ideas con una extensión de 35 páginas. Dos años después, Charles redacta un texto bastante más extenso, de 231 páginas. El 3 de mayo de 1856, y en respuesta al consejo del geólogo Charles Lyell (1797–1875) de escribir un esbozo completo de sus ideas antes que otro autor se le adelantara, Darwin, quien tenía en Lyell a uno de sus más dilectos amigos y consejeros, le envía una carta diciéndole que pensará en su sugerencia y, curiosamente, agrega:

 

              “Detesto discutir sobre cuestiones de prioridad, pero sentiría mucho si otro publicara, antes que yo, mi propia doctrina” (Pi Suñer,1959:20)

 

              De todos modos, lo cierto es que Darwin decide comenzar a redactar la obra en la que desarrollaría sus puntos de vista con suficiente extensión. Según su hijo Francis, Charles inició la obra el 14 de mayo de 1856 y continuó su trabajo sin interrupciones hasta junio de 1858 en que tendría lugar el episodio que motiva este artículo. Hasta ese momento había escrito diez largos capítulos y estaba a punto de comenzar el undécimo.

 

              Alfred Russel Wallace (1823-1913), nacido en Usk, Monmouthshire, Inglaterra,  pertenecía a una familia de escasos recursos, lo cual lo obliga a abandonar la escuela a la corta edad de 14 años para trabajar como relojero, agrimensor y maestro para llegar finalmente a lo que más quería: convertirse en un naturalista. En 1848, a la edad de 25 años, conoce al entomólogo Henry Walter Bates (1825-1892) con quien participa en un viaje al Amazonas que le llevaría cuatro años, durante los cuales examinó la flora y fauna de la zona. A su regreso a Inglaterra en 1852, el barco en el que trasladaba sus colecciones se incendió y la mayor parte de la misma, que tanto le había costado recolectar, quedó destruida. Con la venta de lo poco que le quedó y el ingreso proveniente de algunas publicaciones fruto de las experiencias vividas, Wallace decidiría emprender, más tarde (en 1854), y sólo, un segundo viaje, esta vez a las islas del archipiélago malayo, donde permanecería durante ocho años efectuando estudios faunísticos y durante los cuales terminaría recorriendo más de 20.000 kilómetros por las Molucas, Sumatra, Java, Nueva Guinea, Célebes e islas menores.

 

              En 1855, Wallace, que se convertiría además en un destacado biogeógrafo, publica un artículo titulado “Sobre la ley que ha regulado la introducción de nuevas especies” en los Annals of Natur-History en el cual sostiene ideas claramente evolucionistas. Darwin leería este artículo al poco tiempo y se sorprendería de  la semejanza de estas ideas con las propias. No se conserva una carta escrita por Wallace a Darwin el 10 de octubre de 1856 desde la isla Célebes, pero sí la respuesta de Darwin, con fecha 1 de mayo de 1857, en la que le expresa:

 

              “Le agradezco muchísimo la carta que me escribió desde las Célebes el 10 de octubre y que he recibido hace unos días; en una empresa difícil, la solidaridad constituye un estímulo valioso y auténtico. Deduzco claramente de su carta, y aún más de su trabajo publicado en los Annals hace un año o más, que nuestro razonamiento ha sido en gran medida semejante, y que hemos llegado a conclusiones parecidas ..…Este verano hará veinte años (!) que comencé mi primer cuaderno de notas sobre la cuestión de cómo y en qué modo se diferencian mutuamente las especies. Ahora estoy preparando mi obra para la publicación, pero encuentro el tema tan amplio que, aunque he redactado muchos capítulos, supongo que no lo enviaré a la imprenta hasta dentro de dos años.” (Darwin F. 1977:284)

 

