Algunas notas sobre una reunión de nuestra Sociedad / Roberto C. Frenquelli

 

Reflexionando sobre la psicosomática como valor.[1]

Algunas notas sobre una reunión de nuestra Sociedad

 

Roberto C. Frenquelli

 

 

“...no seré pastor ni supulturero...”

 Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche

 

 

 

No se trata de negar los buenos modales, incluso la  cortesía. Se trata de admitir un grado de implicación emocional suficiente como para exponer/exponerse entregando lo personal sin demasiados tamices de grano fino, que impidan conocer lo visceral. Siguiendo con la cortesía: no estoy de acuerdo con un trato cortesano, aquel de la llamada “hipocresía social necesaria”.

 

Es cierto que un proceso de mentalización deseable se compadece de nociones de secuencia, de un cierto timing para dosificar las entregas de aquello que llamé visceral, emocional. Es, sin duda, la capacidad de ponerse en el lugar del otro desde el imperativo ético de buscar, junto a aquel, el mejor lugar para uno. Pero esto no debe ser exagerado. Prefiero el desliz/deslizamiento al cuidado extremo, aséptico.

 

No hemos entrado al Círculo Médico para reproducir las modalidades formativas que otrora condenamos. Incluso recientemente, cuando fuimos rechazados tan rápidamente como hoy aceptados.  Modalidades de las que hemos tratado de separarnos hace muchas décadas. No es el criterio adaptativo el que hará grande a la psicosomática. Ese es uno de los sentidos de la anécdota freudiana en la visita  a la Clark University en los EEUU por l909.

 

En este sentido, la distribución piramidal de las intervenciones de esa noche son altamente demostrativas: en general, muy notoriamente, hablaron primeros los jefes, después los coordinadores, más tarde los iniciados. Aunque los jefes sean también iniciados. Y, cuesta poco imaginarlo, también coordinadores. Y aunque podamos discutir la semántica implícita en si son o no iniciados, lo que es altamente elocuente es la sintáctica pragmática de lo gestual.

 

La formación en psicosomática, puedo asimilar - si se lo prefiere -  formación a “transmisión”, no es la misma que la del psicoanálisis. Esto es indudablemente así. Por un lado, tanto mejor; por otro, tanto peor. Mejor por que es algo distinto, proyecto posible a trabajar. Peor porque es mucho más complejo a poco que uno observe el desarrollo histórico epistemológico de los paradigmas médicos.

 

Sin embargo, no podemos negar,  y aquí soy altamente asertivo, que el acercamiento a lo psicológico es un elemento común para cada uno de estos dominios. Al mismo tiempo, y para seguir con los delineamientos paradojales, ese acercamiento a lo “psi”, se parece y no se parece al del psicoanálisis. Sabemos que la psicosomática es siempre un “campo séptico”, no es el campo “aséptico” de los encuadres psicoanalíticos o las normativas/rituales de las asociaciones psicoanalíticas en búsqueda de la mejor operacionalización el “pase”.  La aproximación a la psicosomática se hace desde lugares de escisión muy manifiestos, de ciertas urgencias y distonías “en bruto”, lejanas y poco inteligibles, muy distintas de las que se producen en los campos de las psicoterapias y el psicoanálisis. Aunque en el fondo estén siempre las mismas cosas, las mismas ansiedades básicas, en el nivel conciente de estos últimos, los “candidatos” como se les dice en la jerga, existe un mínimo barniz conciente que los pone a resguardo de ciertas cuestiones; para decir con una comparación algo exagerada, es como aquel que ya sabe que al Jockey Club se entra con corbata. El médico, a veces  no médico también, que se acerca a la psicosomática, se presenta chabacano con su desprolija chaquetilla las puertas de la tradicional sede de Córdoba y Maipú. Viene a “aprender” como sinónimo de “incorporar”, de “sumar”, de un “crecer” cuantitativo y sociodependiente que le imponen sus visiones fuertemente sostenidas por tantos años de formación/deformación. Busca “agregar” algo, que llama generalmente “humano” y “lo más importante de su experiencia”. Este aire ingenuo, dado que en los repliegues del yo vienen siempre las negruras de lo inexorable de la existencia (los avatares de la neurosis/psicosis infantil), los torna a veces más genuinos. Pero esa tan preciada propiedad no autoriza a aquellos relativamente advertidos de su existencia a desestimarla. Esa es la responsabilidad de los líderes de la formación.