              Un año después, en junio de 1858, tendría lugar un hecho muy particular, poco frecuente en la historia de las ciencias. Wallace, que en ese momento continuaba trabajando en el archipiélago malayo, contrae malaria y, “en plena fiebre de invención creadora”, como dice Rostand (1985:131), se le ocurren ideas que en los días siguientes reflejará en el artículo “Sobre la tendencia de las variedades a alejarse ilimitadamente del tipo original”, de menos de 12 páginas, que le envía a Darwin, con pedido de opinión y solicitándole que luego de leerlo y en caso de considerarlo de importancia, por favor se lo remitiera a Lyell. En dicho artículo, Wallace formulaba su idea de que en la naturaleza tiene lugar una verdadera “lucha por la existencia” en virtud de la cual no todos los organismos sobreviven para luego reproducirse y de que esa supervivencia depende de las particulares características de cada organismo.

 

              La sorpresa de Darwin fue mayúscula. Al igual que él, Wallace había llegado a  deducir la existencia de la selección natural (aunque no empleara esta expresión) después de leer a Malthus, Chambers, Humboldt y Lyell e independientemente de Darwin. En definitiva, el artículo de Wallace presentaba conclusiones a las que Darwin había llegado después de veinte años de trabajo. Así, la originalidad de su producción se perdía por completo. En los días siguientes, Darwin se mostraría profundamente preocupado.

 

              Precisamente en una carta que le escribe a Lyell el 18 de junio del mismo año, y luego de darle razón por la sugerencia que éste le había hecho de que expresara cuanto antes sus ideas por escrito, de manera de anticiparse a cualquier otro autor, le señala:

 

              “Nunca he visto una coincidencia más sorprendente. ¡Si Wallace tuviera la copia de mi esquema hecha en 1842 no podría haberlo resumido mejor! Sus mismos términos son ahora los títulos de mis capítulos” (Darwin F. 1977: 288-289)        

 

Y luego

 

            De este modo, mi originalidad, cualquiera que sea, va a quedar destruida” (Darwin F.1977:289).

 

            A sólo una semana de esa carta, el 25 de junio, Darwin le escribe una segunda a Lyell solicitándole consejo acerca de cómo proceder en situación tan dificil y habiendo perdido prioridad en la publicación de sus ideas. Dice Darwin:

 

            “No hay nada en el esquema de Wallace que no esté, mucho más completo, en el mío, que copié en 1844, y que leyó Hooker hará unos doce años. Hace más o menos uno, envié un breve boceto, del que conservo una copia, de mis teorías (como parte de la correspondencia que mantuvimos sobre algunos puntos), a Asa Gray, de modo que podría con toda exactitud decir y probar que no he tomado nada de Wallace. Me gustaría muchísimo publicar ahora un resumen de mis teorías generales, en doce páginas más o menos; pero no logro convencerme de que puedo hacerlo honradamente. Wallace no dice nada de publicarlo, le adjunto su carta. Pero como yo no había pensado sacar a la luz resumen alguno, ¿puedo hacerlo honradamente aunque Wallace me haya enviado un esquema de su doctrina? Preferiría quemar mi libro entero antes de que él u otro cualquiera pensara que he obrado indignamente. ¿No cree que el hecho de que él me haya enviado el esquema me ata las manos?” (Darwin F.:1977:289-290)

 

            La respuesta no se hizo esperar. El mencionado Lyell, junto con el botánico Joseph Hooker (1817-1910) (otro de los dilectos amigos y consejeros de Darwin) le sugirieron preparar un resumen de sus escritos. Así lo hizo éste, titulándolo “Extracto de una obra inédita sobre el concepto de especie”, adjuntando una copia de la carta que le había enviado al botánico norteamericano Asa Gray (1810-1888) el 5 de septiembre de 1857, en la que le explicaba sucintamente sus ideas, y el artículo de Wallace (Asa Gray se convertiría más tarde en el primer representante del darwinismo en Estados Unidos). Finalmente, el 1 de julio de 1858, tendría lugar la lectura conjunta de todo el material en la Linnean Society, la Sociedad Real de Londres, que más tarde publicaría ambos artículos. Cabe señalar que ni Wallace ni Darwin estuvieron presentes en esa reunión científica. Wallace continuaba muy lejos, en el archipiélago malayo y Darwin hacía tiempo que, por razones de salud, había dejado de asistir a reuniones científicas o sociales. Más aún en esta oportunidad debido al fallecimiento de Charles Waring, el último hijo del matrimonio Darwin, tres días antes, el 28 de junio, de escarlatina. Tenía tan sólo un año y medio. Fueron días muy duros para la familia Darwin.

 

            El sentido de adjuntar la copia de la carta enviada a Asa Gray, en la que le explicaba sucintamente sus ideas sobre el tema era, en el fondo, el de demostrar que venía trabajando en la cuestión con anterioridad y que no había copiado, en nada, las opiniones vertidas por Wallace. Podría decirse que el contenido de la carta le permitía mantener su “prioridad”.

 

            Al respecto, Darwin señala:

 

            “En principio, era poco propicio a consentir esta publicación, porque pensaba que Mr. Wallace podría considerar mi proceder como injustificable: ignoraba lo noble y generoso que es su carácter” (Prenant, 1969:60)

 

              Aunque Wallace no había sido debidamente informado que se haría una lectura conjunta, afortunadamente no reaccionó mal. Es más, le pareció absolutamente natural ceder la prioridad a Darwin, de quien le constaba que venía trabajando en el tema desde hacía veinte años. Demostrando una gran honestidad intelectual y actuando con total desinterés por conservar su prioridad, Wallace no cesó de reconocer los méritos que le cabían a Darwin.

 

              Al mismo tiempo de expresarle a Wallace su reconocimiento y admiración por tan generosa actitud, Darwin se puso a trabajar de lleno en la redacción de su obra, que finalmente concluyó luego de trece meses de intensa actividad. Pero esa obra, a la que se reconoce actualmente como la más importante de su producción, y así lo pensaba el mismo Darwin, tenía carácter de resumen. Es que, habíamos señalado más arriba, Darwin había escrito ya diez largos capítulos y si seguía a ese ritmo, la obra resultaría finalmente demasiado extensa y, lógicamente, le demandaría mucho tiempo terminarla.

 

              Es por este motivo que, en la Introducción a El origen de las especies por medio de la selección natural Charles señala que como la obra completa le llevaría aún muchos años y su estado de salud era precario (y considerando, como dijimos, que Wallace ya había arribado a conclusiones similares a las suyas) le propusieron (fundamentalmente Lyell y Hooker) que publicara ese resumen. Darwin pensaba que en un futuro inmediato, con más tiempo, podría abocarse a la redacción de un trabajo de mayor envergadura. Pero dicha empresa jamás sería acometida por él. Otros temas, y nuevas publicaciones, lo mantendrían ocupado hasta su muerte.

 

              Si bien es cierto que, por diversos motivos, El origen de las especies por medio de la selección natural apareció en el momento justo, fue en definitiva la carta de Wallace y las “presiones” recibidas de parte de sus amigos Lyell y Hooker lo que precipitaría la determinación de Charles de concluir su obra. “Dada la fuerte tendencia de Darwin a la irresolución –dice Hemleben- en el fondo no le podía haber ocurrido nada mejor.” (1971: 107). De no haber sido por ese hecho circunstancial, la obra se hubiera publicado bastante tiempo después...o quizá nunca. El mismo Lyell se dio cuenta de esto, al expresarle a Darwin en una carta que le remitió el 3 de octubre de 1859:

 

              “me alegro muchísimo de haber hecho lo posible con Hooker para convencerlo de que lo publicara y de que no esperara una ocasión que probablemente no habría llegado nunca, aunque viviera cien años...”  (Darwin F.1977:316)

 