 

Por eso pienso que el nivel testimonial de la sesión del pasado martes fue un despropósito. Se entiende: un propósito equívoco. Me apuro a decir, para ser absolutamente coherente con lo que vengo sosteniendo, que “saludo a los equívocos”. Siempre que acordemos en su esencia humana, imprescindible, en una atmósfera de tolerancia y comprensión de los mismos. Por otra parte, inexorables. Eso está en el espíritu de mi “saludo a la resistencia”; tal vez una expresión que por lo críptica, en el intento de ser lo más suave posible, al calor de la presión grupal, resultó confusa y atacable en una primer instancia. O tal vez para siempre. Lo que por ahora no me impide continuar.

 

El nivel testimonial debe quedar reservado para los espacios algo más retirados de lo privado. Las declaraciones, muchas veces a modo de afirmación, aunque vayan acompañadas de pátinas de agradecimiento/reconocimiento/arrepentimiento sabio y otros modos parecidos me parecen que están en el orden del exhibicionismo. Lo público es tentador para los montajes rituales donde se buscan anclar agenciamientos primarios.  Que después cuesta desinstalarlos. O lo que es peor, dejan abierto el camino a convalidaciones protectoras donde lo interior, lo nuclear verdadero, queda escamoteado. La Psicosomática ya tuvo su gran logia, con muchos más adeptos y notorios cofrades. Hoy somos unos “pirinchos” comparados con aquellos “pesos pesados”. Mientras no vayamos en camino a repetir, somos afortunados. Pero no es cuestión olvidarlo. Aunque estemos contestes de que la repetición es in esquivable. Repitamos, como hemos dicho con algunos,  mejor.

 

Los testimonios deberían, con el “debe” siempre a costa de quien aquí se manifiesta,  quedar reservados para ambientes menos tribales, donde la figura del tótem pueda ser rasgada, al menos un tanto, en los intercambios cercanos que permite la reflexión sin la presión de la masa. Por otra parte, si de testimonios se trata, entendiendo que nuestro quehacer busca las sublimaciones propias de un saber que demanda cierta lógica y rigor, queda mucho mejor espacio para ellos en la producción escrita, de cuya mano siempre viene la urdimbre más serena del pensamiento crítico. Nosotros no podemos producir reuniones donde se hable de la “medicina de la persona”, a modo de propagandas “llame ya”, mientras aparecen ciertas contraseñas semánticas en un uso light como “transferencia/contratransferencia”. Esto está bien para los iniciados en sitios ad hoc. Allí, la noción tan fecunda del supuesto saber puede operar en niveles éticos, en la convicción de que se trata de pasos operativos necesarios y no de la sugestión lisa y llana, de la mano de una retórica que pasa inadvertida por la hipnosis grupo dependiente. 

El agradecimiento, siempre apreciado, debería quedar confinado a esas modalidades testimoniales, atestiguando en presencia (y en ausencia) los fugaces momentos en que se consolida para volver a caer, casi siempre, en los despeñaderos de la ambivalencia. Es en esas caídas donde su vivencia cobra mayor sentido y alcance. Lo sabemos, o bien deberíamos saberlo. Ese movimiento de acciones y retroacciones es lo que garantiza a la psicosomática como valor. No como conocimiento adquirido por instrucción, sino como conocimiento construido/deconstruído de continuo. 

 

La psicosomática como valor debe ser nuestro objetivo. Lejos de los engullimientos masivos, muchas veces tempranamente vomitados de diversas maneras. Una de ellas, inaparente, siniestra, es la de la mimetización adaptativa, la de las circulaciones sociales “as if”.  Esta mascarada caracteropática, a la que subyace la embotada carne sufriente de quien la porta, es nuestro verdadero obstáculo.