           La edición original de On the origin of species by means of natural selection (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural) aparecería finalmente el 24 de noviembre de 1859. Refiriéndose a ella, Darwin no dudaba en decir que “Es, sin duda, la obra más importante de mi vida” (Darwin F.,1977:89). Sin embargo, curiosamente, el mismo Darwin no era demasiado optimista respecto del nivel de ventas que tendría esta edición, que consideraba demasiado voluminosa (1.250 ejemplares). A tal punto, que estaba dispuesto a liberar de todo compromiso a su editor, John Murray (el mismo que había editado las obras de Lyell), si éste creía que el libro iba a ser poco rentable. Pero para sorpresa de ambos, ocurrió lo contrario: los 1.250 ejemplares disponibles fueron adquiridos por los libreros el mismo día.  

 

              Ante tal éxito, un mes y medio después, el 7 de enero de 1860,  se pondría a la venta la segunda edición, con una tirada de 3.000 ejemplares, que se venderían en pocos días y que obligarían a una 3ª edición, de 2.000 ejemplares, al año siguiente. Desde entonces, esta “obra maestra de la literatura científica” (Gruber, 1984:20) ha sido traducida a más de treinta idiomas.

 

              El 18 de mayo de 1860 Darwin le escribe a Wallace:

 

              “Permítame que le diga cuánto admiro la forma noble con que usted habla de mi libro. La mayoría de las personas en su lugar habrían sentido algo de envidia o de celos ¡Cuán libre parece estar usted de este defecto tan frecuente de la Humanidad! Pero usted habla con demasiada humildad de si mismo. De haber tenido usted tiempo libre habría realizado el trabajo tan bien como yo o, quizás, todavía mejor…” (Hemleben, 1971:106)

 

                   En una carta fechada el 24 de diciembre de 1860,  Wallace le escribe a su amigo Henry Bates:

 

              “No sé cómo ni a quién expresar plenamente mi admiración por el libro de Darwin. A él, podría parecerle lisonja; a otros, vanidad. Pero creo honradamente que, por más paciencia que hubiera dedicado a la cuestión, no habría jamás producido una obra tan acabada, con una acumulación de pruebas semejante y una argumentación tan vigorosa, y este tono y espíritu admirables. Agradezco al destino que me haya evitado dar esta teoría al mundo. M. Darwin ha creado una nueva ciencia y una nueva filosofía, y creo que nunca se ha visto ejemplo tan completo de una nueva rama del conocimiento humano que sea debida a los trabajos e investigaciones de un solo hombre. Jamás habían sido reunidas en un sistema masas tan considerables de documentos esparcidos, de forma que formaran una filosofía tan grande, tan nueva, tan sencilla...” (Rostand, 1985: 133-134)

             

              El 20 de abril de 1870 Darwin le vuelve a expresar a Wallace:

 

              “… hay pocas cosas en mi vida que me alegren más que la certeza de que nunca estuvimos celosos uno del otro, a pesar de que en cierto sentido éramos rivales. Creo poder decir esto de mi con toda verdad y estoy completamente seguro de que por su parte es igualmente cierto” (Hemleben, 1971:106-107)

 

              En una carta que Wallace escribe el 3 de diciembre de 1887 al Profesor Alfred Newton, ornitólogo de la Universidad de Cambridge, y luego de reconocer que Darwin había comenzado a trabajar en el tema mucho antes que él, señala

 

              “Puedo decir con toda verdad ahora, como dije hace muchos años, que me alegro de que fuera así; porque yo no siento el amor por el trabajo, por la experimentación y el detalle que eran tan preeminentes en Darwin, y sin el cual nada de lo que yo pudiera haber escrito habría convencido jamás al mundo” (Darwin F.1977:294)

 

              En 1889, siete años después de la muerte de Darwin, Wallace publica su obra El darwinismo en la que, de acuerdo con sus propias palabras, expresadas en la introducción, había intentado

 

              “describir la teoría de la selección de forma que todo lector inteligente pueda formarse una idea clara de la aportación de Darwin y pueda llegar a comprender la importancia y el alcance de su gran principio.”   (Hemleben, 1971:106)