 

Volviendo a la cuestión del “pase” : no podemos invitar a personas, que aunque de distintos niveles claro, aparezcan convalidando ciertas ideas que sabemos no se toman en una pasantía por un servicio de tratamientos del dolor o en un curso para maniobrar un ecógrafo. Tampoco por ósmosis “afectiva”. Esta no es la Sociedad de Gastro o de Gineco, donde pueden pasar “distinguidos colegas” a “decir lo suyo”. Por más que sean los Presidentes o Jefes de donde sean, los  reconocidos de siempre, o el que se acercó a fulana/fulano. Bautizados tras la puerta de ingreso, nos cuentan que “los médicos somos jodidos” o que “al paciente hay que saludarlo”.

 

Lo cortés no quita lo valiente:  el ceremonial puede contemplarse en otros momentos y lugares. Esta es una ciudad pequeña, donde somos pocos y nos conocemos bastante. No podemos ser tan desprevenidos, en aras del “éxito” de una reunión preparada casi para lo bautismal: “ahora veamos como está el recién nacido de horas...”. El uso de ciertas burdas metáforas, mejor dicho de ciertas efectivas martingalas, fue la cicuta de la Asociación de Medicina Psicosomática, recién muerta por los comienzos de los setenta.

 

Reconocer nuestro bajos fondos, reconocer que nos debemos al otro, reconocer que hay algo tiene que ver con lo infantil son alusiones al psicoanálisis. Nosotros no podemos negar que sin este cuerpo teórico no somos nada. Podremos, como el nuevo presidente reclama, buscar ciertos ascensos a nuevos horizontes epistemológicos. No veo porque no. Pero mientras tanto tenemos bastante con el psicoanálisis, que nunca negó, si al Freud de 1895 o de 1939 nos remitimos,  la “Psiquiatría Biológica”.  Propuesta el martes en un  asentamiento parejo con otras teorías, en una rápida asimilación al “segual” de Minguito.

 

Bien, en el supuesto que este cuerpo teórico, el del psicoanálisis,  reclama su ejercicio adaptado a nuestro amplio dominio, diremos antes que nada que él no se declama. Menos se actúa. La psicosomática es algo muy difícil, es casi una aventura a desarrollar. Allí, una vez más, podremos encontrar el calificativo de valor.

Por eso he saludado a los “resistentes”.  Posiblemente he sido uno de los que más, usando ahora el término en su acepción más amplia. En treinta años he podido morder el polvo del fracaso de grandes idealizaciones, de las que me hago cargo enteramente, de manera muy fiera. En eso habrán ido mis resistencias, sin comillas. Admitiendo aquello del rol fijo, en la convicción de que los efectos grupales lo determinan, entiendo que desde ese sitio he logrado contribuir largamente a formas productivas, en algunas ocasiones ligeramente distintas a las versiones entrópicas que prefieren el aplauso o la crítica oportunista para encontrar un mejor lugar.  Y así continuaré, espero que hasta lo más tarde posible, tratando de no confundirme, por lo menos en niveles críticos,  con la atracción de lo tanático.

 

En ese camino donde pretendo ubicar  esta contribución. En la sentida convicción de que como todo lo viviente, se asienta en fuertes tensiones contradictorias. A partir de los fundantes ideales yoicos de grandiosidad y su reflexión  brutal para establecer el imperio del super yo, formando el piso desde el cual vamos delineando procesualmente – con suerte y viento a favor -  resignificaciones constantes, hasta alcanzar esos más o menos fuertes revestimientos racionales que bañan al yo, que solemos llamar ciencia. Ciencia que vale la pena escribir con mayúsculas, lo que no impide subordinarla a aquellos estratos arcaicos que determinan lo central de nuestros quehaceres. Es en ese camino, quebrado desde el vamos, con sus azares, sus cumbres y sus declinaciones,  donde debe campear la psicosomática valor. 

 

 

 

 



[1] El trabajo de Rafael Paz,  “Psicoanálisis valor” (1998), publicado en la Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis, ha sido una importante fuente para estas líneas.

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