 

              Aún al final de su vida, Wallace seguía atribuyendo la prioridad del descubrimiento a Darwin. En un discurso que pronunciara en 1908 en la sesión de la Sociedad Linneana en la que se conmemoraba el cincuentenario de la memoria presentada por Darwin y Wallace, declaró:

 

              “No tendría motivo alguno de queja si la parte correspondiente a Darwin y a mi… se estimara, proporcionalmente al tiempo que cada uno le dedicó…, en una relación de veinte años a una semana. Si él hubiera publicado su teoría después de diez, quince o incluso dieciocho años de elaboración, yo no habría tenido parte alguna en ella…” (Pyke, 1982: 9)

 

              Para finalizar, hacemos nuestras las palabras de Johannes Hemleben. En su biografía de Darwin, dice el autor:

 

              “Rara vez se ha comportado un investigador en una `competencia´ científica de forma tan desinteresada y libre de ambiciones como lo hizo Alfred Russel Wallace. En ningún momento de la lucha por la teoría evolucionista pretendió la prioridad para su trabajo, cosa que hubiera podido hacer con todo derecho.” (1971:106)

 

Aunque han transcurrido casi ciento cincuenta años desde la publicación de El origen de las especies por medio de la selección natural el nombre de Charles Darwin continúa teniendo un peso extraordinario en el seno de la comunidad científica internacional. No es el caso de Alfred Russel Wallace, aún a pesar de su valiosa contribución al conocimiento de la naturaleza y de los seres vivos y al hecho de que, en vida, recibió las más altas distinciones científicas, tales como la Copley Medal, que le concedió la Royal Society, en 1908. Es por este motivo que hemos querido mostrar al lector el destacado papel que desempeñó en tiempos de Darwin y con posterioridad a él, como gran difusor de la teoría darwinista de la evolución.

 

Referencias bibliográficas

DARWIN F.1977. Autobiografía y cartas escogidas de Charles Darwin (2 tomos). Alianza Editorial. Colección El Libro de Bolsillo Nº 668-669. Madrid.

GHISELIN M. 1983. El triunfo de Darwin. Ediciones Cátedra. Madrid.

GRUBER H. D. 1984. Darwin sobre el hombre. Editorial Alianza Universidad Nº 390. Madrid.

HEMLEBEN J.1971. Darwin. Alianza Editorial. Colección El Libro de Bolsillo Nº 310. Madrid.

PI SUÑER S.1959. “Charles Darwin. El hombre y su obra vistos cien años después” Universidad. (Universidad de Panamá) 38 (separata). [Texto de una conferencia pronunciada por el autor]

PRENANT M.1969. Darwin y el darwinismo. Editorial Grijalbo S.A. Colección 70. México

PYKE M. 1982. “El genio y el azar”. En Revista El Correo de la UNESCO del mes de mayo., pp. 4-11. Publicación mensual de la UNESCO, año XXXV.

ROSTAND J.1985. Introducción a la historia de la biología. Editorial Planeta-Agostini. Colección Obras Maestras del Pensamiento contemporáneo Nº 48. Barcelona.

 

También puede verse:

BOWLER P. J. 1995. Charles Darwin. El hombre y su influencia. Editorial Alianza Universidad Nº 832. Madrid.

BURKHARDT F. 1999. Cartas de Charles Darwin (1825-1859). Cambridge University Press. Madrid.

HARRIS C. L.1985. Evolución. Génesis y revelaciones. Editorial Hermann Blume. Madrid.

MAKINISTIAN A. A. 2004. Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas. Prensas Universitarias de Zaragoza. Colección El Aleph Nº 3. Zaragoza.

RUSE M. 1983. La revolución darwinista. Editorial Alianza Universidad Nº 372. Madrid.



[1] Profesor Titular de la cátedra de Paleoantropología y Evolución – Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

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